Todo un espectáculo marcado por la energía y el baile de casi 30.000 fans. Eso fue el concierto de LCD Soundsystem, el grupo de James Murphy, elegido con acierto como cabeza de cartel de la jornada inaugural del XV Bilbao BBK Live, la del regreso a Kobetamendi. El espectáculo, único en un festival europeo de este verano, demostró que la banda estadounidense es una engrasada máquina del ritmo que trituró las fronteras entre rock, pop, funk, punk y electrónica en su repaso a canciones ya inolvidables como All my friends o Dance yrself clean.

Y el sueño se cumplió: LCD Soundsystem vino a tocar a nuestra casa. Bueno, cerca; a Kobetamendi, donde Murphy, compositor, cantante, percusionista, productor y remezclador, ofreció un convincente concierto basado, como no podía ser de otra forma, en el ritmo y la colisión de estilos. Una cita que confirmó la bondad del regreso de la banda tras un largo hiato y que coincidió con su vigésimo aniversario sobre los escenarios y de la creación de su sello neoyorquino, DFA, agitador de la escena de club y que nos descubrió/influyó a The Rapture o Holy Ghost.

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Kobetamendi vibra en la primera jornada del Bilbao BBK Live Juan Lazkano

Salieron al escenario envueltos en sonidos funk que remarcaban la necesidad del amor, pero desde que sonó su primera canción, Get innocuous!, trallazo de funk y electrónica embadurnado por los ritmos de Kraftwerk y las inflexiones vocales de Bowie, ya dieron pistas de lo que sería el recital: una hora y 45 minutos de baile irrefrenable marcado por ritmos minimales y monolíticos, y una música a la que se le ven las costuras en cada acorde, fruto de la mezcla de múltiples estilos, pero que, a la postre, acaba sonando radicalmente personal.

Después llegó I can change. Lo dicho, declaración de principios total y confesión explícita con su guiño al Radioactivity de los alemanes pioneros de la electrónica. “Abre los brazos y baila conmigo hasta que me sienta bien”, cantaba Murphy, utilizando el falsete mientras jugaba también con las percusiones. Y miles de fans le hicieron caso, también en Daft Punk is playing in my house, otro guiño devoto que añadió la electricidad de las guitarras con su riff distorsionado y Murphy tocando un cencerro –sí, como los de los baserris– y golpeándonos el estómago tanto como Metallica.

Y quienes quería hits siguieron disfrutando con sus canciones enérgicas –propulsadas por un sonido poderoso–, de largos desarrollos y bases repetitivas. Cayó You wanted a hit, Tonite y Tribulations, esta última con arreglos afterpunk/disco que nos recordaron a los primeros New Order al llegar el primer solo de guitarra. Esa es otra: !el grupo! Recogido en el centro del escenario, como una piña, los músicos se intercambiaron instrumentos y alternaron percusiones sintéticas con baterías reales, bajos trepanadores y múltiples barridos de sintetizadores.

Rock y electrónica

Yr City´s a sucker nos movió con una bola de espejos brillando en lo alto del escenario mientras que el sonido de una sirena nos lanzó con el musculoso riff de un sintetizador al pop encantador de Someone great antes de la confesión primera/definitiva de Murphy, el single Losing my edge, que cumple ya 20 años y que volvió a explicitar sus influencias en sus casi 10 minutos, de PIL a Sonics, Suicide, Captain Beefheart, Beach Boys, Modern Lovers, el techno de Detroit, Lou Reed…

En la recta final, con las piernas ya cargadas, sonó Home y su versión guitarrera y postpunk de No love cost, rareza casi desconocida de Joy Divison, otro de sus grupos de cabecera, antes de que Murphy jugara con la estética y el sonido de los crooners en New York, I love you but…, único tempo lento de la velada. Y el final quedará para el recuerdo del festival con la unión de Dance yrself clean –con David Byrne en el recuerdo– y All my friends, que sonó como un mantra de rock electrónico en un crescendo que parecía infinito.