Cuenta Belén Rueda (Madrid, 1965) que, a pesar de haber estudiado Ballet Clásico, nunca se ha desempeñado como bailarina. Hasta ahora. A las órdenes de Magüi Mira, encarna a una Salomé desbordante de sensualidad. Y baila. Y pide la cabeza de Juan Bautista, pero también reflexiona sobre conceptos como el poder, el sexo, el deseo, las guerras o la represión contra la mujer.

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Belén Rueda protagoniza Salomé en el Teatro Arriaga de Bilbao Jero Morales

La sensualidad ocupa un lugar central en la historia. ¿Por qué es tan importante y de qué manera se refleja?

–En aquella época las mujeres no tenían acceso ni a la cultura ni a ningún tipo de formación y cada una utiliza las herramientas de las que dispone en cada momento. En ese sentido, Salomé se sabía bella, sensual. Y, a través de la sensualidad, conseguía lo que quería. Por ejemplo, escapar del palacio convenciendo a los centinelas de que la dejasen salir. Ella era consciente del poder de esa arma y la utilizaba para encontrar rayitos de libertad. A veces, de manera inconsciente; otras siendo consciente de lo que hacía. Era su única herramienta.

Magüi Mira, directora de la obra, reivindica en esta versión “el deseo sexual que se ha negado a las mujeres”. A Salomé, ¿quién o qué le niega su deseo?

–Su condición de mujer. Ella nace con unas normas, que no se puede saltar en ningún momento. Y, ¿quiénes se lo niegan? Pues los hombres que están por encima de ella. Su padrastro, la sociedad, la idea de cuál es su función en la vida…

La obra problematiza muchos conceptos que están a la orden del día como el poder o el deseo. ¿Puede situarse esta historia en el tiempo presente? ¿Hoy día se sigue restringiendo el deseo de las mujeres?

–Dicen que las comparaciones son odiosas, pero hay países en los que la historia que estamos contando aquí, por desgracia, está vigente. Hay mujeres que no pueden mostrar su rostro ni vestirse como a ellas les gustaría o hacer una vida independiente de su familia.

Usted, ¿cómo define su personaje?

–Es una mujer impulsiva. Sabe lo que quiere, pero no cómo hacer que eso se cumpla. Tiene un carácter salvaje, sin connotación negativa, porque aquella persona que dice lo que piensa sin pretender agradar también puede ser salvaje. Ella, simplemente, expone lo que tiene dentro sin querer imponer su pensamiento. Cuando intenta atraer a Juan Bautista y este le dice que no, Salomé tiene su momento de desesperación. Pero no le obliga a nada, aunque acabe pidiendo su cabeza influenciada, eso sí, por su madre, la reina Herodías.

¿Y cómo ha sido el camino por el que ha transitado hasta meterse en su piel? A nivel interpretativo, ¿qué retos ha tenido que afrontar?

–El reto ha sido interpretar a una mujer que tiene que ver muy poco conmigo, porque su expresión es impulsiva, salvaje. Ahora, Salomé me ha dado algo muy valioso: no esconder mi físico. Yo, como Belén, intento esconderlo. Pienso que no tengo que ir con él por delante. Estudiando profundamente a Salomé, he pensado: “No va a ir por delante, ¿pero por qué tengo que esconderlo?”. Si alguien lo malinterpreta, ese es su problema, no el mío. Esto es muy interesante, porque tú a los personajes les prestas tu cuerpo, tu mente, tu comprensión… Pero, a veces, ellos te hacen entender que no tienes por qué negarte determinadas cosas.

Su carrera es extensa. Teniendo en cuenta los personajes que ha interpretado, ¿cuál es la valoración que hace de Salomé?, ¿ha llegado a incomodarle?

–No, nunca. Yo hice la carrera de Ballet Clásico y nunca he bailado con ningún personaje. Ahora, con casi 60 años, me ha tocado. Salomé me ha dado vida y la chispa para hacerme muchas preguntas, como por qué las mujeres, con la edad, nos negamos a hacer ciertas cosas que en teoría ya no se pueden hacer.

¿Le resultó complicado estudiar el libreto de esta obra?

–Hicimos la obra en agosto y la hemos vuelto a coger hace un mes. Entre medias he hecho una serie. “¡Dios mío!, ¡dónde estarás, Salomé!”, pensé entonces. Cuando la empiezo a recordar, me tengo que mover como me muevo en el escenario, porque de alguna manera la memoria no es solamente de texto, también es emocional. Si yo me muevo por aquí o hago este movimiento me acuerdo de lo que sentía y de las palabras.

¿Qué mensaje cree que está transmitiendo a través de Salomé? ¿Se siente cómoda transmitiéndolo? A veces, las historias duelen…

–Cuando te subes al escenario a interpretar una obra, hay una cosa muy positiva, en cada una de las funciones aprendes algo. En ocasiones, el proceso creativo es doloroso porque, de alguna manera, estás abriendo tu alma. Yo soy pudorosa en ese sentido. Me gusta que mi intimidad sea mía. Pero soy consciente de que, cuando estás haciendo una exposición, intentas empatizar con otras personas que puede que estén pasando por esa mierda de situación. De alguna manera, les estás diciendo que no están solas; que aunque tu reacción sea diferente lo que cuentas no debería pasar, o que debería pasar más a menudo. Yo creo que interpretar es un acto de generosidad, la generosidad de decir estamos juntos.