La tercera y última jornada del 15º Bilbao BBK Live contaba con dos cabezas de cartel: Pet Shop Boys a una hora prudencial y J. Balvin, ya bien entrada la madrugada y destinado a un público más juvenil. Los primeros, de nuevo en gira para recuperar sus 40 años de éxitos y tan impasibles como siempre en escena, salieron perdiendo en asistencia. El dúo tiñó de nostalgia su largo concierto, trufado de fascinantes melodías pop conducidas por sintetizadores. Antes de que sonaran Suburbia, Rent o It´s a sin, el anochecer fue cosa de dos mujeres empoderadas y valientes: Rigoberta Bandini y Nathy Peluso, que rivalizaron en aplausos de los fans.

Aunque Pet Shop Boys forman ya un capítulo destacado –y con razón– de la enciclopedia de la reciente música popular, bien es cierto que su época dorada se enclava el siglo pasado. Hace ya mucho tiempo que no firman ese tipo de clásicos populares y, por tanto, intergeneracionales, que todo el mundo canta, baila o asocia a momentos especiales de su vida. De ahí a negar la evidencia de su elegancia y maestría cada vez que se suben a un escenario va un trecho demasiado largo e injusto.

En Kobetamendi volvieron a demostrar su savoir faire cuando se acercaban las 23.00 horas del sábado. Todo estaba a su favor, desde una multitud entregada de antemano a un repertorio imbatible e incuestionable, el que han forjado a lo largo de más de 40 años de hits electro-pop. Con esa mochila que cargan el vocalista Neil Tennant y el teclista Chris Love, la gira Dreamworld, basada en todos sus éxitos y retrasada por la pandemia, convirtió el Bilbao BBK Live en la tierra soñada por los fans del dúo.

Una especie de telón se levantó entre barridos de luces y aparecieron ellos, alentados por el rumor de los fans, decididos y con unas máscaras mutantes, cual cybors, haciéndose dueños del centro del escenario mientras sonaban las primeras notas de Suburbia. Encajados entre dos farolas como escenografía, Neil, con su voz justa y su prosodia particular, de teatralidad contenida, desgranó los versos: “Cada vez que miro hacia atrás en mi vida es siempre con vergüenza”. Mintió. Lo hizo durante una larga hora y media, y rebosante de orgullo. 

El público, diverso en condición sexual y más maduro que joven, reconoció Can you forgive her? e inició la liturgia de cantos y bailes. Y es que con el dúo británico, la danza la pone el público siempre. Chris repitió esa pose calcada por Nacho Canut que parece impostada, de no mover nunca un músculo y Neil es lo opuesto al vivaracho Jagger, y más ahora, que va camino de los 70 años. En gimnasia y mantenimiento físico no se gasta la pasta, no. Eso sí, con Opportunities (Let's make lots of money) se quitó ya la mascarilla e hizo un remedo de invitación al público para que bailara.

Complaciente, los fans se desataron con la invitación del dúo a participar en un viaje ensoñador donde siempre suena la música. Y lo hicieron con dos versiones rotundas y llevadas a su terreno –el de las melodías pop encantadoras y la rítmica electrónica– de Where the streets have no name y I can't take my eyes off you, popularizadas por U2 y Frankie Valli, respectivamente. Debajo del escenario no se podía quitar los ojos de Neil mientras cantaba Rent, esa oda al amor remunerado, y el drama cotidiano de So hard daba paso a Left to my own devices.

La retirada de las farolas del escenario, el cambio de vestuario de Neil y la presentación de dos percusionistas electrónicos y otro sintetista adicional, con Chris ya subido en una tarima central aunque todavía parecía que pensando en qué iba a cenar, dio paso a un sambódromo con la llegada de Se a vida é y Domino dancing, con las proyecciones ya acaparando toda la pantalla trasera. A la hora de cerrar esta edición se esperaba que el dúo descargara el grueso de sus himnos, de los ajenos, con versiones de Go west y You were always in my mind, a los propios, con It´s a sin, West end girls o Being bored a la cabeza mientras el público disfrutaba del viaje nostálgico, en absoluto aburrido.

ELLAS Antes del recital del dúo, Nathy Peluso, argentina radicada en Barcelona desde hace unos años, atrajo todas las miradas y deseos. Su sexualidad desbordante, ceñida con dificultad en un buzo, un repertorio omnívoro alimentado de diferentes ritmos, tanto añejos como actuales y urbanos, y una entrega y presencia escénica febril prendieron fuego entre el público desde su inicial Celebré.

Y eso fue su concierto, una celebración de fiesta y libertad femenina, de mujer fuerte y liberada, que en Sana sana rimó bitch con hachís, police y clítoris a ritmo de hip hop, conjuró la melancolía urbana con r&b negro de acento porteño en el tema Buenos Aires, se lanzó desaforada a la salsa heredera de la Fania All Stars mientras sus músicos, metales incluidos, demostraban su virtuosismo, y arreó al final rescatando parte de sus sesión con el productor Bizarrap, rescatando Ateo, su éxito compartido con C. Tangana… y el público, y diciendo agur conjugando reggetón en Delito, nuevamente el hip hop en Corashe y el eterno sonido disco en su canción Emergencia.

El relevo a la argentina se lo dio Rigoberta Bandini, la estrella surgida de la pandemia, quien ha ido creciendo, canción a canción, hasta que se ha vuelto obligada en festivales tras su aventura en la previa de Eurovisión. La autodenominada truhana, apoyada en una banda familiar –dos primos a los coros y percusiones y su pareja y cómico de Venga Monjas a los sintetizadores– y la fusión del pop con los ritmos electrónicos, dejó mucho baile tras la interpretación de Too many drugs in Spain we call it soledad, Perra o Ay mamá entre bailes, empoderamiento femenino, mamas al aire, humor, guiños a Massiel, Mocedades, Julio Iglesias y a los payasos de la tele en el (casi) estreno de una versión feminista de un tema de Miliki con el apoyo de Amaia de OT al micro.