Con motivo del centenario del nacimiento de Julio Caro Baroja (1914-1995) la Kutxa Boulevard, en colaboración con el Ateneo de la ciudad, ha organizado en su sala de exposiciones una interesante y cuidada muestra de dibujos y óleos, que el sabio de Itzea realizó en su viejo caserón de Bera, en sus ratos de ocio y de placer.

De sus tiempos de etnólogo y antropólogo social, Caro Baroja guardaba su amor por el trazo y el lápiz rápido y fértil que captaba objetos, casas y paisajes que fueran fiel reflejo y exponente de sus descripciones investigadoras. Y ese amor, más el peso del clan de los Baroja por su afición al arte, le llevó a Julio hacia 1970 a plasmar cuidados dibujos y pinturas en los que manifestó de manera libre y fantástica su afición a la Pintura.

En más de una ocasión, y en mis visitas a Itzea en compañía de mi amigo, el también etnógrafo tolosarra Juan Garmendia, pillamos a Julio con los lápices de colores y con la paleta en la mano. Y recuerdo que en alguna ocasión nos comentó irónicamente que ganaba más dinero con sus pequeños monigotes, que con los muchos libros y ensayos que había realizado a lo largo de su vida. El hombre disfrutaba con sus pinturas, pinturas que algún año sirvieron como telón de fondo al Nacimiento navideño que el sabio construía con primor para su sobrino, y para él mismo, y que le llevaban indirectamente a poseer buenos conocimientos de perspectivas, planos, colores y encajes también para sus dibujos y pinturas.

Pues bien, algunos de ellos, pertenecientes a fondos de Kutxa, de algunos coleccionistas y galeristas, son ahora expuestos para gozo y regocijo de muchos en la Sala Boulevard de Donostia, en la que será la última exposición antes de su cierre.

Se trata de paisajes urbanos y de montaña, así como alguno de mar, en los que multitud de pequeños personajes de toda casta y ralea campan a sus anchas por calles, caminos y plazas. Y todo ello sobre un fino dibujo, heredero de Alberto Durero y de los grandes dibujantes alemanes y holandeses, por los que Julio sentía verdadera devoción y aprecio, y de los que guardaba un buen número de catálogos, estampas y postales en su biblioteca y en sus mesas de trabajo. La luz de la habitación en la que trabajaba era tenue y perlina, y Julio, de pie, plasmaba ante el lienzo paisajes y personajes, formas y colores de fuertes colorido. La exaltación del color que utiliza Caro Baroja parece proceder de su amor por los pintores fauvistas, aunque su iconografía no fuera del todo de su gusto. A él le gustaba más la tradición clásica de la historia del arte, el amor por el dibujo y la línea. Pero todas sus obras derrochan imaginación y fantasía, son paisajes irreales del País Vasco y del Mediterráneo, realizados como evasión y ocio tras sus muchas horas de investigación y de lectura. Son disparates de la imaginación, fantasías oníricas con las que él se divertía, pero que están cargadas de buen hacer, de humor, y de una cuidada caligrafía. Son escrituras oníricas.