¿Cómo una cirugía? En parte del trabajo se procede “a punta de bisturí: bisturí, lupas están en todas las obras” pero también “palillos, hisopos de algodón, con los que llevamos a cabo la limpieza y nos ayudamos de otras herramientas, como un agitador magnético para hacer geles porque se tiende a utilizar cada vez menos disolventes tóxicos, alguna vez incluso radiografías”, se explaya Rocío Fernández Amezua, a quien han confiado la restauración de tres (todas de Gordexola) de las once tallas góticas que se someten a una ITV dentro de un proyecto del Museo de las Encartaciones que incluye también un libro y una exposición. Así que acepta la comparación. 

No cuestión de vida o muerte, pero la falta de pericia puede acarrear consecuencias catastróficas e irrecuperables para el patrimonio, por lo que le ponerse manos a la obra le impone tanto “respeto” como el primer día por el “privilegio y la responsabilidad de tratar con piezas como el San Bartolomé de Lartundo fabricado en el siglo XIV. Debió pertenecer a la ermita de San Bartolomé y Santa Águeda. Con el tiempo, no obstante, la advocación de San Bartolomé cayó en desuso perdiendo hasta la celebración de su fiesta desde 1851. “A día de hoy el templo se conoce únicamente como Santa Águeda”, explican desde el Museo. Este cambio debió provocar la degradación progresiva de la talla por lo que “fue trasladada a la iglesia principal de Gordexola, San Juan de Molinar, y más tarde al Museo de Arte Sacro de Bizkaia debido a su mal estado”. 

Frente a frente con el visible desgaste que la miró a los ojos, compartió en una charla en la propia Casa de Juntas de Abellaneda, que alberga hasta abril una muestra con 38 retablos, figuras y pinturas que comprenden todas las fases del gótico del siglo XIII al XVI. Siempre que una obra recala en su estudio en Las Arenas “nos vamos conociendo antes de emprender la restauración”. El primer contacto implica pruebas “para comprobar en qué estado se encuentra el soporte de la madera, etc.”. Aunque no existe un protocolo preestablecido, “generalmente empezamos desde el soporte hacia fuera dejando para el final la capa pictórica a no ser que se haya levantado en exceso y presente riesgo de caída, entonces en primer lugar se fija la capa”. En el caso del San Bartolomé de Lartundo, ha priorizado “la labor de consolidación porque en su día sufrió un ataque de insectos xilófagos que la había debilitado”. Para frenar el deterioro ha empleado “inyección de resinas en líquido para que la madera cogiera consistencia y aplicación de más para cerrar los volúmenes porque había perdido tanto que existía esa necesidad”. Además, “hubo que levantar poco a poco el repinte de la cara y los pies”. 

Una suerte de lifting con la firme premisa de “jamás actuar sobre el original”. Ahí establece una línea roja, porque a las “barbaridades” que se perpetran a veces en su campo “no se les debe llamar restauración, sino intervenciones fallidas de no profesionales”. Las personas cualificadas “nos encaminamos a conservar”, nunca imprimen su huella “actuamos de manera que se note que han tocado las obras”, con contadas excepciones. Profundizando un poco más, sobre reponer o no partes que falten alude a los diferentes puntos de vista: en una pieza de museo se podría evitar; sin embargo, “si hablamos de un Cristo de un convento, una imagen venerada con devoción quizás lo podríamos contemplar si la pérdida llama la atención más que el resto o la capta tanto que no eres capaz de apreciar la composición completa”. Rehacer con matices y “siempre” con el aval de los datos “porque no los podemos inventar y enseñando bien claro que la intervención corresponde a una etapa posterior”. 

En este punto resulta imposible no enfocar a la mediática intervención en el Ecce Homo de Borja en 2012. Entrevistada después de que se viralizaran las imágenes del resultado, “mientras todo el mundo se echaba las manos a la cabeza, nosotras dijimos que serviría para que la gente tomara conciencia” de la necesidad de recurrir a expertos “… pues no”, aunque confía en que “poco a poco, la gente vaya distinguiendo”. 

Esa vocación se le reveló a los 14 años durante la visita a una iglesia románica en Carrión de los Condes (Palencia). Estudió en la Universidad del País Vasco “cuando en Bellas Artes se impartía la especialidad de Restauración en la carrera de cinco años” antes de continuar su formación un año en Florencia, “el mejor de mi vida en lo referente a lo artístico”. A su regreso ganó experiencia con empresas especializadas para hacer las maletas rumbo a Turín, donde se atrevió con otras técnicas y elementos. Entre ellos, “iconos rusos”, que no proliferan tanto. Con ese bagaje, hace 20 años abrió su propio estudio con una socia y desde hace tres ella lleva las riendas en solitario “en un taller de cara al público”. 

Y es que “cualquiera que entre es bienvenido dentro de un espíritu de divulgación y de llevar la restauración a la calle” para rebatir los “prejuicios” que imperan en el sentido de que “lo perciben elitista e inalcanzable, exclusivamente para coleccionistas y museos”. Ella atiende a una clientela variada que lleva “lo mismo objetos de valor sentimental y otros relevantes desde la perspectiva histórico-artística”. Rocío se mantuvo firme y ha podido encadenar encargos porque “es cierto que sin vocación no resistes mucho frente a las vacas flacas”. La temporalidad lastra; “te llama una empresa para poner a punto un retablo y el proceso dura tres o cuatro meses”. Junto a los del Museo de las Encartaciones, “por suerte me llegan cosas del Euskal Museoa, que posee una colección muy variada, ahora mismo estoy inmersa en una cama preciosa del siglo XIX procedente de un caserío con cabecero, piecero y dosel policromados” y por su estudio han pasado “desde un juguete, un cochecito de metal, a abanicos maravillosos entregados por particulares”. 

En el apartado de curiosidades “muchos más retablos de los que pensamos” ocultan pintura mural, ya que “al principio cuando se reunía el dinero” para decorar las iglesias salía más barato” y a medida que recababan fondos iban añadiendo retablo “y si conseguían más presupuesto se policromaba”. ¿Qué hacer con el descubrimiento? “A veces no se dispone de espacio físico para adelantar los retablos y que se aprecien las pinturas, así que se documenta sin moverlo”. 

En el campo artístico los adelantos tecnológicos pueden agilizar “probablemente a la hora de elaborar informes o buscar información sobre las piezas”. Lo demás en la restauración se circunscribe “a lo artesanal”. Da fe en las “horas y horas” que invierte en cada misión. En estos momentos en una talla, de Zaldu (Gordexola), “estoy levantando una capa de cola que dieron, me imagino que con afán de protegerla a base de calor controlado utilizando una pistolita pequeña, no sé dónde puede caber aquí la inteligencia artificial...”.