leiva, José Miguel Conejo en su DNI, hizo historia con Pereza, al lograr que la juventud amara el rock’n’roll, siguiendo el camino trazado por Tequila casi tres décadas antes. Alentado por The Beatles, los Stones, Dylan, Springsteen, Lou Reed, Ronaldos y Burning, dejó el dúo en su mejor momento comercial y con el tiempo ha logrado el mismo éxito en su carrera en solitario, que este fin de semana da su cuarto paso, Nuclear (Sony Music), un disco confesional y sobrio, que presenta a su autor más en los huesos que nunca y que presentará en el BEC el 22 de junio.

Diciembre, Pólvora, Monstruos... son las muescas de Leiva en solitario, un rockero a quien no le perdonan que en los últimos siete años llene pabellones y venda miles de discos. Colega de otros heterodoxos como Quique González, Iván Ferreiro y Xoel López, a Leiva, amado por sus fans y odiado por quienes le acusan de venderse al mainstream, los premios no le caben en su casa (sigue en su barrio, Alameda de Osuna) y puede jactarse de contar con un Goya por La llamada y de haber producido el último disco del maestro Sabina.

Nuclear, cuya gira se iniciará en mayo y pasará por Bizkaia el 22 de junio, es un disco confesional y sincero, alejado de efectismos sonoros y que funciona como un espejo dirigido al corazón de su autor, para reflejar sus convulsiones sentimentales. “Hemos querido contar lo que cantan las canciones, traducido a nuestro dialecto. Entendemos cada canción como un lugar diferente y único en ese viaje al epicentro, el sitio del que nace todo. Al núcleo”, explica.

Leiva pide sobre esta colección de 12 canciones nuevas, que se entregan con una elegante presentación que con cada canción va desvelando diferentes capas hasta llegar a un corazón abierto abruptamente, que se degusten con tranquilidad en unos tiempos de “consumo de la música como si fuera un kebab”. Un álbum “ligero de equipaje” y en el que ha buscado restar instrumentos y mostrarlo “en su expresión mínima”.

Convulsiones emocionales Núcleo es fruto de un momento compositivo prolífico de Leiva. Como Prince y el Calamaro de El salmón y Honestidad brutal, tuvo que elegir entre 50 canciones. Marcado por la sobriedad y sin una producción exuberante ni arreglos virtuosos, sus habituales metales solo se lucen en dos canciones y los teclados de César Pop aparecen con cuentagotas, como en el medio tiempo No te preocupes por mí.

El resto de temas suenan interpretados con el grupo reducido a su esencia, con un par de guitarras, bajo y batería, más algunos coros, entre ellos los de su hermano Juancho. A pelo... y grabados en directo. Tan en los huesos como su propio autor y con la sabiduría al mástil y a la producción del Fitipaldi Carlos Raya, elegido tras desechar al francés Robin Coudert, colaborador de los franceses Phoenix.

Son canciones marcadas por la caricia eléctrica habitual de Leiva, de sus guitarras (con rabia y el aroma del rock ácido de los 70 en Lobos, una historia de traición y ajuste de cuentas, y pesadas en Superpoderes) y la atracción y el poderío pop de sus melodías y estribillos. Temas que saltan del onírico En el espacio, que dispara electricidad en su tormentoso final, al rock sin bridas de Como si fueras a morir mañana, el ritmo new wave de A ti te ocurre algo o la balada al piano Costa de Oaxaca, bañado en Sabina y mezcal.

“Creo que fui demasiado sincero”. Ese es el primer verso de un disco en el que se oye también “últimamente siempre estoy en mi peor momento”, así como alusiones a su familia, pareja, problemas creativos y referencias cinéfilas (Tim Burton) y literarias (Gabo), así como al acoso de la era digital. Temas que radiografían los vaivenes emocionales de su autor, que van del deseo y el ansia inicial, cuando “todo es tan perfecto” y se pelea a muerte, al derrumbe, el deseo de salir corriendo y la rabia cuando llega la separación y reconoces que “siempre vas a perder”.

Romanticismo Guerrillero de su música, Leiva busca recompensar a “los románticos compradores de discos” con un álbum extra, disponible en la edición CD y vinilo, en la que agrupa las 12 canciones en formato acústico y como surgieron, desnudas y grabadas en su iPhone, entre 2016 y 2018, con defectos en la interpretación vocal y musical, versos cambiados después en el estudio y los coros de su chica, la actriz Macarena García, hermana de uno de los Javis. Fotografía imperfecta, sí, pero “una manera bonita de desmitificar cómo se graban las canciones, de dónde provienen y en qué se pueden convertir”, concluye.