En origen, fue la parroquia del arrabal de San Nicolás (al fondo del mismo y hasta la I Guerra Carlista se ubicó el convento de San Agustín, espacio que hoy en día ocupa el Ayuntamiento de Bilbao...) un barrio situado fuera de las murallas de la villa de Bilbao en cuya playa o arenal se juntaban los marineros para pedir a su patrón, San Nicolás, protección ante las tempestades. Les hablo de la iglesia de San Nicolás de Bari, que se levanta junto al paseo del Arenal. Fue construida entre 1743 y 1756, siguiendo el proyecto de Ignacio de Ibero, el mismo arquitecto que se había encargado de las obras del Santuario de Loyola en Azpeitia.

La ciudad no escatimó en gastos cuando trató de renovar el mezquino templo anterior y encargó los planos en 1743, como les dije, al experto cantero Ignacio Ibero. No pudo ser más vanguardista la propuesta espacial: una cruz griega inscrita en un cuadrado con los módulos angulares más bajos para capillas, sacristía y sagrario, una cúpula, el centro y dos torres flanqueando la fachada. En 1891 se reharía el acceso, con tímpano que lleva un relieve de Josep Llimona. La sinuosa espadaña y los balconcillos de las torres son lo más barroco del conjunto, resultando el interior muy austero.

En el mobiliario tampoco se escatimó pues en 1752 se le dotó de cinco retablos: Mayor, la Piedad, San Crispín y Crispiniano, San Blas y San Lázaro hechos bajo un mismo proyecto contratado en Madrid. Coinciden en ellos nada menos que el tracista Diego Martínez de Arce y el escultor Juan Pascual de Mena, dos maestros sobresalientes. Eran, además, profesores en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, la institución que controlaba en ese momento todos los aspectos de las artes. Con ellos colaboraron importantes artistas vascos, como los arquitectos Juan de Aguirre y Juan de Iturburu o el pintor Ildefonso de Bustrín, autor de los lienzos. generaron una joya del rococó.

Veamos que hicieron los elegidos. Se trata de un conjunto de cinco retablos que visten el interior de la iglesia de San Nicolás de Bari. La distribución de estos muebles es circular, adaptándose perfectamente a la forma octogonal del templo: preside el altar mayor el retablo central, dedicado a San Nicolás; lo acompañan dos retablos colaterales , el de la Piedad, en el lado del evangelio, a la izquierda según se mira al altar, y el de San Crispín y San Crispiniano, en el lado de la epístola, a la derecha según se mira al altar; el conjunto se completa con dos retablos laterales a los pies del templo, dedicados a San Blas el del lado del evangelio y a San Lázaro el de la epístola.

Permítanme quien esto lee que les hable de una vieja disputa. Si les pregunto quién es la patrona de Bilbao habrá pocas voces contestatarias sobre la identidad: la Amatxu de Begoña. Sin embargo, basta con acercarse con curiosidad a la catedral de Santiago para contemplar un altar de la Virgen de la Piedad con el título de Patrona Flaviobligensis. Para no pocos estudiosos historiadores Flaviobliga pudo ser Bilbao. Es más, a la diócesis de Bilbao se llama oficialmente Flaviobligensis en su versión eclesiástica. Castro Urdiales se atribuye esa misma identidad. Si primase la versión vasca, por tanto, en uno de los cinco retablos bien pudiera venerarse a la patrona de Bilbao.

Sigamos con la mirada profesional. Los cinco retablos fueron ideados de manera unitaria, como un conjunto coherente. Esto se nota en todos los aspectos de su diseño: en cuanto a la arquitectura o tracería, son todos del tipo llamado de cascarón, así consiguen dar sensación de profundidad en un interior relativamente estrecho; además, en todos ellos alternan estatuas talladas en madera con pinturas sobre lienzo, optándose por dejar los elementos arquitectónicos en el tono oscuro original de la madera para que resalte sobre ellos el colorido de las imágenes. También se tuvo cuidado al elegir los santos y santas representados, más de veinte, que eran los más venerados por los bilbainos del siglo XVIII.

Detallado todo el conjunto, esa crónica viene a posarse en el retablo de San Crispín y San Crispiniano. Todo tiene su porqué, curiosidad que me despertó un feligrés al preguntar qué pintaban dos soldados romanos en el culto.

Cuentan las crónicas que fue el gremio de zapateros de Bilbao, junto con el propio Ayuntamiento de la villa, quienes promovieron este retablo en honor a sus santos patronos.

Según la tradición, San Crispín y San Crispiniano fueron dos hermanos cristianos del siglo III, pertenecientes a una familia de la nobleza romana. Durante las persecuciones contra los cristianos, huyeron de Roma y fueron a refugiarse a la ciudad de Soissons (actual Francia). Allí predicaban su fe a los paganos durante el día y, por la noche, fabricaban zapatos para venderlos y poder mantenerse: por eso se les considera santos patronos de los zapateros y peleteros. Cuando fueron capturados, los romanos los sometieron a las más terribles torturas: les azotaron, les hincaron clavos en manos y pies y los sumergieron en un caldero con agua hirviendo, hasta que, finalmente, fueron decapitados.

Aparecen vestidos al estilo romano y ocupan la hornacina central, . Destaca el fino trabajo de policromía en las corazas militares, con especial cuidado en os broches que sujetan sus capas. Llama también la atención la expresión de sus rostros, resaltada con la talla de sus cabellos que parecen movidos por el viento. Acudan a verlos.