Siempre está ahí. Serena, incólume, estilizada, impasible a cualquier circunstancia adversa del tipo que sea. Forma parte ya tanto de la imagen de la ciudad que muchos no se creen que Torre Iberdrola, el rascacielos más alto de Euskadi, con sus 165 metros de altura, haya soplado ya diez velas de cumpleaños.

Una década en la que su objetivo esencial, dar cobijo a empresas y sedes corporativas de cualquier tamaño, casi ha culminado con la ocupación del 92% de su espacio para alquilar. Y lo ha conseguido con un arreón en el último año, en plena pandemia, cuando varias empresas han buscado la seguridad sanitaria, además de otras muchas ventajas, para mudarse al rascacielos de Abandoibarra.

En julio de 2011 fue la eléctrica que bautiza el faro de Bilbao quien estrenó las ocho plantas superiores, pero no fue hasta setiembre cuando empezaron a desembarcar los primeros clientes en régimen de alquiler.

Poco a poco, año a año, la gestión comercial fue llenando huecos hasta alcanzar las actuales 49 firmas que se exhiben en el directorio virtual de este gran hito arquitectónico diseñado por el ya fallecido arquitecto argentino, César Pelli. La sociedad gestora del edificio lo ha tenido fácil. No existe en la capital vizcaina una oferta terciaria que iguale a la torre. Es cierto que el metro cuadrado de alquiler siempre ha exigido un coste económico por encima de la media a lo largo de esta década, pero también los servicios que ofrece el rascacielos son únicos en Bilbao y en Euskadi. La calidad se paga.

Eso es lo que ha ido atrayendo a todo tipo de firmas y empresas. El edificio de cristal acoge desde despachos de abogados en los 77 metros cuadrados de oficinas que se rentan como espacio mínimo, a potentes compañías que ocupan hasta tres niveles. Bilbao aún no es la plaza financiera que significan Madrid o Barcelona, por eso no hay sedes de grandes corporaciones, pero sí delegaciones de peso. Un crecimiento continuo, que ha tenido algunas bajas, 14 en concreto por cambios estratégicos de las compañías o fusiones, un espacio de alquiler que ha sido cubierto con facilidad. El rascacielos está abierto 24/7, todos los días de la semana y del año, y muchas madrugadas se ven alguna de sus 37 plantas de oficinas iluminadas. Despachos donde curran empleados de firmas con intereses internacionales que requieren gestiones cuando en Japón o Singapur están en plena actividad diurna.

Evolución de firmas

A pesar de los pocos años, el pirulí financiero ha registrado una evolución del tipo de clientes. Al inicio eran empresas más de consultoría, de las cuatro grandes multinacionales, tres están asentadas en Abandoibarra. Luego fueron desembarcando las principales firmas del sector de los seguros y en los últimos años han entrado con fuerza las tecnológicas.

Ello ha supuesto una evolución, por ejemplo, en la imagen de la población que atraviesa cada día el hall de entrada más grande de un centro de negocios del Estado. Si al principio todo eran ejecutivos y abogados corporativos de escrupuloso traje, a día de hoy se mezclan con jóvenes informáticos menos serios con un tipo de ropa mucho más informal, incluso luciendo pantalones cortos.

Ello ha implicado que el perfil del usuario del edificio se haya equilibrado sobremanera. Una encuesta técnica efectuada por los gestores entre sus clientes detalla que trabajan unos pocos más hombres que mujeres, 55% y 45%, respectivamente, mientras que las franjas de edades son iguales, de 25 a 35 años, de 35 a 50, y de esta edad para arriba. Un 33%.

Todos ellos son protagonistas de un trasiego constante que antes de la pandemia sumaba más de 4.500 personas diarias entre los 2.000 empleados que trabajaban en sus oficinas y los visitantes que se acercaban para cualquier gestión.

Una población que se ha reducido en la actualidad. Los trabajadores se han quedado en una media diaria de 1.300, como consecuencia del teletrabajo y 20 meses de pandemia. Más de año y medio en el que el edificio siempre estuvo activo, ni tan siquiera durante los quince días de cerrojazo de abril del año pasado. Es lo que tiene albergar empresas esenciales, que debían trabajar a tope en la crisis sanitaria como la propia Iberdrola o compañías tecnológicas que daban soportes a los hospitales.

El aproximadamente centenar de empleados que permiten cada jornada levantar la persiana del centro de negocios se tuvieron que adaptar con medidas concretas como trabajar a turnos en el área de seguridad para evitar un contagio masivo de vigilantes, o que los empleados de mantenimiento vinieran ya cambiados de ropa desde casa.

Lejos queda aquel primer año de inicio de actividad donde la presión era brutal porque todo funcionase bien en un edificio terciario de cinco estrellas recién construido y con clientes de altura. Los servicios había que probarlos en modo real para que funcionaran y, por ejemplo, se tuvieron que sustituir seis meses después todas las persianas venecianas instaladas en los 9.600 paneles de vidrio que componen la piel de la torre. El hecho de que las lamas fueran microperforadas implicó que dejaban pasar tanta luz que no se podía trabajar. Llegó a tal punto que los empleados de una de las primeras empresas asentadas llamaba a una de sus zonas Punta Cana, por el exceso de luminosidad.

Al detalle

Gestión

Sociedad ad hoc. Que el rascacielos más alto de Euskadi funcione cada día como un reloj depende de una sociedad cuyo accionariado está compuesto por Iberdrola y, de momento, Kutxabank.

Inauguración

Febrero de 2012. Oficialmente el edificio se inauguró siete meses después de que las primeras empresas se asentaran en las plantas inferiores por debajo de los ocho niveles que ocupa la compañía eléctrica que la bautiza.

Variedad

De despachos a compañías. En las 49 firmas que se asientan en el rascacielos hay de todo tamaño y condición. Desde abogados que ocupan pequeños despachos a multinacionales que se asientan en tres plantas.