EL compositor cubano Osvaldo Farrés, por aquel entonces de 1943, trabajaba como publicista para la Cerveza Polar. Allí conoció a Finita, hermana de la actriz Asunción del Peso. El suyo fue un flechazo, un amor que le vino como el rayo. La familia de ella, opuesta a la relación, sacó a la joven de La Habana y Osvaldo le compuso un bolero, que fue estrenado por Pedro Vargas en el programa radiofónico La Hora Polar para que ella lo escuchara. Ese es el origen de Toda una vida, la legendaria canción que poco después popularizó Antonio Machín, otro inmortal.

Viene a mi memoria el título del bolero ahora que IMQ acaba de homenajear a 25 personas pertenecientes a su cuadro médico que a lo largo de 2017 firmaron las capitulaciones, es decir la jubilación. “Toda una vida me estaría contigo,/No me importa en qué forma,/Ni cómo, ni dónde, pero junto a ti”, decía la canción, ¿se acuerdan, verdad...? Es difícil averiguarlo y demasiado atrevido preguntarlo, pero me gusta pensar que los sentimientos de las personas que han llegado hasta la recta de meta de su carrera profesional apegados a una firma, sea cual sea el oficio y sea cual sea la casa madre, son sentimiento hondos, profundos. Me gusta pensar que por encima de las festejadas alegrías y los inevitables sinsabores, para la inmensa mayoría de ellos el “junto a ti” del último verso es el que manda.

Más allá de alguna que otra ausencia -a según qué edades uno no está siempre disponible para la vida pública...- que no es necesario señalar, lo importante del encuentro es reseñar que fueron 25 las personas homenajeadas ayer en la Clínica IMQ Zorrotzaurre. Algunos de ustedes les conocerán porque todos ellos han cubierto una carrera profesional muy apegada a sus pacientes. Le hablo, digámoslo ya, de José Ángel Larrea, Nerea Ventura, Javier Pastor, Alfredo Velasco, José Antonio Arias, Jesús Echevarría, Fernando González, Camilo Landín, María Ángeles Fernández, Eduardo García, Juan Antonio González, Eduardo Ortiz, Santiago Otaduy, Carlos Ruiz Herrero, a quien algunos recordarán antes con la camiseta rojiblanca que con la bata blanca; Alfredo Villalba, Ricardo Villanueva, Rafael Marco-Gardoqui, Antonio Montero, José Javier Alzua, Gabriel Saitua, Gotzone Urtiaga, Ana María Zurimendi, Jaime Alonso Iruretagoyena, Concepción Cabrejas (“llámeme Conchi, que si no no me reconoce nadie”, pidió con gracia la reumatóloga...) y el urólogo Guillermo Olaizola, quien en los ayeres también fue presidente de IMQ. La inmensa mayoría de ellos, ya digo, estuvieron de cuerpo presente, si se me permite el humor negro.

Antes de que Miguel Ángel Lujua, consejero director general del IMQ y Pedro Ensunza, presidente del grupo, desenfundasen la hora de los aplausos y los abrazos, la clínica IMQ Zorrotzaurre acogió la celebración de la Asamblea del Montepío de la entidad. No es cuestión de desentrañar los números. Baste con decir que se trata de una suerte de EPSV que asiste en casos de orfandad, invalidez, jubilación y fallecimiento.

Resuelto el trámite, diremos que en los salones de la clínica se saludaron, entre otros, Mercedes Bayón, Gonzalo Lujua, hijo de Miguel Ángel; Berta Longas, Jesús Gallego, Ángela Grande Marlasca, Ángel Pastor, Javier Agirregabiria, Nerea Eguía, Begoña Usallán, Carmen Arteagoitia, Marcelo Curto y un buen puñado de compañeros de viaje en IMQ; de amigos y familiares de los hombres y mujeres agasajados en la tarde de ayer y de gente cercana en lo profesional. Para todos los homenajeados, que tantos consejos e incluso órdenes repartieron a lo largo de su vida valga ahora aquella otra receta que nos dejó el doctorcito Gabriel García Márquez cuando dijo que no es cierto que la gente deja de perseguir sus sueños porque envejecen, envejecen porque dejan de perseguir sus sueños. Así que, señoras y señores, sueñen.