Bilbao. A ratos, cuando habla no se le entiende nada porque su voz se la lleva el viento y la arroja al vacío absoluto del Karakorum. "¿Lo oyes? ¿lo oyes?", grita vía satélite. Se oye: es un rugido espantoso. Desde el campo base del Gasherbrum I cuenta cosas estremecedoras como la del montañero polaco al que una ráfaga huracanada hizo volar más de cuatro metros pese a que estaba en el interior de su tienda. Es una metáfora de la fragilidad humana. Dibuja un paisaje aterrador de bidones y objetos voladores, frío extremo -una sensación térmica cercana a los -50 grados- y noches en vela pasadas prácticamente al raso porque la nieve se colaba sin solución en las tiendas de tela hecha jirones. Tras explicar todo ese sufrimiento de frío, viento y soledad, dos días horribles, es obligado preguntarle qué le impide darse media vuelta y volver a casa; o qué es lo que le hace persistir. Piensa la respuesta mientras describe lo que le rodea, que es, principalmente, su amigo Carlos Suárez y los demás en el interior de una tienda que zarandea con brutalidad extrema el viento. "Ahora mismo", responde, al fin a la cuestión, "me siento feliz". No hay razón más poderosa para insistir en su intento de coronar el G-I en invierno, un asunto en manos ahora de la climatología. Hoy mismo la expedición decide la manera en la que piensa atacar la cima, si es que es posible. "Merecemos una oportunidad", dice Txikon, que antes de cortar, tiene su guasa, no puede evitar preguntar: "¿Qué ha hecho el Athletic?".

¿Cómo se encuentran?

Más o menos bien, pero está todo hecho un cristo. Tenemos las tiendas rotas y hemos estado sin dormir dos noches. La situación ha llegado a ser delicada. Andábamos con cuidado, sobre todo cuando salíamos fuera porque el peligro era que te golpease algún objeto, un bidón o algo así, que el viento se llevaba volando. Con tanta fuerza, si algo te golpea te hace una avería de las gordas.

¿Tan violenta era la situación?

Solo te digo que uno de los polacos de otra expedición salió volando cuatro metros pese a que estaba dentro de la tienda. Fue increíble.

¿Y dice usted que no temieron por su seguridad?

Realmente, miedo no hemos pasado, pero la situación era extrema. Nuestras tiendas estaban tan destrozadas que teníamos dentro un metro de nieve. Durante dos noches ha sido como si durmiéramos en la calle. El verdadero miedo que teníamos era a que se nos rompiese la tienda donde cocinamos y tenemos los fuegos porque entonces estaríamos perdidos.

¿Han evaluado ya los destrozos?

Sí, nada grave. Son tiendas y algunas cosas que se han perdido.

¿Peligra la expedición?

No, no, qué va. Tenemos la experiencia de lo que nos ocurrió el año pasado, que vivimos algo parecido aunque esta vez ha sido más intenso y duradero. Pero este es el invierno en el Karakorum; esto es lo que hemos venido buscando. ¿Mantienen su plan de asalto a la cumbre? Iban ustedes a hacerlo por una nueva ruta muy técnica.Seguimos con esa idea, pero mañana -por hoy- es cuando vamos a tomar una decisión definitiva sobre lo que vamos a hacer.

¿Cuáles son los inconvenientes?

Uno: el invierno. El frío y el viento estaban previstos, lo que pasa es que con este aire tan agresivo la sensación térmica puede acercarse a los 50 grados bajo cero. Hace mucho, mucho frío.

En una ocasión habló usted de la soledad invernal del Karakorum que describió como el vacío absoluto.

Es una sensación de aislamiento tremenda.

El viento, el frío, la soledad... ¿Qué le retiene allí arriba?

Ahora mismo, hasta darse la vuelta está complicado. El viento ha apilado toda la nieve ahí abajo y se trata de caminar de vuelta sobre una capa de un metro y a 20 grados bajo cero.

¿Pero qué le motiva a seguir mirando a la cumbre del G-I en lugar de girarse y regresar?

Mmmmm... Mira, en este momento se escuchan ahí fuera unas ráfagas de la leche. ¿Lo oyes? ¿lo oyes? Es el viento que mueve la tienda; es tremendo, parece que vamos a salir volando. Pero estamos toda la cuadrilla junta en torno a un fuego que hemos hecho con queroseno y es un momento de felicidad. No sé explicar por qué. Es lo que siento. La montaña, la aventura... Ahora mismo estoy contento.

¿Qué tiene de especial para usted el G-I para regresar?

Estuvimos el invierno pasado y abrimos un ciclo que no pudimos cerrar. La intención desde que tuvimos que darnos la vuelta era regresar para acabar lo que empezamos.

¿Y ese empeño por hacerlo en invierno?

No sé, ¿por qué no?

Pero ya no será el primero en hollar un ochomil del Karakorum en invierno. Se le adelantó su amigo Simone Moro el año pasado.

Lo de las posiciones no me preocupa demasiado. Incluso hay una expedición ahora mismo que tiene más boletos que nosotros de ser la primera en hollar el G-I en invierno. Si alguien lo consigue, creo que serán ellos. Es algo que no me quita el sueño. Esto del Himalaya ha desvariado mucho. Me motiva más buscar rutas alternativas, cosas creativas, ochomiles, sietemiles o seismiles en invierno, el estilo... Hay tantas cosas para hacer.

Con Moro conserva usted una gran amistad, ¿le ha dado algún consejo?

Él está ahora en el Nanga Parbat y hablamos casi todos los días. Nos contamos cosas. Me dice que ande con cuidado, que a la mínima retroceda.

¿Teme tener que volver a retirarse del G-I?

No porque es invierno y soy consciente de que la apuesta es arriesgada. Si no puede ser, agacharemos la cabeza y nos volveremos para casa.

¿Arriesgaría más de lo debido?

No, pero solo pido que la montaña nos dé la oportunidad de intentarlo. Luego será cosa nuestra y nos lo tendremos que ganar.