Etéreo, peso pluma, apenas 52 kilos, enjuto, 1,68 metros de estatura, de blanco novicio, joven por descorchar, Lenny Martinez dejó a su espalda a Romain Bardet, la que fuera gran esperanza francesa en la cima del Pico del Buitre. Francia vive de los anhelos y los deseos desde Bernard Hinault, su último gran campeón. El bretón indomable. En el hexágono se llora la retirada de Thibaut Pinot, otro escalador ciclotímico, que también personificó la Francia del cambio que nunca sucedió cuando pensaban que la revolución aún era posible.

Pero en el ciclismo galo, la playa debajo de los adoquines está siendo una utopía. En Oliva, Geoffrey Soupe encontró la suya. Desembarcó de manera inopinada. De hecho, no debería estar en la Vuelta. Una caída de Vuillermoz le abrió la puerta al equipo. Héroe por accidente. Soupe derrotó a los velocistas en un día sin chicha competitiva, de flagrante desmotivación después de la tortura de la víspera.

El francés se envalentonó en la última recta y retrató a los esprinters, que tardaron demasiado en reaccionar a la propuesta del galo en una jornada de absoluta desconexión. Soupe, una docena de años lanzando a velocistas como Démare o Bouhanni, disfrutó de su día de gloria. También lo fue para Lenny Martínez, que estrenaba el liderato. La Vuelta habla francés.

Lenny Martinez, de estreno. La Vuelta / Sprint Cycling

Han pasado demasiados mayos del 68 y tantos nombres a los que se les auguraba la gloria que en los posos de café queda la melancolía y las postales sepias de las hazañas pretéritas.

Martinez, líder de la Vuelta, el más joven de la historia de la carrera, es el nuevo abanderado de Francia. Lenny quiere honrar a la estirpe ciclista de la que proviene. La dinastía Martinez. La tilde la perdió el apellido en Francia.

Nieto e hijo de ciclistas

Mariano, su abuelo, venció dos etapas del Tour. En una de ellas, en 1978, derrotó a Hinault, campeón del Tour de aquella edición. En 1980 alzó los brazos en solitario en Morzine tras una jornada maratoniana, por encima de las siete horas de duración. 244 kilómetros y las ascensiones a Galibier, Télégraphe, Madelaine y Joux Plane.

Su padre, Miguel, fue campeón olímpico de mountain bike en Sidney 2000. Lenny aún no había nacido. Como el chiste, ¿niño o niña? Ciclista. Lenny, apenas un veinteañero, custodia la herencia de su abuelo. “Mariano Martinez, el francés de Burgos”.

Así le decían en el Tour. En la carrera francesa conquistó el maillot de la montaña de 1978. La cabra tira al monte. Lenny, enamorado del ciclismo, evidenció su querencia por las cumbres. Se siente libre cerca de las nubes, rascando la tripa del cielo.

Dibujó Martinez su pisada en la Luna del Mont Ventoux el pasado 13 de junio. Conquistó la cumbre de la Provenza. En el gigante se hizo grande Martinez, vencedor de la clásica de la montaña pelada. En otra montaña escasa de vegetación Lenny se vistió de rojo.

Con el color más deseado de la Vuelta, tímido, partió Martinez en el estreno de su nuevo estatus en una jornada larga, por encima de los 200 kilómetros. Una pasarela estupenda. Una alfombra roja en la que recibir atención y flashazos, como en el Festival de Cine de Cannes. Lenny nació en la Costa Azul, donde las curvas se toman en descapotable.

Okamika y Herrada, en fuga. La Vuelta / Sprint Cycling

Ander Okamika, en fuga

Por la costa del Mediterráneo transitó la carrera en bicicleta para abanicarse de la falta de oxígeno y las apreturas de Javalambre. José Herrada y el inquieto Ander Okamika decidieron adentrarse por los paisajes valencianos. Pudieron observar la ciudad de las Artes y las Ciencias con ese aire vanguardista y futurista y reconfortar la mirada en la calma de La Albufera, la que describió Vicente Blasco Ibánez en Cañas y Barro. El naturalismo y el costumbrismo. Herrada se entregó.

Okamika decidió seguir apilando kilómetros y dando visibilidad a su equipo. Que es lo rutinario en la Vuelta cuando no se tienen opciones de victoria. Al menos queda dejarse ver tras el control de firmas y la llegada. Otros muchos son invisibles. Anónimos.

Se desconoce si están en la Vuelta. Okamika no es de esos y pasea con orgullo el maillot de su escuadra. Es un buen representante. Un ciclista con sentido de pertenencia y la dignidad intacta del que ve en la Vuelta el mejor escaparate.

A falta del viento que se podía temer y no asomó en escena, Okamika pudo rodar unos planos más sin nadie al lado. El pelotón, sin alicientes, era un cháchara y relax. Hamacado antes de Okamika y después de él. Cuatro horas estuvo el vizcaino en fuga, desde que amaneció el día. Primero con Herrada, después como monologuista.

Vingegaard rasca dos segundos

Sólo el picante del esprint combatió la nada. Sin colmillo para competir, la jornada era un bulto sospechoso, compacto el grupo, en letargo. Hibernación en verano. Somnolencia. Un día de descanso encubierto. En ese estado catatónico, Vingegaard rascó dos segundos. El socarrat. A falta de un palmo y medio para el final, decidió el pelotón levantar la huelga, pero tampoco sin demasiado entusiasmo. Lo justo para un simulacro competitivo.

Caída de Kuss y Arensman

En ese ambiente distendido, Sepp Kuss, sonriente la víspera, ganador, se fue al suelo. En cuanto cayó, se levantó. A modo de un resorte. Conectó de inmediato. El pelotón frenó por un instante la aceleración. En los días que nada ocurre suelen suceder cosas. Ese es su peligro.

Thymen Arensman sufrió una dura caída cuando se estaba perfilando el esprint. El neerlandés, que se golpeó contra un bordillo, quedó tendido en el suelo. Los doctores de la carrera actuaron de inmediato. Traumatismo craneofacial y rotura de clavícula. Una ambulancia le sacó de la Vuelta. El grito de las sirenas, su ulular, rompió el silencio. Del despertar del letargo se encargó Soupe.