El 25 de julio de 2020 Ander Arteagabeitia se divertía con la cuadrilla, un premio tras los largos meses del confinamiento. Hasta que una caída a la piscina provocó una lesión medular al joven de Sopuerta de 27 años. Pero él elige verlo como una segunda oportunidad de la vida que generó una impresionante ola de solidaridad dentro y fuera de Enkarterri a través de una campaña virtual impulsada por su familia y amigos en la plataforma Go Fund Me que recaudó fondos para adaptar su casa a las demandas de la silla de ruedas y solo en la primera semana sumaba ya más de 84.500 euros. “Voy a celebrar el aniversario del accidente, es más importante que el día que nací por la oportunidad de poder contarlo. Lo llevo incrustado en la cabeza como mi otro cumpleaños”, dice antes de tomarse unas vacaciones que el año pasado no pudo disfrutar.Ya hace unos meses que volvió a Sopuerta, ¿cómo se encuentra?

—Físicamente, más o menos como cuando salí del hospital de Toledo. Sigo entrenando con mi prima en casa y luego voy al polideportivo de Muskiz a nadar y al gimnasio con dos monitoras. Ahora que hay un parón por el verano, me preparo en casa por mi cuenta, subo mañana y tarde todo lo que puedo al bipedestador, una máquina que me pone de pie. Intento tener una balanza entre estar bien físicamente y anímicamente. Voy desarrollando poco a poco las tareas del día a día, aprendiendo nuevas técnicas para todo. Me siento bien, como siempre, muy feliz, muy agradecido por estar aquí.

Nada más salir de su casa puede leer la pancarta con el mensaje ‘Ongi etorri Ander!’ en el balcón de un vecino. ¿Cómo fue el primer día al regresar del hospital de Toledo?

—Recuerdo perfectamente aquel 8 de abril. Mi familia empezó a enseñarme cómo había quedado la casa por dentro con todas las modificaciones, mi habitación... Recibí una sorpresa muy grande cuando salí a la calle, vi el cartel en casa del vecino y aparecieron todos mis amigos de la cuadrilla aplaudiendo. No voy a olvidar ese momento. Es increíble todo lo que se ha adaptado en mi casa y realmente lo necesitaba. Ha cambiado toda la parte inferior por el tema de la accesibilidad y se han sustituido las escaleras por rampas en el acceso.

¿Detecta muchas barreras arquitectónicas?

— Demasiadas para alguien en mi situación. No puedo salir de casa porque o cojo el coche o estoy un poco vendido. Igual hasta que un caso no te toca cerca no te das cuenta, pero nada está adaptado.

Rebobinando un año atrás, ¿qué planes había hecho para 2020 hasta que interfirió la pandemia?

— Vivía en Edimburgo, me gustaba mi trabajo y había apalabrado un piso para abril. Como el coronavirus se complicó y no sabíamos hacia dónde iba a evolucionar, regresé a Sopuerta en verano con mi madre creyendo que terminaría después. El 25 de julio sufrí el accidente.

Una reunión entre amigos que no transcurrió como esperaban.

—Organizamos una comida en la casa de un muy buen amigo. No recuerdo cómo sucedió. Sí el golpearme contra el suelo de la piscina, que escuché un sonido muy desagradable y me di cuenta de que algo raro había pasado. Intenté subir a la superficie de la piscina para comprobar si algún amigo me estaba viendo. Movía los brazos lo justo para poder asomarme, pero nadie me miraba y pensé: agur a la vida, me ahogo aquí.

Qué dolor e impotencia...

—Terrible, porque subía hasta el momento que me quedaba sin aire y bajaba. Entonces, parece ser que mi cerebro desconectó y me quedé inconsciente. Mis amigos me han contado que pensaban que estaba haciendo el tonto en la parte de debajo de la piscina y casualidad que uno de ellos se tiró a bucear. Allí dio conmigo. Se fijó en mi mirada como perdida y se percató de que algo no iba bien. Me elevó a la superficie, avisó, otro amigo me sacó sabiendo lo que me podía haber ocurrido, ya que había vivido un episodio similar. Doy las gracias a todos mis amigos porque en el agua movía los brazos y a día de hoy también, así que no hicieron nada mal. Desde el principio inmovilizó el cuello. Me debieron de colocar de lado, me sacaron la lengua porque me estaba atragantando y vieron que escupía agua. Cuando recobré el conocimiento, intentaba decirles que me había quedado tetrapléjico. Hace poco acudí a revisión con el cirujano que me operó y me contaba que se alegraba muchísimo de verme porque la cosa pintaba muy fea. Una vértebra se rompió hecha añicos, se me luxó la columna vertebral y estaban las dos arterias que van en la columna. No sabían si me quedaría en el quirófano porque es una zona muy sensible.

Y se confirmó su intuición respecto al diagnóstico.

—Al principio, siempre albergas la esperanza de que poco a poco mejore. A medida que transcurren los meses te hablan de que tu lesión es completa, es decir, que no hay información que circule por la médula y muy probablemente no te vas a recuperar.... Pese a todo, valoro que estoy aquí y trato de mejorar lo que ya tengo. Como los brazos, que me hacen más o menos independiente. Entré al hospital el 25 de julio, el 14 de agosto, día de mi cumpleaños, contraje el coronavirus asintomático.

De ahí al Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo.

—Me trasladaron el 14 de septiembre. Mi familia movió papeles porque me hace ilusión enfocar mi recuperación al deporte. Desde el principio evolucioné muy bien y me ayudó conocer a personas en circunstancias similares a las mías o peores. Coincidir con gente que ha sufrido todo tipo de accidentes o mielitis, que de un día para otro se te inflama la médula, representa un aprendizaje muy grande.

¿Sintió desde allí el movimiento solidario despertado por la campaña para sufragar las obras de su casa?

—Para facilitarme la vida crearon un crowdfunding. Lo hicieron tan tan bien que resultó increíble. Pasé casi en shock aquella primera semana. Me hablaban y me agregaban por Instagram, noté la posibilidad de ayudar a los demás. Eso significó más que el dinero recaudado, que también eso era importante, por supuesto. Me han escrito hasta desde Sudamérica. Supuso un chute de energía, porque antes del accidente nunca me había parado a apreciar que estamos aquí viviendo. Hasta que no ocurre algo así no lo asimilamos, cuando piensas que puedes perder la vida literalmente en un segundo... cambié el chip. Poder estar así es suficiente de cualquier manera.

¿De dónde saca esa fortaleza?

—Pienso que todos la llevamos dentro, pero a unos les costará más sacarla y a otros menos. Entristece que a veces ocurran cosas muy malas para darte cuenta de lo que tienes. Puedo mirarlo de dos maneras: no siento nada de pecho hacia abajo, menudo fastidio, mis amigos pueden correr. O desde la perspectiva de que he estado a punto de morir. ¿Qué prefiero? Sería egoísta por mi parte no valorar que la vida me haya dado otra oportunidad, así que esa fuerza al final sale del alma. Esperaba con muchísimas enfrentarme a la vida y agradecer al pueblo de Sopuerta, colegios, me han enviado regalos, dibujos de niños que me veían como un superhéroe, el Athletic, donde jugué de cadete de segundo año...

¿Cómo afronta el futuro?

—He conocido en Gasteiz las instalaciones del equipo de parapléjicos Zuzenak de rugby. Hablé con la entrenadora y algún jugador y me convenció bastante. Quiero probar un poco de todo y ver a qué me quiero dedicar dentro del deporte. En octubre me someteré a una operación de cambio de tendones para la funcionalidad de mi mano y volveré otros dos o tres meses al hospital de Toledo a rehabilitación. Vivo como en una montaña rusa, pero hay que ponerse a punto.

Era y es deportista.

—Me gusta competir al máximo nivel. Dejé el fútbol por temas laborales. Ahora si surge la oportunidad de ir a los Juegos Paralímpicos en cualquier deporte no dudo que voy a dar lo mejor de mí para poder llegar. Disfrutaba de andar, correr, subir al monte con nieve y bajar con la tabla de snowboard... Hay que adaptarse porque se puede seguir practicando en mi situación, los límites te los pones tú. Puedes buscar cualquier tipo de sensación, lo que no puedes es anclarte en una que ya no va a volver, cuando hay otras muchas. Puedes sentir adrenalina o jugar en equipo, una cosa no quita la otra. A veces cometemos el error de recrearnos en lo que hemos perdido o lo que podíamos haber hecho. Es la mente, esa vocecilla que intenta machacarnos con lo que hacemos mal y no con lo que hacemos bien. Todos la sentimos.

¿Le ha ocurrido?

—La primera vez que acudí a natación en Muskiz, quieras que no, la imagen del accidente estaba ahí. Fue bonito, sentir que me superaba a mí mismo y se me pasó la tontería al instante, en cuanto empecé a nadar. Hay que dejar de fustigarnos con la cabeza y vivir el presente, que se puede hacer. A todos nos surgen y nos surgirán problemas, así que lo importante es cómo encararlos. El baremo de medir la capacidad de superarlo es muy subjetivo, el tema es mantener la positividad y poco a poco tu mente va evolucionando y te percatas de que estar positivo y feliz es posible.

“He conocido en Gasteiz las instalaciones del equipo de parapléjicos de rugby Zuzenak, quiero probar varias disciplinas deportivas”

“La repercusión de la campaña que recaudó fondos para adaptar mi casa me dejó en ‘shock’ y noté que podía ayudar a los demás”