O había equipos de protección individual que permitieran trabajar con garantías y sanitarios y establecimientos comerciales que batallaban contra el coronavirus en primera línea. Corría mediados de marzo y, recién decretado el estado de alarma que acarreaba confinamiento domiciliario, la comunidad de makersno tardó en ponerse manos a la obra encendiendo sus impresoras para compensar la escasez. Un trabajo que desarrollaron las 24 horas del día compaginándolo con sus respectivos trabajos. David Manzanos comenzó en su casa de Aranguren, desde donde la red se extendió "a otro colaborador también en Aranguren, dos en Balmaseda, dos en Sodupe, uno en Gordexola y otro en Muskiz" que llevaron el peso del proceso durante dos meses. "No habríamos podido seguir sin la solidaridad ciudadana, que nos ha desbordado", agradece junto a Alberto Gallego, otro de los artífices de esta iniciativa solidaria.

Desde que el proyecto empezó a difundirse por las redes sociales, se agolparon los pedidos de material encargados por la ciudadanía a través de Internet, que se enviaban a centros de referencia como la panadería Oreña de Aranguren y la pastelería Los Arcos de Balmaseda, desde donde los recibían los propietarios de las impresoras. Pronto les enviaron donaciones de dispositivos electrónicos a cargo de ayuntamientos, asociaciones o entidades deportivas que permitieron ampliar el radio de acción. Esa entrega "ha sido lo más importante para nosotros, esas aportaciones de gente normal que ha puesto escote entre varios para comprar máquinas y nunca lo vamos a olvidar". Entre donadas y cedidas "por vecinos que las prestaron" entre marzo y mayo" juntaron "alrededor de veinte impresoras funcionado a pleno rendimiento con el fin de crear estos elementos de protección individual.

Los primeros días el propio David "ponía el despertador cada dos horas por la noche para levantarme cada dos horas y poder producir el máximo número posible de viseras para entregar a los centros de salud". La elaboración de cada una, "dependiendo del modelo", podía llevar sobre una hora, colaborando en la etapa inicial con la Cruz Roja, que se vio requerida en numerosos frentes de acción. En pleno confinamiento, David también se jugó posibles multas en desplazamientos para acercar la materia prima a los makers y salir después a entregar el resultado final.

Un cúmulo de factores que mantuvieron las emociones a flor de piel: "El primer mes lloraba dos o tres veces al día. Cuando batimos el récord de producción me llegó la noticia del fallecimiento de un conocido. Nos llamaban contando sus problemas y había muchos dramas. Igual nos pedían pantallas para ir a recoger las cenizas de sus padres sin haberse podido despedir ni oficiar funeral, eso es devastador", lamenta David, muy orgulloso del esfuerzo desplegado.