Era el 8 de mayo de 1983, festividad de la Virgen de la Antigua, y ganaste las elecciones municipales con una mayoría absoluta abrumadora. Te convertiste así en la primera alcaldesa de Orduña y ese hecho quedará para siempre grabado en la historia de la ciudad. Pero con ser, sin duda, un acontecimiento importante, los que te conocimos valoramos todavía más tu cercanía con las personas, tu generosidad, tu dedicación.
Te tocó presidir el Ayuntamiento en una época muy convulsa. Atentados, crisis económica, desempleo eran los elementos de un escenario sombrío. Las sesiones plenarias se convertían, en ocasiones, en auténticos campos de batalla con intervenciones crispadas del público y concejales. Y se hacía preciso poseer auténtico coraje para superar esos trances al que acompañaba tu sentido del humor inteligente y tu ironía
Ser mujer y alcaldesa en aquel tiempo no era sencillo. Soportaste comportamientos prepotentes que afrontaste con decisión y entereza y, en gran medida, preferiste ignorar porque tu voluntad se encontraba en trabajar por los vecinos y vecinas, a quienes dedicaste miles de horas sin otra compensación, no pequeña, que su bienestar. Hoy se habla mucho de la transparencia en la vida pública, pero recuerdo que ya entonces tu despacho tenía dos puertas, y las dos se encontraban permanentemente abiertas porque siempre encontrabas tiempo para hablar con todos aquellos que te planteaban un problema.
En aquella época los servicios municipales eran verdaderamente precarios y se hacía preciso trabajar con urgencia. Te pusiste manos a la obra gestionado convenios, ayudas, subvenciones ante la Diputación Foral, el Gobierno vasco y allí donde fuere necesario. Si era preciso reivindicar la casa cural de la aldea de Mendeica, nos presentábamos en el Obispado de Vitoria para discutir con firmeza los derechos que tenían los vecinos sobre el edificio que aquel quería vender; y si se decidía recuperar los terrenos municipales que ocupaba una granja militar, hablabas con el mismísimo capitán general.
Entre las gestiones realizadas recuerdo una que resultó realmente peculiar. En el deseo de traer empresas a la ciudad ante la situación dramática del desempleo, se contactó con unos promotores de una actividad de cría de gusanos rojos de California. Las instalaciones las tenían en Tordesillas y hasta allí fuimos en coche cinco personas, bien apretadas, donde pudimos comprobar la existencia de una granja ruinosa y un páramo en donde decían iban a construir unas nuevas instalaciones. Los representantes del Ayuntamiento y los técnicos del Gobierno vasco nos quedamos pasmados. Había que tomarse las cosas con humor y a duras penas regresamos a Orduña a eso de las dos de la madrugada tras empujar el coche averiado por las calles de Valladolid.
Nunca tuviste pretensiones políticas y tu tarea diaria se dirigía a solucionar los problemas de la gente. Urbanizar las calles, la construcción de la Casa de Cultura, la edificación del ambulatorio, las piscinas, la recuperación de la granja y tantos otros. Hubo otros proyectos que no salieron adelante, algunos polémicos, en los que tu esfuerzo siempre estuvo acompañado por la buena fe. Porque por encima de tus logros y alguna frustración, siempre quedarán tus intentos de conciliar posiciones enfrentadas, máxime cuando en tu segundo mandato había nada menos que cinco partidos diferentes.

No puedo olvidar tu sensibilidad por la cultura. Organizaste la celebración del VII centenario de la integración de Orduña en Bizkaia con la presencia del lehendakari Leizaola y el diputado general Makua, y promoviste la confección de un vídeo de la historia de Orduña en el que colaboré. Cuando escribí mi primer libro sobre la historia de la Junta de Ruzabal, no dudaste en impulsar la edición por el propio Ayuntamiento, lo que significó recobrar el vínculo de Orduña con su rica historia. Yo viví toda esa época como secretario del Ayuntamiento de Orduña y te aseguro que como fedatario público puedo certificar todo lo que aquí expongo. Al terminar de escribir estas notas un tanto atropelladas, alguien pudiera pensar que es la crónica de un tiempo olvidado.
Sin embargo, cuando la semana pasada nos reunimos para despedirte, vimos la iglesia de Santa María llena de gente y, sobre todo, llena de emoción y de agradecimiento que recordaba tu manera de hacer las cosas, con sentido común, sin estridencias, con alegría. Es verdad que despedíamos a la primera alcaldesa de la ciudad de Orduña, pero sobre todo nos despedíamos de ti, Ana Mari, de una persona profundamente entrañable.
Nos queda la amistad con toda tu familia –de la que sé te sentías tan orgullosa–, con Xabier y con tus hijas e hijos –Ane, Miren, Xabier y Aitor– en los que siempre vivirá tu recuerdo.
Eskerrik asko, Ana Mari.
El autor es jurista en el ámbito de la administración local