donostia - “¡Silencio!, ¡motor!”. La orden no se dirige al personal de un plató, sino a varias decenas de curiosos, bañistas, ciclistas, turistas y vecinos que, al otro lado del cordón instalado en el paseo de La Concha, buscan con su mirada al hombrecillo de las gafas de pasta y el sombrero de pana.

Woody Allen trasladó ayer sus bártulos al epicentro de la ciudad, una bahía donostiarra repleta de bañistas ajenos al ajetreo concentrado en la zona del Café de La Concha, oculto bajo una maraña de biombos, reflectores y tiendas de tela.

Era el día más temido por el Ayuntamiento, porque se había hablado de que el rodaje del último filme del cineasta estadounidense obligaría a “cortar” La Concha en pleno verano y cualquier avatar relacionado con el arenal donostiarra es fruto de peculiares y encendidos debates ciudadanos en Donostia.

El inconveniente no fue tanto, ya que las escenas de playa se rodaron a partir de las 7.00 de la mañana, con Gina Gershon ante la cámara, y posteriormente solo quedó acordonada una pequeña zona con cuatro filas de los icónicos toldos blanquiazules. Posteriormente fue el turno de Wally Shawn y unos cuantos figurantes, todos ellos controlados por el director de fotografía, Vittorio Storaro.

“Esto da vidilla a la ciudad”, opinó una señora protegida con un sombrero de paja de ala ancha, que interroga constantemente a un paciente policía municipal que vigila el cordón. “Es Woody Allen, esto es bueno para la ciudad”, insistió, al tiempo que mostró su incomprensión por la convocatoria de un grupo de organizaciones sociales que protestaron por la tarde por la presencia del neoyorquino en la capital.

Aunque no se limitó el acceso al arenal, el rodaje sí obligó a cortar el paseo, tanto para peatones como para ciclistas. Del mismo modo, guardias municipales regularon el tráfico, ignorando la programación de los semáforos, en función del rodaje, para que el ruido de coches y motos no se colase en la última obra de Woody Allen, titulada provisionalmente Rifkin’s festival.

Entre los curiosos destacaron dos niñas y un chaval con carteles en los que se pudo leer Woody Allen is the Best y We love Woody Allen, ataviados con camisetas con el rostro o el nombre del autor de Annie Hall. “Vemos sus películas en casa con un proyector, en versión original en inglés”, explicó Antonia Tejeda, su orgullosa madre, que consideró que los filmes de Allen son los mejores para introducir a los niños -los suyos tienen 6, 9 y 11 años- “en los temas importantes, como el amor y las cosas que te pasan en la vida”.