"Si hubiese preguntado a la gente qué querían me hubiesen dicho que un caballo más rápido”, solía responder Henry Ford cuando le cuestionaban la cadena de montaje que creó y que, en apenas un santiamén, popularizó el automóvil para siempre. Fue un rapto de creatividad o, como se dice hoy en día, una idea out of the box, fuera de la caja. Algo que trasciende. Como por ejemplo ocurre con Art Store, la tienda creada por Ignacio Goitia, un artista bohemio desde su orígenes, si se considera que completó sus estudios universitarios en la UPV/EHU con diversos cursos de formación en Florencia, La Habana y Norwich (Inglaterra). En 2006, recibió la prestigiosa beca del Ministerio de Asuntos Exteriores francés en Cité Internationale des Arts de París.

Vela armas Ignacio en su estudio taller del muelle Marzana, donde invoca a los dioses de la creación. Es su hábitat cuando no está en Madrid –en la Biblioteca Nacional acaba de hacer un diseño museográfico de la obra Palabras de Viajero donde reproduce, de su puño y letra, una soberbia calle de Roma o una casa de Pompeya por la que pasean y entran los visitantes...– o en Miami, una tierra que ama por la libertad que concede.

A lo que iba. Llegó la pandemia y, encerrado en la soledad, se dedicó a diseñar pañuelos, unos fulares de seda, cashmere, lino, lana y algodón, que iban más allá de la estampación de lo pintado en sus lienzos. Estudia el vuelo y flamear de las telas para crear nuevas obras de arte. A comienzos del 2020 realizó una exposición retrospectiva, con más de 70 obras pertenecientes a colecciones particulares de diferentes países, en la prestigiosa Sala Rekalde de Bilbao, donde batió récords de asistencia. Tras el éxito de esta exposición la muestra viajó a Roma y a Lisboa y en estos momentos estudia moverlo por otras ciudades.

En cierta ocasión Ignacio se acercó a la calle Doctor Achúcarro para comprar una chaqueta –Ignacio es un dandy...– y se da de bruces con un local en alquiler. Era la antigua joyería Odriozola, ligada ya para entonces con Perodri. Un mármol verde jaspeado le llama la atención en el escaparate y se deja llevar, como cuando crea, por un golpe de inspiración. A través del universo on line y en las efímeras tiendas pop up ya vendía sus pañuelos. Y decide, atraído por el espacio, crear una Art Store, una tienda de artistas donde añade su trabajo en vajillas, papeles pintados, pantallas de lámparas, alfombras, paragüeros. Ya hay todo un ajuar que se crea con un objetivo: que no parezca una tienda de souvenir de sus cuadros. Esa impresión da desde el primer día. ¿Picasso hizo algo así? “Con las cerámicas sí creó utensilios, sí”.

El local tiene el atractivo de una piedra imán desde el escaparate. Hay quien piensa que, tratándose de un artista, dedicarse al comercio es una caída del caballo. ¿El caballo del que hablaba Henry Ford, acaso...? ¡Quien sabe! Puede contarse, también, que está inmerso en el proyecto de darle un aire elegante a un pequeño hotel de Bilbao. Pronto se sabrá cual.

Como viajero incansable en busca del conocimiento y la belleza reinventa en sus obras los lugares visitados cargándoles de nuevos significados y contenidos que le preocupan. Es uno de los santo y seña de Ignacio, que ha encontrado en la tienda, si es que se puede decir así, el reposo del guerrero. De repente en el fondo de la tienda, si contacta con Reyes Oraá, gobernadora de la tienda, y se lo encuentra se descubre una escalera de caracol que desciende a otro mundo. Allí aparece una caja acorazada, fruto de las necesidades de los joyeros de antaño. En el patio que da acceso a la caja de caudales Ignacio ha engalanado todo con algunas de sus obras arquitectónicas, en blanco y negro. El efecto es espectacular, y máxime si uno considera que al fondo muestra toda su fortaleza una caja de caudales.

¿Qué más se puede contar de ese espacio? Ignacio ha decidido habilitarlo como un espacio preparado para encadenar una serie de visitas de artistas invitados con periodicidades cortas, de una semana o diez días. A la hora de la visita para este encuentro allí se encontraba Carlos Llamas, un hombre del collage pero Ignacio detalló que está previsto el paso de Eduardo Sourrevile, Begoña Zubero, Ruth Olabarri y otra mucha gente creativa. El espacio es más bien pequeño y cuando no hay obra invitada Ignacio guarda dos o tres suyas. Se esquiva una posible sensación claustrofóbica porque los joyeros colocaron un sistema de ventilación por si un día quedaban encerrados o debían hacerlo ante una posible visita de ladrones.

Siga, siga hacia delante. A la salida de esa suerte de guarida acorazada, las pantallas de lámpara pintadas alumbran el camino. El contraste cautiva. Y uno puede llegar a una nueva estancia, pintada en rojo Burdeos. En ella se encuentra una exposición de obra gráfica del propio artista, cargada de singularidades. Hay dibujadas traineras en un puerto romano, columnas trajanas, o la Torre Iberdrola vista como un obelisco. Hay un relieve de músicos a cuyo son bailan neskas y está la recreación de una cabeza de Miguel Ángel cubierta con una txapela. A través de sus pinturas figurativas, el artista reflexiona sobre problemáticas actuales. En general, sus obras, de apariencia amable y clasicista, esconden un discurso serio, crítico y profundo sobre cómo hacer de éste un mundo mejor. De momento Ignacio ha hecho un prodigio: de una tienda, una aventura. A golpe de creatividad.