Cuando se le pregunta de dónde se considera, Raquel Delgado duda un instante: “Puedes poner de Vitoria”, afirma sin demasiada convicción. Es la ciudad en la que vivió entre los 7 y los 18 años. Y, probablemente, uno de los lugares a los que vuelve para recordar lo que es ser de fuera. Esta debutante huye de la idealización, tanto de los pueblos como de las ciudades, para escudriñar en la cotidianidad donde se fraguan los pesares y las satisfacciones que proporcionan los lazos personales. “Es como un álbum de fotos que descartamos de nuestro perfil público”, acierta a decir la escritora Aixa de la Cruz sobre esta compilación.
Ha nacido en Valladolid, se ha criado en Gasteiz y actualmente vive en A Coruña. Su primera novela es ‘Ser de fuera’. ¿Qué significa para usted ser de fuera?
—Es una colección de relatos que están bajo el paraguas del concepto ser de fuera, pero se pueden leer de forma independiente. Soy de fuera y llevo siendo de fuera muchísimo tiempo y en todas partes. He tratado de reflejar algo que ahora mismo es muy universal, pero en mi generación casi todo el mundo, si no ha nacido en una capital, ha sido de fuera en algún momento de su vida, porque se ha marchado a estudiar fuera o ha trabajado en otro sitio distinto…
¿Qué hay de discurso generacional en sus relatos?
—No es generacional en el sentido de reflejar lo que estamos viviendo los millennial u otra generación, pero es bastante representativo de las experiencias que tienen: desde que uno está terminando de ser adolescente, hasta que se empieza a incorporar a la vida adulta y llega a una madurez y estabilidad. El orden de los relatos no es cronológico, pero se relatan diferentes etapas.
El pueblo es un personaje más dentro de los diferentes cuentos.
—Fue uno de los conceptos centrales del libro cuando empecé a escribirlo. El contraste entre pueblo y ciudad... y las vidas de esa gente que ha abandonado el pueblo, en algunos casos más por necesidad, por falta de oportunidades laborales, y en otros, sobre todo en el caso de las personas más jóvenes de los relatos, por decisión propia, para ver mundo, para estudiar… El pueblo aparece como sitio en el que, para bien o para mal, no se puede pensar en un futuro viviendo en él. Pero la gente que ha emigrado del pueblo a la ciudad también está con un pie en una vida y en otra que no tienen nada que ver entre sí.
Ese es un ‘ser de fuera’ más literal, pero también hay otro no tan textual...
—Sí, hay otro ser de fuera que no está tan relacionado con el pueblo y la ciudad sino con experiencias que a los personajes les gustaría estar viviendo y no pueden o momentos en la vida en los que uno se siente extraño y no tienen nada que ver con el lugar de origen, sino con momentos de transición en la vida.
Tras la pandemia se ha tratado de romantizar el ‘slow life’ de la vida rural. Sin embargo, en sus relatos no hay cabida para la idealización.
—Era importante no presentar el pueblo como un lugar ideal porque los personajes que aparecen en los relatos conocen bien el pueblo y saben lo que es trabajar en un pueblo, donde se desarrollan actividades muy duras, sobre todo lo relacionado con el campo y la agricultura. El pueblo es un sitio en el que la vida es más dura que en la ciudad, de la que tampoco se muestra una visión ideal. Es más fácil cuando no se ha crecido en un sitio idealizarlo y, en ese sentido, una cosa es elegir un pueblo y otra cuando te ha tocado vivir ahí.
Se vive una especie de disociación con respecto al entorno que nos rodea cuando volvemos a un sitio que un día nos fue familiar y ahora es completamente ajeno.
—Una vez que sales es difícil volver a sentirse de un sitio. En el momento en el que tomas distancia empiezas a mirar con una mirada más crítica o con más objetividad el sitio del que vienes. El esfuerzo para adaptarte en un nuevo sitio te aleja inevitablemente de donde has salido. Cada vez que se regresa al sitio del que se supone que eres se sigue percibiendo esa distancia, sobre todo si es para poco tiempo.
Relatos cortos frente a novelas. ¿Es más complicado volver a decidir un principio y un fin constantemente que hacerlo una sola vez?
—No tengo una gran experiencia escribiendo, pero es la idea que tienes la que determina el formato. Tuve claro desde un inicio que las ideas que estaba teniendo se correspondían más relatos. Además, me parecía que a la hora de escribir era más sencillo empezar por un formato corto, porque iba a terminar antes que una novela. Pero luego me he dado cuenta de que estar escribiendo constantemente, empezando y terminando, es agotador y bastante exigente. Quiero pensar que cuando escribes una novela y estás montada en la historia puedes dejarte llevar y avanzar más rápido, pero para mí supuso un reto. La estructura es primordial, todo es preciso y todo tiene que encajar porque se transparenta el esqueleto de la historia. Eso hace que el principio y el final sean más esenciales para que el relato tenga más sentido.
“¿Por qué hay vida?”, se pregunta Carmen, una de las protagonistas, en un alarde cuestionamiento inherente al ser humano.
—Ella tiene preguntas sin respuesta, es su obsesión, y se está haciendo esas preguntas, que todos nos hemos hecho en algún momento pero que no nos llevan a ningún lado más que a la desesperación –que da título al relato–, en un momento muy exigente que es el de incorporarse al mercado laboral. Aspiraba a narrar este tipo de problemas de salud mental. Se ve obligada a hacer vida normal, siendo funcional y resuelta, mientras está teniendo una crisis existencial que le impide ser feliz.
Aborda algunos convencionalismos sociales como que las amistades de la infancia deberán ser para toda la vida o el matrimonio que sigue teniendo mucho peso.
—Sí, se ponen en cuestión esos vínculos esenciales o instituciones. Los grupos de la infancia terminan siendo opresivos incluso para los propios miembros del grupo. Al salir fuera y volver a esos grupos es como que las costuras del molde se van cediendo un poco más y prácticamente ninguno de los integrantes encaja en esos roles que se decidieron hace tantos años y que se mantiene por lealtad o historia personal. Con el matrimonio casi lo mismo. La narradora de uno de los cuentos cae en el matrimonio, pero siendo crítica hacia eso a lo que al final nos lanzamos la mayoría de nosotros en algún momento de nuestra vida.
También muestra visiones de la paternidad y la maternidad que son imperfectas. Ni los niños vienen con un pan bajo el brazo, ni los padres tienen un manual.
—Hay bastante falta de comunicación entre las generaciones en los relatos. Mi aspiración era narrar la vida de familias normales, sin nada idílico pero tampoco nada disfuncional o problemas graves. Creo que lo que aparecen son los desencuentros propios de muchas familias.
La maternidad, sobre todo, es un oficio vitalicio muy desagradecido que encuentra algo de luz en momentos puntuales de la cotidianidad.
—Los de madre e hija son vínculos en los que hay mucha incomunicación y sufrimiento, pero la conexión siempre está ahí. En uno de los relatos he ido alternando momentos de profundo desencuentro con momentos de conexión entre madre e hija.
Ha sido madre recientemente. ¿Ha influido esa experiencia en el proceso de escritura?
—Alguno de los relatos lo he escrito estando embarazada y he escrito uno de ellos tras dar a luz, lo que me ha parecido muy difícil de compaginar. Uno de ellos habla del momento inmediatamente posterior a convertirte en madre. Hay cosas en las que he aplicado mi experiencia como madre reciente.
Cada vez hay más historias que abordan la maternidad desde diferente prismas... Pero quizás no tanto la imposibilidad de ser madre. En su libro se atreve a ello.
—En realidad empezó siendo un relato sobre la relación con los sobrinos, que muchas veces parece un sucedáneo de la maternidad y así lo vive la propia narradora, porque no está pudiendo quedarse embarazada. Concordaba muy bien bajo el paraguas de ser de fuera, era una persona viendo desde fuera algo que querría tener y con ese contacto constante con las sobrinas que le recuerdan o le hacen pensar en los hijos propios que querría tener.
Lo que ha volcado en los relatos es el contenido que le interesa leer, ¿pero en que autores se ha fijado?
—En Euskadi, por ejemplo, Eider Rodríguez tiene una colección de cuentos increíble, Un corazón demasiado grande. Cuando escribía cuentos también los leía más, no solo por placer, sino para analizar cómo se escriben. Me han acompañado Lydia Davis o Annie Ernaux, que habla mucho de salir de los orígenes y de clases sociales. Ha sido una gran inspiración. También es un gran cuentista Leonard Michaels. Y me fijé mucho en el relato Aquí estoy planchando de Tillie Olsen.
Algún crítico ha señalado que el suyo es el mejor debut de 2024.
—Ese tipo de críticas sorprenden. Llega un punto en el que no sabes valorar tu libro. Acabas muy harta. Pero todo lo que está pasando con el libro es increíble. Simplemente hablar con la gente que lo está leyendo, ya me parece un regalo.