Entra usted en una estancia y se encuentran con un sinfín de trajes de época y disfraces y cajas que contienen, según rezan sus letreros, estrellas y planetas; pájaros, hojas y flores, máscaras, tripas o cabezas y la pregunta salta al instante: ¿Estaré ante la guarida de las mentes creativas o en el refugio de Jack, El destripador...? Entra esta crónica en ese universo donde todo es posible el taller donde se crea y se recrea el muy variopinto y jugoso vestuario de las artes escénicas, un espacio donde Nati Ortiz de Zarate deja volar su imaginación y posa los pies en la tierra con la investigación que localiza cada historia. Nati, sí, la actriz que guarda como un tesoro la fotografía en la que ella se afana en arreglar los costurones y darle vuelo al jersey de un gigante de Bermeo. Un gigante de fiestas, quiero decir. Con una envergadura de más de dos metros, cualquiera diría que se trata de una fotografía de un rodaje vinculado a los viajes de Gulliver. 

Si le comentas a Nati algo sobre esa rareza de nombrar en una caja utensilios como cabezas, pongamos por caso, ella imparte una lección improvisada. “Son botargas. Deforman el personaje con barrigas, jorobas, cabezas o culos postizos”. Entre los diversos ejemplos de la botarga como disfraz en la historia del teatro, el más usado fue un armazón hecho con ballenas o con alambre y revestido de tela, que se ponía el actor debajo del traje, consiguiendo así deformar su apariencia y creando figuras ridículas, bufas o monstruosas. Aclarada la primera duda, el primer asombro. 

Recuerda Nati que en los años ochenta era partícipe de un grupo cargado de ilusiones, Karraka. “Pintábamos, hacíamos la coreografía, poníamos los focos para jugar con las luces, preparábamos el telón... ¡De todo!”, recuerda la actriz, quien tampoco olvida a compañeras a las que les gustaba y se les daba bien la costura. “Entre Loli Astoreka, Itziar Lazkano y yo misma formamos lo que se llamó El batallón de las modistillas y ahí nació mi vocación. Y no olvidemos que reciclábamos lo que había; una puntilla, unas telas, unos flecos... Son oficios que van desapareciendo”. 

El taller está ubicado en el quinto piso del rascacielos de Bailén, todo un icono del Bilbao de ayer y del de siempre. Allí recuerda, junto a una marioneta rellena de perdigones que parece una mascota, que “cosas de plumas ya casi nadie hace y las piedras de las vedettes, tampoco. Son difíciles de encontrar. Igual Cornejo, en Madrid, que ya tienen más de un siglo y te enseñan trajes, qué sé yo, de Charlton Heston”. Para las escenografías, al parecer, se recurre a los maestros falleros y apenas se ven telas originales. “Hay que recordar que el teatro es mentira”, recuerda Nati, “pero se puede ambientar el vestuario. Ahí es donde todavía queda una manera artesana de hacer las cosas, menos digital”. 

Todo es un cambio. Fijémonos, por ejemplo, en la posticería. Cada vez hay menos demanda de pelucas y postizos en el teatro porque cada vez “esta todo más simplificado”, comenta la propia Nati, quien recomienda pasar por el taller de Alicia Suárez. Desde su experiencia como mujer de teatro le llama la atención cómo, aunque se haga una ópera barroca, se plantea interpretarla con aire contemporáneo. No se detiene ahí su juicio crítico. “Hay una apuesta por las proyecciones audiovisuales y ya no se demanda vestir el telón”.

Y, sin embargo, el suyo, el de Nati, era un mundo más artesano, más manual. No hay que olvidar que nació el 12 de mayo de 1960 y que ya con 20 años, en 1980, ya pisaba las tablas. Ahora habla recién llegada de Orduña porque sí, su creatividad encuentra todavía caudales por los que expandirse. En su taller han diseñado visitas teatralizadas. En el cuadro aparece, qué sé yo, Mari Anboto, dos bandidos o el mismísimo Aita Barandiarán, cuya sotana cuelga de un perchero. Ella, que presume de haber sido Zarambolas de 2008, ha trabajado en el teatro Arriaga, en Musekintza, en el Museo arqueológico, en EITB, donde diseñó, qué sé yo, las vacas de Betizu; en aquellas cenas teatralizadas que se celebraron en el castillo de Butrón durante un tiempo, con los carbonerillos de Olentzero (tiene, incluso, un diseño de creación propia del célebre carbonero...) o vistiendo a gigantes y cabezudos de un sinfín de localidades de Bizkaia y otros personajes del folclore y la cultura vascas.

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En los viejos tiempos de Karraka trabajaba en un taller de La Merced hasta que en los años 90 se independizó, se puso a trabajar por su cuenta. La memoria le pasaporta al cambio de siglo y en torno a 2005 instaló su taller donde aún hoy respira: en el taller abierto en el rascacielos de Bailén. Junto a ella trabaja allí Angélica García, hija de un bilbaino y una francesa que ya venía del mundo de la costura desde La France. Habla maravillas de ella, como también lo hace de Betitxe Saitua, que estudió alta costura con Javier Barroeta y que hoy hace vestuario escénico en Pabellón 6. 

Nati ha colaborado con diferentes compañías de teatro y ha trabajado con la productora Pausoka, participando en programas y series de cadenas como ETB y TVE . Presta su imagen en la serie de televisión Patria y sueña con un papel con continuidad en el cine o la televisión. No ha perdido ni un gramo de ilusión y cose que da gloria. Recientemente ha trabajado en cine y su trabajo más destacado está en Los Aitas de Borja Cobeaga. En televisión sus trabajos en las series Muertos S.L. , Los Artistas y Balenciaga de Jon Garaño le han convertido en una actriz de referencia.