EN el All English Tennis Club donde se juega Wimbledon las normas están por encima de los nombres, de las marcas, de Nike o Adidas, y de los propios tenistas a los que exigen, quieran o no, disciplina en la vestimenta, seriedad. El código solo autoriza la ropa blanca para saltar a la pista de tenis, incluso, en las prendas interiores de las mujeres. Eso es impensable en el ciclismo, menos en el Tour, el deporte arcoíris, el de los maillots de colores, aunque los ortodoxos aún recuerden el viejo canon, la tradición sepultada y perdida, que recetaba zapatillas negras, calcetines blancos cortos y culotte negro. Eso se acabó. En el otro extremo está la imagen de Nairo Quintana en la cronoescalada al Monte Grappa del pasado Giro con su maglia rosa, sus botines rosas, su culotte rosa, su bicicleta rosa, sus gafas rosas, su casco rosa, su cinta de manillar rosa? Hay quien piensa que esa moda roza prácticamente el ridículo.

La bicicleta de Nairo Quintana, la rosa, está en el Tour. Viaja en el camión del material del Movistar por toda Francia como una modelo. La exhiben. La carrera francesa es la gran pasarela, el mejor escaparate. Cada detalle es una foto que sube a internet en la que se fijan millones de personas, frikis y cicloturistas, de todo, los que compran. La bicicleta de la ONCE, una Giant, que celebraba el centenario del Tour, en 2003, es una pieza de coleccionista. Quizás fue de lo primero que se hizo en ese sentido. Una bicicleta que celebraba un acontecimiento. Luego se han visto más. Las bicicletas amarillas, de puntos rojos, verdes y blancas. Una para cada maillot del Tour.

Tras vestirse de amarillo en Mulhouse, Tony Gallopin recibió en el hotel de Lotto en el castillo de Issenbour el abrazo de su familia, el más sincero. Anocheciendo ya, le sonó el móvil. Descolgó. Era Françoise Hollande, el presidente de la república. Le felicitó por su proeza, le dijo que era un orgullo para la nación, que vio la etapa con interés y tensión y que volvería a ver la del día siguiente, 14 de julio, fiesta nacional, para gozar con su defensa del amarillo. Gallopin le dio las gracias, colgó y se guardó el teléfono en el bolsillo. Volvió a sonar y volvió a coger.

Esta vez era el dueño de la fábrica de Ridley, las bicicletas que lleva el equipo belga. Le felicitó también, pero no llamaba solo para eso, sino para hablar de su bicicleta. Al partir hacia Inglaterra el Lotto metió todas las bicicletas del equipo, varias por ciclista, las de crono y demás, y una más amarilla, pero de la talla de Greipel, por si el esprinter alemán lograba ponerse de líder durante la primera semana. Lo de Gallopin no estaba previsto. Y, claro, no tenía bicicleta amarilla que fuese a juego con su maillot, su culotte, su casco? Le dijo que no se preocupase por eso. Que la tendría. “A las 10.00 de la mañana la tendrás en tu hotel. Yo te la llevaré personalmente”. El domingo por la noche, el dueño de Ridley mandó abrir su fábrica de Amberes y ordenó que se trabajara para montar una bicicleta amarilla de la talla de Gallopin. La hicieron de noche. Y de noche viajó desde Amberes hasta Rouffach, donde el castillo de Issenbourg, para que la luciera durante la etapa, solo un día. Ayer. Ya no es líder del Tour y no la volverá a usar. Es una pieza de coleccionista. De museo. La bicicleta nocturna.