LA cita tiene lugar en un establecimiento de la Avenida de la Libertad, a escasos metros de la primera casa de costura que fundó el modisto Cristóbal Balenciaga (1895-1972). Cuesta identificar a Elisa Erquiaga como la mujer que cumplirá 94 años en julio, pero enseguida una se da cuenta de que la vida le ha concedido no solo una genética privilegiada, sino también lucidez y un inquebrantable sentido del humor. Un prisma formidable para despejar el enigma sobre la personalidad del modisto, cuya huella en el siglo XX únicamente es comparable a su discreción.
En 1917, el año en el que Elisa Erquiaga vino al mundo, Balenciaga abría su primer establecimiento en Donostia. Sus caminos se cruzaron trece años después, cuando ella entró como aprendiza en el primer piso del número 2 de la avenida de la Libertad, "donde estaba Fabricantes Unidos". "El primer año te dedicabas a hacer recados. Fui contenta, estaba muy a gusto, en ese taller enorme. Balenciaga era serio, no hablaba apenas, decía lo justo pero sonreía. Yo quedé encantada con él, era muy buena persona", asegura. Y avanza el aprecio que sentía por él lamentando la investigación por presunta corrupción en el que se ha visto envuelta la construcción del museo que lleva su nombre y que se inaugurará en junio en Getaria. "Él no se merecía que pasara eso, que se viera mezclado en algo así", sentencia.
Para ilustrar la forma de ser del diseñador, Erquiaga recurre a sus destrezas como contadora de anécdotas: "Un día pidió que subiera la pequeña, que era yo. Como era ya la una de la tarde, yo, toda espabilada, me había quitado ya una de la zapatillas del taller y me había puesto uno de los zapatos. Subí, me miró a los pies, y se echó a reír", relata.
En otra ocasión, se había hecho de noche, aunque "no sería muy tarde", y vio a sus ayudantes más jóvenes todavía en el taller. Preguntó: "¿Qué hacen aquí las pequeñas?". "Alguien le explicó que teníamos que entregar algún encargo. Él se negó. Dijo que nos fuéramos en taxi a casa y que nos dejase en la puerta". "¡Un taxi en aquellos tiempos!", interviene su hija, Elisa Abad Erquiaga.
Su historia predilecta pertenece también a esta primera época. Le encargaron que fuera a una mercería a por un bordado "a tono" con un sombrero y le subrayaron que tuviera "cuidado". "Fui a la mercería y compré el que me aconsejaron. Como me gustaban mucho las txintxortas (cortezas de cerdo), compré una bolsa en una charcutería, y me fui a comerlas al puente, en la zona cercana al taller. Me puse junto a un hombre que estaba pescando y cuando las iba a terminar, fui a tirar el papel y en vez de tirar lo de las txintxortas, lancé el paquete de las sombrereras al agua... ¡Qué disgusto! Le pedí al hombre que lo pescara, y él venga a echar la caña, pero ¡qué va! Desapareció. Fui al taller llorando, cuando se lo conté a la encargada, que era muy seca, me dijo: ¡Jesús! Suficiente. Estás despedida. Y yo venga a llorar. En ese momento pasó Balenciaga, que no solía bajar, siempre estaba arriba. Y preguntó: ¿Qué le pasa a la pequeña? La otra se lo explicó con todo detalle. Él me cogió de los hombros, me dio un abrazo y me repitió: No llores, pequeña, que no pasa nada, que no pasa nada. Y la encargada mirando con cara larga como diciendo a esta ya no la despido. Seguí trabajando".
ante el gobernador
La denuncia de las modistas
Elisa Erquiaga recuerda también que el novio de una de las modistas fue a recogerla una noche y, al entender que no eran horas para trabajar, denunció a Balenciaga. "¡Me dio una rabia!", recuerda. Lo que no sabía Elisa es que su sentimiento era compartido por el resto de las trabajadoras.
Miren Arzalluz recoge en el libro Cristóbal Balenciaga. La forja de un maestro una noticia del periódico El Pueblo Vasco que informa a sus lectores de la "singular" visita que tuvo el gobernador de Gipuzkoa el 19 de marzo de 1932. "Unas modistas de la Casa Balenciaga fueron a protestar porque no se les dejaba trabajar. Además hacían grandes elogios de su patrón. Poco corriente es esto en los tiempos actuales, en que no hay visita obrera en el Gobierno Civil que no vaya a reclamar contra los patronos", subraya el diario. "Las modistas de la Casa Balenciaga fueron a protestar porque ellas estuvieron ayer trabajando fuera del horario del trabajo. Hacían constar que el trabajo denunciado son horas extraordinarias que se les abona espléndidamente. Decían, además, que no tenían inconveniente en trabajar a estas horas aunque fuera gratis, y por la duración que se les indicara, porque todo lo merece un patrón que, además de conceder buenos sueldos, tenía la atención de pagarles cuando, por no haber trabajo, se hallaban paradas. A esas atenciones hay que corresponder -decían las muchachas- y por eso venimos a protestar, de que haya sido denunciado nuestro patrón", redactó literalmente el periódico.
Tras el incidente de las txintxortas, Elisa Erquiaga se quedó dos años más ya como modista, adiestrada, además de por las oficialas, por la propia madre del modisto, que vivía en el piso de arriba del taller con Balenciaga y "con un señor francés muy guapo". Pero, pese a que era una época poco benévola con las relaciones homosexuales, "nadie hablaba de eso en el taller", advierte Elisa, probablemente por el respeto que se había ganado el modisto entre sus empleadas. Arzalluz identifica al señor francés como Wladzio Jaworoswski d'Attainville, que años después le seguiría también a París.
Mientras Elisa Erquiaga sigue adquiriendo destrezas en el corte y confección, Donostia evoluciona de acuerdo a las transformaciones políticas del momento. La ciudad de veraneo escogida por la reina María Cristina, a la que siguió toda la aristocracia española, nutría buena parte de la clientela de la casa de la Avenida, especializada en alta costura. Con la proclamación República, los talleres que había abierto después, Eisa (de la pronunciación fonética del apellido de su madre, Eizaguirre) Costura, en la calle Okendo, y B.E. Costura en la calle Santa Catalina, más orientadas a la burguesía donostiarra, siguen triunfando, pero la actividad en la Avenida se reduce drásticamente, y se limitará a hacer modelos únicos por encargo. Elisa Erkiaga, como el resto de las últimas modistas que entraron en ese taller, se queda, esta vez sí, sin trabajo.
No volvió a ver al modisto. Antes de que estalle la Guerra Civil, el maestro tiene tiempo de abrir dos nuevas casas de costura, en Madrid y Barcelona, pero, según recoge Arzalluz en su exhaustiva investigación, varios testimonios confirman la marcha de Balenciaga después de que el 5 de septiembre se asaltase Donostia y el día 13 las tropas del bando franquista cruzaran el puente de Santa Catalina.
No está claro el momento preciso en el que abandonó la ciudad, aunque la autora de La forja de un maestro especula con que lo hiciera el día anterior, el 12 de septiembre de 1936, jornada en la que se registró un éxodo de miles de donostiarras.
La única certeza es que menos de un año después, en agosto de 1937, Balenciaga ya presentaba su primera colección en París. Algo que a Arzalluz le sirve para reivindicar el motivo de su libro: poner en valor "la dimensión real de la empresa de Balenciaga entre 1917 y 1936 -es decir, la que desarrolló en su tierra natal- que ha sido poco estudiada y en numerosas ocasiones, infravalorada".
"Resulta cuando menos sorprendente que nadie dé importancia al hecho de que Balenciaga se estableciera en París ya en su madurez, que no desempeñara labores de ayudante en ninguna de las casas de alta costura ya establecidas en la capital de la moda o que desde la presentación de su primera colección en agosto de 1937 su éxito fuera incontestable. Y es que, cuando se estableció en París, Cristóbal Balenciaga era ya un hombre hecho a sí mismo, además de un extraordinario modisto en plena madurez creativa", concluye Miren Arzalluz.