Bilbao - A pesar de las loas de tantos, The Strokes nunca fueron los salvadores del rock aunque sí lo agitaron durante un lustro deslumbrante y fugaz a principios de este milenio. Sin inventar la pólvora y con sus deudas exhibidas con orgullo, estos neoyorquinos se marcaron una fiesta-concierto algo irregular en la segunda jornada de Bilbao BBK Live marcada por la nostalgia, la sencillez y una decena de grandísimas canciones, amplificadas y con los medios de un estadio pero tocadas como si se estuvieran divirtiendo en el local de ensayo.

Niño rico conflictivo, Julian Casablancas, el cantante de The Strokes, comparte hieratismo con Liam Gallagher. Se mueve menos que un portero de futbolín. En Kobetamendi agarró el micrófono, se apoyó en él y descargó las mejores (y ya antiguas) canciones de una banda que, en su día, pareció que iba a cambiar el mundo del rock y que finalmente solo lo hizo más divertido durante el lustro. Que no es poco.

En Bilbao se advirtió de inmediato su estatus como cabeza de cartel. Su sonido resultó apabullante en watios. Heart in a cage, con su fácil pero efectivo y nervioso riff, tumbaba de espaldas. Y no le fue a la zaga el despliegue luminotécnico de la siguiente, el medio tiempo You only live once, al que siguió la rockista Ize of the world, con la guitarra de Albert Hammond Jr. (sí, el hijo del autor de It never rains in southern California) zumbando inquieta en un personalísimo solo.

Pronto, con las guitarras rasposas de The Modern age, se advirtió la efectividad del bonito ejercicio de nostalgia que ofreció el grupo, que se vivió asentado en los medios de los grandes pero tocando (y divirtiéndose) como cuando eran unos principiantes y se subían al escenario por su primer sueldo en un bareto de Nueva York o en propio el local de ensayo.

Éxitos La respuesta a New York City cops y Hard to explain evidenció que el público también lo disfrutaba. Y no resulta difícil de explicar cuando el quinteto, que no publica un disco desde hace seis años y renegó anoche de sus dos últimos, concentró su recital en lo más granado de sus tres primeros álbumes. Y ahí había mucho de donde rascar, especialmente de su debut, Is this it?

Si exceptuamos la bonita balada pop Under control y un tramo irregular pasada la mitad del set, el recital fue una tormenta de éxitos que descargó sobre la aborrotada explanada del monte bilbaino con una respuesta festiva que recordó las noches gloriosas del festival, con 40.000 cabezas botando ante el cruce de guitarras y la efectividad melódica de Reptilia o Razorblade.

Picando tanto del encanto destartalado de la Velvet como de sus sucesores neoyorquinos de los 70, de Ramones a Blondie y los Television de Tom Verlaine cuando Hammond Jr. se erigía en el jefe con su guitarra punzante y metálica, The Strokes se recuperaron y pisaron el acelerador con un póquer de cuatro joyas de su debut: Soma, la atropellada Someday y, ya en el bis, Is this it? y Last nite, confirmando el triunfo de la nostalgia de un grupo que no necesita grabar para abarrotar festivales renegando del presente y el futuro porque le basta con su glorioso pasado.

En las antípodas de Casablancas se mostró Brett Anderson, el veterano, carismático e incombustible cantante de Suede, todo un animal de escenario que focalizó el concierto del grupo británico, marcado por la entrega física y la vehemencia emocional. Y siempre con su líder marcando terreno, con su voz pletórica, maleable y sin problemas para llegar a los agudos y el falsete, y con un despliegue físico impropio de un tipo de casi 52 años.

De rodillas, saltando, subiéndose a los monitores o haciendo girar el cable del micrófono como un arma, Anderson ofreció una lección magistral de rock, pop y glam heredera tanto de Bowie como de Sex Pistols. Teatrales y oscuros en ocasiones, como en la reciente As one, el repertorio demostró que Sude sigue emocionando con el rescate de canciones ya legendarias como So young, We are the pigs, Trash o Animal nitrate y The wild ones, estas dos últimas acompañadas de los coros (“oh, oh, oh” y “la, la, las”? de un público devoto.