Llovía a cántaros aquella mañana de 1994, esculpida la estampa para las fotos a dos tintas y la épica, el alimento del ciclismo, para su memoria. En la panza del pelotón, abotonados los unos a los otros, en enjambre solidario se guarecían las piernas en calma. En el parón, con los pedales pausados, se abrieron paso veloces, dicharacheras, las voces. Charlaban Agustín Sagasti y Julito Barcina sobre la calma chicha de la carrera. El diálogo de dos amigos, dos dorsales insignificantes en la Vuelta al País Vasco, dos recién nacidos para el ciclismo profesional en el Equipo Euskadi, la escuadra que se tejió desde la cuneta, patroneada por el empeño de José Alberto Pradera, diputado general de Bizkaia por aquel entonces, Juan Carlos Urrutxurtu, Koldo Mediavilla y Miguel Madariaga, para el pueblo. "Para ver por dónde estábamos los del equipo había que empezar la clasificación por abajo. La cosa estaba mal, para que nos vamos a engañar, estábamos muy mal clasificados", rememora Barcina con humor "porque al final con Agus, que era tímido y reservado, siempre acababas riéndote. Era un chaval fenomenal, de diez". Se adentran, de repente, al sprint, los recuerdos del corredor de Güeñes a la carrera, pedalea su memoria. "Íbamos parados y Agus tuvo una ocurrencia: "¡A que cojo y arranco!"". Sucedía que desarrollar su deseo, ejecutar su aventura no era tan sencillo como poner de acuerdo la mente, el corazón, los pulmones y las piernas "porque la carrera estaba muy controlada por la Once y por el Clas de Rominger", certifica Rubén Gorospe, también en carrera y compañero de equipo de Sagasti y Barcina "aunque yo ya estaba de vuelta".

La idea que chispeaba en alma del ciclista mungiarra -"que fue muy valiente porque estando como estaba clasificado lo lógico hubiera sido acabar la etapa sin más pretensiones. No fue conservador y le echó un para de cojones", destaca Barcina- necesitó algo de diplomacia entre el aventurero y los jerarcas. "Por ahí estaba Fede Etxabe, que era una figura, nos acercamos y le dijimos: "Venga Fede, déjale que arranque", revela Barcina, un altavoz con ruedas. "Atrás tuvimos que hablar con Rominger para que no fueran a por él", refuerza Gorospe . "Así que entre "déjale que arranque y déjale que coja un minuto", Agus atacó y llegó a meta tras 80 kilómetros de escapada sufriendo un montón", indica el de Güeñes. A la intención de Sagasti, a su irreverencia, a su amotinamiento, la acompañó desde el coche José Luis Laka, segundo director del equipo Euskadi. "Yo sólo le animaba y le daba referencias. Él aprovechó el parón que había y se lanzó. Fue increíble". Conocía Laka a Sagasti desde pequeño y "siempre se le vieron maneras para el ciclismo. Con trece años en una excursión que hicimos a Pirineos, el chaval ya subió por el Tourmalet". No era la mítica cumbre pirenaica la que buscaba el espíritu de Sagasti sino el Santuario de Loiola, donde desembocaba el primer sector de la última etapa. En cada cruce del trayecto, a los ánimos de Laka desde el coche, se le entrelazaban las referencias que le daba su padre, Agustín, apostado en los márgenes de la carretera. "Agus, que era callado, pero a veces tenía unos arranques que te dejaban clavado, me decía después de la carrera: Mi padre es Dios porque está en todos los sitios, le veo en todas partes. Je, je", subraya Roberto Laiseka, partícipe del sueño de Sagasti desde el televisor "pero lo disfrute un montón porque éramos unos chavales que habíamos pasado ese año a profesionales y nos llevábamos muy bien".

La escuadra era una mixtura de amateurs como Barcina, Sagasti, Laiseka, Solaun, Palacín, Lazpiur, González de Heredia, Elissalde o Cuesta, el que mejor se adaptó a la categoría, con reconocidos nombres del pelotón que quemaban las últimas páginas de su biografía ciclista como Peio Ruiz Cabestany, Rubén Gorospe, Juan Tomás Martínez, Javier Murgialday, Juan Carlos González Salvador o Xabier Usabiaga.

En la radio, como comentarista de la Ser, escudriñaba la etapa éste último, aquejado de una dolencia cardiaca que le desvistió del maillot tricolor apenas amanecida la campaña. "La de Agustín fue una fuga consentida por el pelotón, tal vez porque se trataba de un equipo modesto, de casa y se corría aquí, pero eso no le quita ningún mérito al triunfo fue muy valiente. No era muy elegante sobre la bici, pero era duro, tenía chispa en las subidas, sabía sufrir y tenía clase. Pienso que si no hubiera sido por la caída en Valles Mineros (en junio de 1994) hubiera hecho camino en el ciclismo. Le hubiera dado mucho al ciclismo, estoy seguro de ello". Al jadeo de Sagasti, a su esfuerzo de dimensiones himalayescas, "siempre estaba dispuesto a trabajar", matiza Usabiaga, le abrigaban los nervios. "Queríamos que llegara con todas nuestras fuerzas, pero sabíamos que era muy difícil y la verdad es que en el coche todo eran nervios". La misma sensación recorría el espinazo de Laiseka en una etapa "que no se acababa nunca". "Aquella situación para nosotros era muy especial, estábamos a punto de conseguir la primera victoria del equipo en una carrera de mucho nivel y claro que estábamos nerviosos", desgrana Barcina. Las llamadas eran constantes, todos demandaban información. "Yo no estuve en carrera porque tenía que hacer otros asuntos", indica Miguel Madariaga, que vivió aquella jornada con una "ilusión terrible" pero con el estómago ovillado, enredado el sistema nervioso. Incluso desde la organización de la prueba deseaban que fuera Sagasti quien asomara primero en meta. "Erentxun (director de la carrera) estaba tan nervioso como nosotros", argumenta José Luis Laka. Alcanzó el mungiarra Azpeitia, Loiola, pero un remolino de sensaciones le apagó el automatismo del festejo: alzar los brazos al cielo. Fue la suya una victoria sin gesto, tímida, como él.

Una victoria increíble "Siempre recuerdo aquello, yo creo que pensaba que le podían coger y siguió y siguió dando pedales", rescata Barcina de su archivo vital. "Estaba como en una nube, ni se dio cuenta que era la meta, igual pensaba que era una meta volante", afirma Rubén Gorospe sobre aquel episodio "muy bonito". "Es curioso lo de los brazos, siempre se me ha quedado grabada aquella imagen porque no lo esperas. Todo el mundo levanta los brazos, pero él no lo hizo. Pienso que no lo hizo por los nervios y por la preocupación de que no le cogieran por atrás", expone Laka ante una situación inopinada "nadie esperaba una victoria así porque en el equipo todavía no había nivel suficiente. Éramos unos recién llegados con muchos aficionados y algunos veteranos". "Cuando bajó del podio, él decía: ¿Pero he ganado? Es increíble. No se lo acaba de creer. Estaba en una nube", concreta el de Mañaria. Increíble es el adjetivo que acompañó a la gesta de Sagasti, el apellido de su triunfo, por la carga emocional de una victoria mayúscula en el mejor escenario posible para el futuro de una formación que deportivamente estaba los huesos y en lo económico estaba famélica. "Entonces la afición empezó a creer en el equipo. Había muchas dudas y fue una victoria fundamental para la afición, para que se indentificara con el equipo. Aquel triunfo marcó, ha marcado y marcará para siempre este equipo", remarca Miguel Madariaga, que sabe de lo valioso de semejante tesoro "porque los inicios fueron muy duros. Lo pasamos muy mal". La amalgama de sentimientos generó una gozosa respuesta desde las entrañas de cada componente de la escuadra. "Lo celebramos a lo grande. La alegría era inmensa porque sabíamos lo que suponía para todos. Teníamos una ilusión enorme, pero pocos recursos y aquello supuso una liberación. Para que lleguen más triunfos es básico la confianza que te da el primero porque hasta que éste no llega no sabes si serás capaz de ganar y nosotros por todo lo que rodeaba al equipo lo necesitábamos", describe Barcina, íntimo de Sagasti: "Siempre aparecíamos al lado el uno del otro en todas las fotos. Lo único que cambiaba era el marco de la foto".

Expulsión en la Vuelta Partió el equipo Euskadi con el hito de Sagasti a la Vuelta a España de abril, la anterior al Pro Tour, y la ilusión como medio de locomoción, "era lo que nos movía", coinciden todos sobre un equipo que respiraba como una "gran familia". "Estábamos muy unidos y nos dolió que cuando fuimos a la Vuelta se cruzaban apuestas de que ninguno de nosotros íbamos a acabar la carrera", se queja Roberto Laiseka. A la ronda estatal no acudió Barcina: "Agus, Solaun (César) y yo siempre andábamos juntos y a mí me toco quedarme fuera, pero me alegré por ellos. No había envidias ni cosas de esas porque nos llevábamos muy bien. Éramos amigos". Y a Sagasti, que en el prólogo salió con el dorsal de Laiseka colgado a la espalda, no "se la dejaron acabar por una decisión injusta", espeta José Luis Laka, de nuevo testigo directo desde el coche del incidente que dejó al de Mungia en el arcén en una etapa de aspecto amenazante por su recorrido.

"Era una etapa que salía de Barcelona, de doscientos y pico kilómetros, y que acaba en Ordino Arcalis. Desde el principio la gente salió a tope y aquello se rompió en unos repechos y la gente empezó a quedarse, entre ellos Sagasti", desempolva Laka. "Así que los corredores se agarraban a los coches para remolcarse, pero Sagasti era tozudo y no quiso agarrarse. Txomin Perurena (primer director) me decía que lo agarrara del cuello, pero Agus no quería ni ir a rebufo del coche ni nada, así que para que no se quedara solo, en tierra de nadie, llamamos al médico, creo que era Astorqui, diciéndole que tenía problemas de estómago porque de lo contrario no se agarraría jamás a un coche. El coche del médico fue a atenderle y Agus se agarró al coche". Sucedió que un juez de moto "que venía de atrás hacia delante porque se había quedado a mear vio a Sagasti sujetado al coche de médico y le fue con el cuento a Jose Luis Sanz, un juez guipuzcoano que no se le ocurrió otra cosa que expulsarle en mitad de carrera. No entraba en razón. Le decíamos para hablarlo al final de la etapa, que estaba con el médico, pero se mostró inflexible. Nunca he entendido aquello. Fue una palo muy gordo para todo el equipo, pero sobre todo para Agus. No fueron justos con él".

El capitulo de la expulsión de Sagasti quince años después aún enciende a Roberto Laiseka que bajó junto a César Solaun hasta la posición de Sagasti para reincorporarlo al pelotón. "Te lo puedes creer. Después de 80 kilómetros de etapa, de un calentón brutal, el sinvergüenza de Sanz, un juez giputxi, le echa por estar agarrado al coche del médico cuando todo el mundo había sido remolcado y a Agus le echa por eso. Eso no se puede hacer". A Sagasti se le acabó la carrera aquel día, y su vida deportiva en junio, en un espeluznante accidente en Valles Mineros donde fue atropellado por un Ford Fiesta que iba en sentido contrario al recorrido cuando descendía Santo Emiliano. "Yo le vi en la cuneta, pero no le reconocí. Debido a las secuelas tuvo que dejar el ciclismo", rememora Rubén Gorospe.

La impronta de Agus Antes, en Valladolid, en el ajetreo de la Vuelta, dejó su impronta junto a Roberto Laiseka, que rebobina hasta frenarse en la recepción de un hotel. "Antes en los hoteles se podían alquilar películas de vídeo y nosotros cogimos una. Cuando la vimos, Agus bajó a recepción a entregarla y se encontró con Txomin Perurena. Txomin le preguntó que de qué iba la peli y Agus le dijo que era de tiros, así que Txomin se la llevó para verla". No tardó en caer en la cuenta el Perurena. "Pues no es de tiros, precisamente, y éste (por Sagasti) me dice con cara de bueno, de no enterarse de nada, que era una de tiros. Estáis llenos de testosterona", imita Laiseka la reacción de Perurena. "Vaya risas que hicimos a cuenta de eso. Éramos más una cuadrilla de amigos que un equipo ciclista. Andábamos poco, pero nos reíamos mucho". No era para menos. "En la Vuelta a Mallorca, donde debutaba el equipo, Julito Barcina, que era un crack, se acercó a Indurain y va y le dice: Oye, Miguel, si quieres hacer segundo, pégate a mi rueda. Je, je", radiografía Rubén Gorospe con la sonrisa encendida tras el comentario de Barcina. "Es que aquello había que verlo, nos pusimos a tirar en la primera etapa en Soller para que Julito Barcina cogiera puntos en la montaña y en cuanto se ponía la cosa sería nos pasaban cincuenta tíos del tirón y eso que se suponía que nosotros éramos los escaladores. Je, je", dice Roberto Laiseka jocoso. También sonaba jocosa la frase de Agustín Sagasti. "¡A que cojo y arranco!".