UE la suya una voz que clamó en defensa de sus raíces, una voz que se aferró al euskera en las trincheras de los duros tiempos. Fue también un espíritu elevado, un lingüista y toda una personalidad de la cultura vasca. Es uno de esos nombres que el vértigo de los tiempos lo encapotan, borrándolo de la memoria, o por lo menos difuminándolo. Alfonso Irigoien se llamaba.

Alfonso comenzó su vida profesional como licenciado en Filología Románica por la Universidad de Salamanca y doctorado en la misma universidad. Ya desde 1976 era profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Deusto y su trabajo fue alcanzando altas cotas en según qué campos. Fue destacado y reconocido investigador de la lingüística vasca en campos como la gramática histórica, morfología, sintaxis y principalmente la toponimia, antroponimia y onomástica. En la propia Universidad de Deusto, antes de que entrase en nómina, si es que se puede decir así, se encargó de las clases de euskera desde finales de los años 60 hasta que obtuvo la Cátedra de Lengua Vasca cuando se puso en marcha la titulación en dicha Universidad.

Comenzó su andadura en Euskaltzaindia, a la que estuvo relacionado durante toda su vida, en 1955 junto a su maestro, Resurrección María Azkue. En 1957 fue nombrado académico correspondiente. Entre 1957 y 1959 publicó obras de carácter filológico con la edición de varios autores antiguos y textos con el epistolario de Azkue. Impulsó los campeonatos de bertsolaris de Bizkaia con éxito, a partir de 1958. Tampoco fue ajeno a la creación de las primeras ikastolas en Bizkaia.

En 1963 fue nombrado miembro de número de Euskaltzaindia y su discurso de ingreso versó sobre las glosa emilianenses escritas en euskara. Fue nombrado director del órgano de expresión de la Academia, Euskera, y entre 1970 y 1978 llevó la dirección de la biblioteca de la institución. Jugó un importante papel en la reorganización de Euskaltzaindia y de la defensa de la Academia tras la posguerra. No en vano, Irigoien asumió las tareas de organización interna e impulsó la reedición de la revista oficial de la entidad, tras unos años de letargo obligado de las actividades de Euskaltzaindia tras la Guerra Civil. Con ese mismo espíritu tomó parte en el Congreso de Aranzazu de 1968 siendo uno de los defensores del euskara batua, de la unificación de la lengua.

Su interés por el bertsolarismo le llevó a contribuir activamente en el renacimiento de los campeonatos de bertsolaris y cultivaba además una faceta artística tanto en el campo de la pintura y escultura como en el de la poesía, recibiendo varios premios por su obra poética parte de la cual está publicada como puede comprobarse si uno busca Herrian gara bizi (1979), Orbel eta orri (1980), Hi ta ni garade zu, to ez date no (1989).

Reconocido como un experto lingüista del euskera, sus numerosos artículos de filología publicados en distintas revistas especializadas se reunieron más tarde en cinco volúmenes en la obra, De re Philologica lingua uasconicae: En torno a la toponimia vasca y circumpirenaica (Bilbao, 1986), Observaciones en torno a la obra Toponymie Basque de Jean-Baptiste Orpustan' (Bilbao, 1990), En torno a la evolución y desarrollo del sistema verbal vasco (Bilbao, 1985), Pertsona-izenak euskaraz nola eman (Bilbao, 1994) y Kultura-hitzak euskaraz: (lexikon culturale) et nomina exonomastica scribendi forma in lingua vasconum (Bilbao, 1995). Unos meses antes de su fallecimiento, en 1996, publicó su último libro: Bibliako eta Grezia Zaharreko pertsona-izenak. La muerte le sorprendió trabajando. El euskera, en todas sus vertientes, le debe mucho.

Reputado pintor y escultor, su trabajo literario, muy ligado al euskera pero poco conocido, merece una atención más intensa

Su papel en Euskaltzaindia fue fundamental para la supervivencia de la Academia en los años de la posguerra