Ya lo explicamos en este mismo espacio hace un par de años: fue solo un gesto que conmocionó al mundo, pero que define como ningún otro el excepcional corazón de la maravillosa actriz Doris Day. La misma que, a pesar de sus convicciones conservadoras y republicanas, fue amiga de sus amigos en los buenos y malos momentos. Porque lejos de distanciarse, cuando su querido Rock Hudson, con el que trabajó en innumerables comedias, desveló que padecía sida en una emotiva rueda de prensa en julio del año 1985 (mostrando, por cierto, un terrible deterioro físico) ella fue la primera en llamarlo, quererlo y cuidarlo. Le ayudó económicamente, le entrevistó en su propio programa de televisión (en contra del criterio de sus jefes) y, tras mostrarle en directo su incondicional cariño y amistad, se enfundó con él en un interminable abrazo que conmocionó al mundo y se convirtió en leyenda de respeto, tolerancia y libertad.

Dando, sin duda, una incontestable lección a la sociedad y a ese Hollywood progresista que, tras enterarse de la enfermedad, le había dado la espalda. Ni el presidente Ronald Reagan, ni la primera dama Nancy, ni otros muchos actores y actrices que se definían como íntimos amigos quisieron acompañar a Hudson en sus últimos meses de vida. Solo tuvo el mimo de Day, Burt Lancaster y de la también inolvidable Liz Taylor.

Precisamente, la actriz de los preciosos ojos violeta, en contra del criterio del equipo médico, también quiso despedirse a toda costa de su gran amigo durante los últimos 30 años. Del bello y atractivo hombre con el que compartió set de rodaje en la película Gigante (1956), que les convirtió para siempre en inseparables. Y lo hizo colándose en el hospital de Los Ángeles donde Hudson llevaba meses ingresado. Allí, antes de su fallecimiento, pudo hablar con él. Acariciarle y mostrarle sus respetos, transformando un adiós ilegal en la emotiva despedida que 37 años después ha revelado a la revista Closer Weekly el médico y amigo de ambos Michael Gottlieb.