El recientemente fallecido biólogo Edward Wilson dijo no hace mucho que estamos viviendo una época en la que tenemos tecnologías de dioses, gestionadas por instituciones medievales en la que trabajan seres con emociones paleolíticas. Sí, se refería a nosotros, los humanos. Y creo que tiene razón: convivimos con nuestros sesgos y manías, a la par que tenemos a nuestra disposición unas tecnologías tremendamente poderosas. Según Wilson, es este el mayor problema que afrontará la humanidad en las próximas décadas.

Un ejemplo de esto es lo que ha venido ocurriendo desde hace unos meses en Ucrania. El Ministerio de Defensa de Ucrania ha estado utilizando el software de reconocimiento facial Clearview AI desde marzo de 2022. Quiere con ello verificar crímenes de guerra mediante la identificación de los muertos, tanto rusos como ucranianos. El software es gratuito en Ucrania. Una loable acción humanitaria que no parece revestir mayor problema dado el contexto del que hablamos.

Sin embargo, la misma empresa Clearview AI, ha sido recientemente multada por la Agencia de Protección de Datos del Reino Unido. Un total de algo más de 8,7 millones de euros deberá pagar por infringir derechos fundamentales de la ciudadanía. ¿Cuáles? La intimidad y privacidad. Al parecer, esta empresa habría recopilado imágenes de personas en el Reino Unido, tanto en el mundo físico como en el virtual. Sobra decir que las personas que a buen seguro estarán en la base de datos de esta empresa fabricante del software de reconocimiento facial no tienen ni idea de estar ahí fichados. La respuesta de Clearview ha sido que no hace negocio en Reino Unido, y por lo tanto apelará la decisión de la agencia.

Según cálculos de la propia empresa, para 2023 cree que tendrá 100.000.000.000 de imágenes de rostros en su base de datos. Esto equivale a 14 veces los habitantes de la Tierra. Si tuvieran catorce fotos mías, lógicamente, mejorarán la precisión en identificarme. Esta base de datos ayuda a usos tan aparentemente loables como mejorar la seguridad ciudadana (robos, hurtos, delitos más graves, etc.) o la acción humanitaria de Ucrania que decíamos al comienzo de este texto.

¿Sustituye esta tecnología a las huellas dactilares, los registros dentales y el ADN? En cuanto a precisión, no. Nada mejor que nuestra propia biología para validar algo. La codificación de la misma en un ordenador con caras humanas parece no llegar nunca a su precisión. Sin embargo, las tecnologías de reconocimiento facial sí ayudan a la democratización del sistema de detección. Salvo nuestro querido biólogo Wilson y algunos más, poca gente conoce la genética y composición humana como para utilizar pruebas basadas en huellas o ADN. Pero, esta democratización abre otros dilemas: ¿y si fallase? ¿Entregamos un cuerpo a una familia por error? En el caso de la guerra de Ucrania, la propia empresa Clearview ha informado que disponen de 2.000.000.000 de imágenes de VKontakte, la red social rusa. ¿Y si se equivoca entre contendientes de una misma batalla por tratarse de un perfil falso en redes sociales?

A comienzos de 2020, The New York Times publicó un artículo titulado “La empresa secreta” que podría acabar con la privacidad tal como la conocemos. No me parece una exageración. En los últimos meses, agencias y autoridades de protección de datos de Canadá, Francia e Italia (por citar solo algunos países) han multado, investigado o prohibido que Clearview AI recopile imágenes de personas.

¿El fin justifica los medios? Mis amigos de Derecho siempre hablan de la proporcionalidad de una medida. Es decir que, para un determinado fin, se vulneren los mínimos derechos posibles, tratando de llegar a esos delicados equilibrios tantas veces presentes. Es fácil yo desde aquí reclamar que no nos invadan estas garantías personales. Pero también debemos entender la parte humanitaria o de seguridad colectiva.

Problemas complejos, afrontados por emociones paleolíticas. Volviendo al origen del artículo de hoy: no casan los tiempos de la tecnología y la especie que lo gestiona.