Paco Roca (Valencia, 1969) es uno de los más reconocidos autores de cómics del Estado. Recibió el Premio Nacional de Cómic en 2008 y, desde entonces, sus obras acumulan premios, se venden a miles y se adaptan a la gran pantalla. De hecho, El abismo del olvido (2023), que Astiberri ha publicado en euskera como Ahanzturaren leizea, tiene previsto dar el salto al séptimo arte de la manos de Alex Montoya. Ahanzturaren leizea, creada por Roca y el periodista Rodrigo Terrasa, es una obra que cuenta una historia real en tres tiempos: el fusilamiento de José Celda en 1940 después de terminada la Guerra Civil y su entierro en una fosa común en el cementerio de Paterna (Valencia); los intentos de Leoncio Badía, enterrador forzado de ese municipio, por que los cuerpos se enterrasen con elementos que permitiesen su reconocimiento; y el de Pepica Celda, hija de José y mujer que consiguió la última ayuda del Gobierno de Rodríguez Zapatero para la exhumación de los restos de su padre.
Rodrigo Terrasa y usted son amigos. ¿Cómo le llegó la propuesta de este proyecto?
—Desde hacía tiempo queríamos hacer algo juntos. A mí, además, me interesaba probar el mezclar la narrativa de ficción con el periodismo. Quería trabajar en una especie de híbrido en el que se pudiesen fusionar las dos cosas: que pudiese contar una historia emotiva y que, al mismo tiempo, tuviese los datos, presentar la información y pudiese entrar en los detalles que son necesarios muchas veces para llegar más allá de donde llega la narrativa.
Y ahí surgió el artículo que escribió Terrasa para ‘El Mundo’ sobre la exhumación de una de las fosas de Paterna.
—Era una fosa muy peculiar, porque aparecieron unas botellitas misteriosas junto a los cuerpos, que fueron colocadas por Leoncio, el enterrador, del que en ese momento aún no se sabía mucho. Y también era especial por el caso de Pepica Celda, una mujer que luchó contra todo y logró una de las últimas ayudas del Gobierno de Zapatero para la exhumación, antes de que Rajoy decidiese que iba a dedicar cero euros al tema de la memoria histórica.
¿Accedió enseguida a adaptarlo al cómic?
—Hacer un cómic es una tarea larga. Y yo fui uniendo un proyecto con otro. Pasaron los años y no me ponía con este. Es cierto que me daba algo de pereza tratar un tema tan politizado como el de las fosas comunes, en el sentido de que no es un tema que deje indiferente a nadie. Los hay que, lógicamente, están a favor de las exhumaciones, pero también hay un sector de la población que grita mucho y que está en contra. Es un tema que le preguntes a quien le preguntes, siempre hay una opinión.
¿Y cómo cambió su opinión?
—Rodrigo me llevó a conocer a Pepica Celda y ésta me habló de sus razones para exhumar a su padre. Una de ellas era que ella quería exhumar los restos porque su madre había muerto sin conseguir su deseo: yacer junto a los huesos de su marido. Toda su vida luchó por sacar los restos de ese lugar indigno que, su madre decía, era una fosa común, en la que había sido tirado como un perro junto a otras 200 personas. Cuando me contó que ella seguía la lucha a través del mandato heredado, me di cuenta de que este tema era una cuestión absolutamente humanitaria. Y eso fue lo que Rodrigo y yo quisimos contar.
De nuevo ha abordado una historia relacionada con la memoria.
—Me interesa la memoria en todos los sentidos. Narrativamente es un tema muy interesante: la memoria es una lucha permanente contra el olvido y todos sabemos que, a la larga, siempre vence el olvido en todas las circunstancias de la vida. Por mucho que intentemos recordar a nuestros padres, llegará un momento en el que se perderá en nuestra memoria o en la memoria las futuras generaciones. Lo mismo ocurre con todo, con la historia con cualquier cosa y con el universo en sí, está condenado a desaparecer y a permanecer en el olvido el resto de la eternidad.
Siempre habla de la memoria, pero siempre desde un prisma distinto.
—Es que permite que se enfoque desde infinidad de situaciones, desde la memoria familiar, desde el punto social de la memoria democrática, desde la falsedad de cómo pervertimos los recuerdos... Me gusta, además, centrarme en la memoria contemporánea. Uno de los motivos por los que hacer El abismo del olvido es porque durante 40 años en el Estado solo se contó la memoria de los que habían vencido una guerra después de un golpe de Estado que dio lugar a una dictadura. Era una memoria muy sesgada, creada para justificar esa dictadura. Hemos llegado a la democracia, casi, obviando a esa parte de la ciudadanía que fue reprimida. La historia de un país no se puede contar con la visión que ha quedado de una dictadura y ocultando y silenciando a esa gran inmensidad de españoles que sufrieron la represión. Me interesa poner voz a toda esa gente, gente que no lo pudo hablar en su momento. Historias como las de El abismo del olvido nos siguen sorprendiendo 80 años después de que sucediesen. Eso quiere decir que aún no hemos hecho un ejercicio de memoria y a mí el cómic me sirve para eso.
Citaba a unos sectores que gritan mucho en la sociedad actual. Lo harán, precisamente, para acallar otras memorias.
—En cierta manera es una continuidad de la dictadura. Ahora se empieza a ver claro, con el auge de la ultraderecha y de partidos como Vox, que, ya sin tapujos, dicen realmente lo que piensan. En la Comunidad Valenciana teníamos un conseller de Cultura que decía que por qué se tenía que avergonzar de que su padre fuese uno de los que habían ganado la guerra (se refiere a Vicente Barrera, de Vox). Y con orgullo, le había puesto a su caballo el nombre de Caudillo. Cuando toda esta gente se quita la careta, te das cuenta que aún piensan que existe una España de los vencedores y de los perdedores y que estos últimos, aún en democracia, no tienen los mismos derechos que los primeros. Lo vemos en la cuestión de las fosas comunes, que parecen víctimas de segunda.
Pepica Celda fue la última mujer en lograr la última ayuda de Zapatero para exhumar a su padre y, además, es como el epítome perfecto de esalucha colectiva.
—Sí, porque consiguió abrir la fosa, recuperar a su padre y, al final, su lucha se ha hecho muy conocida. Pepica pone cara a miles de familias que tienen la misma lucha y no todas ellas han tenido su suerte; porque hay fosas comunes que jamás se podrán exhumar. El crecimiento urbanístico ha hecho que se construya sobre muchas de ellas y aún hay ayuntamientos y movimientos que impiden las exhumaciones o les ponen todas las trabas posibles.
Pero, ante cualquier traba, esta es una cuestión humanitaria, ¿verdad?.
—Detrás de las familias que buscan las exhumaciones no hay electoralismo, es una cuestión humanitaria. ¿Qué querríamos nosotros para nuestros seres queridos? Un entierro digno y una despedida ritual del tipo que sea dependiendo de la cultura de cada uno. No es tan difícil de entender, pero cuando lo piden estas víctimas de la represión franquista, algunos saltan como si fuese a romperse España y te das cuenta que es una es una falsedad enorme. En el cementerio de Paterna había más de 2.000 personas enterradas en fosas comunes. Se han exhumado como el 80% de ellas y no ha habido ningún problema social, ni político, ni de ningún tipo.
Habla de lo ritualístico de un entierro. Ustedes usan la ‘Iliada’ de Homero como metáfora y citan los entierros de Patroclo y Héctor.
—Una de las cuestiones que planteamos Rodrigo y yo fue la de empezar desde cero para intentar esquivar la politización y el ruido. Con amigos antropólogos e historiadores comenzamos a investigar sobre el simbolismo del ritual del enterramiento y buscamos ejemplos de ello. Hay varias obras universales que lo abordan, por ejemplo, Antígona, de Sófocles, pero en la Iliada se hayan todos los elementos importantes.
¿A qué se refiere?
—Por un lado, está presente el elemento de la tregua de la batalla para enterrar a los fallecidos. Cada bando tenía la oportunidad de recoger a sus muertos y honrarlos. También se ve la importancia de un entierro a aquellos que quieres, que es lo que Patroclo en forma de aparición le reclama a Aquiles. A la persona querida se le debe respeto y un entierro, en función de la cultura de cada uno. Es una especie de deuda adquirida con el fallecido. Y luego está la parte final que la dictadura denegó a todas las familias, el ritual de despedida que todos los seres humanos necesitamos para asumir que ese ser querido ya no está. Todo esto es lo que piden las familias y no es nuevo, ya estaba en la Iliada.
También piden reconocimiento y reparación.
—Claro, sus familiares no están en una fosa debido a un accidente, sino porque fueron asesinados por una dictadura que condenaba a cualquiera que pensase distinto.
Otro de los grandes protagonistas del cómic es Leoncio, enterrador que desde el silencio intentó que los cuerpos fuesen identificados.
—Es un personaje que sería imposible de crear desde cero. Conocimos a su hija, Maruja, que tampoco tenía la información completa porque nació cuando su padre ya había dejado de ser enterrador y decía que su padre no hablaba mucho de ese periodo.
Pudieron reconstruir su figura.
—Leoncio fue un maestro de escuela represaliado al que le gustaba la historia, la filosofía, la astronomía... Era un personaje increíble en el que podías poner muchos pensamientos contemporáneos y en el que encajaba muy bien que él supiese, como seguramente la sabría, la historia de la Ilíada porque le gustaban los clásicos griegos. Lo que nos gustaba de Leoncio es que fue un héroe sin ser un héroe de acción. Hay héroes más silenciosos que los que se lanzan a coger un fusil.
Pero también se jugó la vida.
—Es un acto humano. Se jugaba la vida, lógicamente por el contexto, pero en cierta manera es lo que cualquiera de nosotros haría en unas circunstancias normales: aliviar el dolor de las familias y dar un entierro, dentro de lo posible, digno a todos esos represaliados.
Hábleme del formato del cómic. Tiene un formato horizontal, muy inhabitual. No obstante, es la tercera vez que lo usa.
—Creo que es un formato que le va bien a determinadas historias, lo hace todo mucho más pausado y a mí me permite jugar de otra manera. El formato vertical no es que me aburra, pero ya tienes las soluciones aprendidas. Sin embargo, el horizontal es como una experimentación continua de la página. Es verdad que a mucha gente le desmonta la estantería de la librería (ríe). Ahora estoy trabajando en un nuevo cómic y vuelvo al formato horizontal.
Astiberri ha editado su cómic en euskera como ‘Ahanzturaren leizea’. También lo ha editado en catalán. No es la primera vez que se traducen sus obras a ambos idiomas.
—Es muy bonito ver cómo tus cómics hablan otras lenguas. En este caso era muy interesante y tiene sentido que se tradujesen al euskera y el catalán porque son lenguas que han vivido la represión que cuenta el cómic. En el caso del catalán es más importante aún porque fue la lengua que hablaban la mayoría de los personajes y que tuvieron que ir abandonando. Solo por ese hecho político es importante que se puedan leer en esas lenguas.
‘El abismo del olvido’ saltará a la gran pantalla con el cineasta Alex Montoya, que ya adaptó con gran éxito su cómic ‘La casa’.
—La verdad es que nos caímos muy bien en la producción de La casa. He tenido experiencias de todo tipo en cuanto a adaptaciones al cine de mis cómics, y La casa es muy respetuosa con la obra original y ha conseguido, además, que sea una gran película. Alex tiene una sensibilidad y una forma de narrar muy similares a las mías. Teníamos varias ofertas para adaptar El abismo del olvido y, siendo una historia tan dura, necesitábamos a alguien con una visión más poética y que no la abordase desde un realismo muy oscuro, por decirlo de alguna manera.
Hablaba de que trabaja en un nuevo cómic. ¿Qué nos puede decir además de que tendrá formato horizontal?
—No mucho (ríe). Todavía me queda bastante. Si todo va bien saldrá para Navidades de 2025. Es una historia bastante personal sobre cómo gestionamos la memoria.