Alex ha empezado a hablar dos veces. Una, de niño, y otra, con 25 años, hace apenas un mes. “Me llamó mamá y para mí ha sido el momento más feliz”, afirma Ana Claudia Ionita, su madre, que lloró al escucharle y aún se emociona al contarlo. “A la médica que hace dos años le dio una semana de vida le dijo: Hola, doctora y se quedó con la boca abierta. ¿Ves?, el chico que me habías dicho que se iba a morir”, añadió ella, que nunca se ha dado por vencida. Ni siquiera cuando su hijo quedó en coma tras recibir una salvaje paliza grupal en Amorebieta. Una agresión que recientemente ha tenido una réplica en Bruselas, donde fue apaleado hasta el borde de la muerte un joven vecino de Zumarraga.

Postrado en la cama, en su domicilio de Bilbao, Alex esboza un saludo repitiendo con esfuerzo las palabras que le dicta su madre. Las acompaña agitando el único brazo que puede mover. El recibimiento, fruto del esfuerzo de ambos, llena de sonrisas la habitación, decorada con los globos que colgó Eugen, su padre, para darles la bienvenida cuando llegaron el mes pasado de Barcelona, donde este joven rumano acude a un centro de rehabilitación. En una mesita conviven medicinas e imágenes religiosas. Toda ayuda debe ser poca. “La esperanza que no me han dado los médicos me la da Dios”, se aferra su madre.

“Al principio tenía sed de justicia, pero ahora me centro en su rehabilitación”, afirma la madre, para quien “ir a los juicios es una tortura”

En el suelo, un paquete de pañales simboliza lo que Alexandra Buric, traductora y amiga de la familia, no cesa de repetir: “Es como un bebé de dos años”. En una pared, en un selfi enmarcado, Alex sonríe junto a su padre antes de que le destrozaran la vida a golpes con palos y botellas, a patadas y puñetazos. Bajo su gorra, un veinteañero al que le gustaban las hamburguesas con patatas y la música electrónica –en concreto, el hard bass, como tiene tatuado en su mano–, que trabajaba de obrero y soñaba con ahorrar para sacarse el carné, comprarse un coche y construir una casa en su país. Ahora se conforma con sorber una coca-cola, aunque se intuyen vestigios de su alma joven. “Le digo: Qué, Alex, ¿vamos de chicas? o ¿vamos a fumar? y se pone muy contento”, relata Alexandra, aunque en cuanto asoma su madre y pregunta: “¿Cómo que a fumar?”, él recula con su cara: “Que no, que no”.

Quizás no hayan reparado en ello, pero la ropa de la cama anexa está estampada con dibujos de koalas. Justo el animal que da nombre a la banda a la que pertenecían sus agresores, algunos pendientes de juicio. “Estoy centrada en la recuperación de Alexandru y si fuera por mí, ni iría al juzgado. Que les condenen a lo que les tengan que condenar y paguen lo que tengan que pagar. No quiero saber nada de ellos ni que me pidan perdón”, zanja Ana Claudia.

Come por boca, ríe y pide agua

“Estoy convencida de que se va a poner bien”

Cuando una ve a un hijo al borde de la muerte y después inerte, sondado y sin habla, cualquier avance se antoja un triunfo. “Dentro de lo que cabe está bastante bien”, se consuela la madre de Alex. Teniendo en cuenta que “está incapacitado al 95%”, sus palabras rezuman optimismo. “Estoy convencida de que se va a poner bien”, confiesa esperanzada, mientras Alex permanece tumbado con su cabeza ladeada sobre el colchón. “Desde fuera se ven las cosas de otra manera, pero cuando es tu hijo, pensar así es lo único que te mantiene de pie”, dice Alexandra.

A Ana Claudia le ayuda a mantener el ánimo que su hijo ahora pueda pedirle agua o comida. “Saber cuándo tiene hambre o sed, cuándo algo le molesta o hay que cambiarle el pañal es un gran logro”, se alegra. Lo mismo que haber podido prescindir de la sonda. “No le habían dado ninguna esperanza, pero se la han quitado y ya come por boca”, celebra. Sopa, alubias, pancakes, hamburguesas, sándwiches... No le hace ascos a nada. Prueba de ello es que “salió del hospital pesando 52 kilos y ahora pesa casi 70”. Bien lo sabe la espalda de su madre, que no tiene tiempo ni para ir a darse un masaje. “Ya sabes: Niño gordo, niño sano. Tienen una grúa, pero como Alex se asusta, a la madre le da pena y no la usa”, comenta Alexandra.

Así evoluciona Alex, el joven que sufrió una brutal paliza en Amorebieta

Ana Claudia sujeta la única mano que puede mover su hijo Alex, en la que lleva tatuado el nombre de su estilo de música preferido, ‘hard bass’, en la habitación de su domicilio en Bilbao. Pablo Viñas

Aunque el joven no es capaz de decir cuántos años tiene, baila con uno de sus brazos cuando escucha música y se ríe a carcajadas con las bromas de Ana Claudia, que no escatima en cariño y sentido del humor. Lo mismo le agarra de la nariz que le estampa un beso. Lo que sea con tal de arrancarle una sonrisa.

A pesar de todos sus avances –solo con la fuerza de su brazo izquierdo el chico es capaz de voltearse en la cama–, su madre también ha sufrido bajones. No tiene que ser fácil para ella escuchar que no se haga falsas expectativas. “Ella siempre le decía que iba a salir adelante, pero lo ha pasado muy mal. Tiene sus subidas y bajadas, ataques de ansiedad y de pánico, pero luego confía otra vez en Dios y tiene la esperanza de que volverá a ser como antes”, cuenta Alexandra. Cuestión de fe o de pura supervivencia.

Rehabilitación en Barcelona

“Lo mejor fue verlo de pie mirando a los lados”

Alex tiene mucha tarea por delante: ejercitar sus músculos, aprender a hablar, a deglutir... En ello se afanan los profesionales del centro al que acude en Barcelona, donde reside con su madre. “Está allí cuatro horas al día de lunes a viernes. Trabajan la movilidad, logopedia, intentan reactivar con vibraciones sus músculos, las neuronas... Todo lo que se pueda hasta el punto en que su cuerpo pueda responder”, expone Alexandra. En esa clínica ha vivido Ana Claudia una de sus mayores alegrías. “Lo mejor fue verlo de pie, sujeto en una máquina, mirando a todos los lados”, destaca su madre, que se resiste a renunciar a su sueño de volver a verlo caminando otra vez.

“A la médica que hace dos años le dio una semana de vida le dijo: ‘Hola doctora’ y se quedó con la boca abierta”, dice sin perder la esperanza

Con ese intensivo de ejercicios y actividades, Alex vuelve al piso que tienen alquilado “reventado, descansa, cena y a dormir”. Su madre apenas recupera el aliento y vuelta a empezar. “Está todo el día pendiente de él, cámbiale, dale las pastillas, llévale, tráele, dúchale, dale la cena, acuéstale... Toda su vida es Alex”, remata Alexandra, a quien el padre del joven, que vive en Bilbao, le pide el fin de semana que libra que le busque “un vuelo barato” para ir a visitarlos. “Así está con Alex y echa una mano a su madre, que no puede ni ir al supermercado porque la silla de ruedas pesa mucho”, apunta.

A finales de octubre madre e hijo se trasladaron a Bilbao para hacerle una revisión y un TAC y “ver cómo ha progresado el daño cerebral”. “Si está todo curado, me gustaría que le pusieran en el lugar del hueso que le quitaron una prótesis. Tiene sus riesgos, pero le ayudaría mucho a avanzar”, confía Ana Claudia.

Al padre le ha costado asimilarlo

“Su hermano siente ira por lo que le han hecho”

A Eugen le costó mucho asimilar la brutal agresión que sufrió su hijo y “quitarse el miedo de encima” al verlo tendido inmóvil en una cama. Al principio, de hecho, casi ni se le acercaba. “Estaba asustado. Un día Alex se movió y casi le da un mal. Ahora le cambia, lo saca a pasear, lo cuida...”, cuenta Alexandra. La víspera a su llegada desde Barcelona se la pasó “inflando globos y escribiendo en ellos mensajes: Bienvenidos, Besitos, Os quiero mucho...”, detalla.

El hermano de Alex, que tiene 26 años y reside en Alemania, “no soportaba verlo en el hospital ni en este estado ni pensar que algunos de los agresores están libres”, comenta esta amiga de la familia. “Su hermano siente ira por lo que le han hecho. Si fuera por él, no saldría ninguno nunca de la cárcel”, añade.

Como todo veinteañero, Alex tenía su grupo de amigos, que ha estado al tanto de su evolución. “Algunos han venido a verle a casa, una chica iba al hospital... Todos no le han visitado porque son jóvenes, no tienen coche y les costaba ir a Gorliz, donde estaba ingresado, pero hablamos mucho por teléfono, me preguntan qué tal está, les mando vídeos, están pendientes”, cuenta Ana Claudia, “feliz” porque no le han olvidado.

Alex posa en un selfi junto a su padre, Eugen, antes de ser agredido. Pablo Viñas

Prueba de ello fue la fiesta solidaria que se celebró el pasado 7 de julio en Amorebieta, adonde acudió buena parte de su cuadrilla para arroparlo. “Estuvo tres o cuatro horas en la fiesta con sus amigos. Al verlos, se puso contento”, cuenta su madre. Es imposible saber a ciencia cierta si los reconoce, pero “siente el cariño que se le da” y cuando alguien no le inspira confianza, lo hace saber. “En la fiesta se le acercaron dos personas que dijeron que eran amigos y no lo eran y no quería hablar con ellos, se echó para atrás y se puso nervioso. Cuando alguien no le cae bien o no le gusta su cara, se le nota”.

Los agresores

“Por mí que no saliera ninguno de la cárcel”

Alex tiene hambre, pero su madre lo entretiene y aguanta estoico hasta que se menciona la agresión que sufrió en julio de 2021 y comienza a agarrarse de la camiseta y estirar, quién sabe si de rabia o impotencia. “No le gusta oír hablar de lo que le ha pasado. Se pone muy nervioso, se altera”, explica su madre. Para evitarle un mayor sufrimiento, la conversación se traslada a la sala.

Tampoco a Ana Claudia le gusta abordar el tema. Prefiere borrar a los agresores de su mente. “Al principio tenía sed de justicia. Ahora me centro en la rehabilitación de Alexandru porque estar centrada en ellos no me aporta nada”, confiesa. Por no querer, no quiere ni que le “pidan perdón”. “El día de los juicios de los menores se acercó uno de los chicos y ella se desmayó. Tuvo que venir la ambulancia. Le quería pedir perdón, pero ella no puede escucharles ni verles ni quiere hablar de ellos. Para ella es una tortura ir a los juicios, le dan ataques de pánico”, le presta su voz Alexandra.

Ana Claudia no ha reunido el valor para ver el vídeo en el que a su hijo le roban a golpes el futuro. A la espera de que sentencien a los adultos, las condenas impuestas a los menores le parecen escasas. “Por mí que no salieran ninguno de la cárcel. Una vez que eres capaz de pegar a alguien de esa manera, no creo que se tenga que hacer diferencia entre menor o mayor de edad”, señala. Se escucha un ruido. Sale disparada hacia la habitación. “Alex es capaz de tirar cosas”, advierte Alexandra.

Una mujer sufraga los gastos

“Es como la segunda madre de Alex”

Alrededor de Alex revolotean varios ángeles terrenales, incluida la propia Alexandra, porque “su caso ha impresionado mucho a todo el mundo”. Entre ellos destaca una mujer de Ibiza que sufraga buena parte de sus gastos. “Es como la segunda madre de Alex, nos ayuda muchísimo”, dice Ana Claudia, que solo la conoce por videollamada y le está muy agradecida. Sobre todo, porque las facturas se disparan: 5.000 euros al mes por la rehabilitación en Barcelona, 2.000 el taxi de ida y vuelta, 7.000 la silla de ruedas... Quienes no contribuyen son quienes lo apalearon. “Son todos insolventes. Pegar si han podido, pero pagar...”, censura.

El brazo izquierdo de Alex es como el de un superhéroe. Con él abraza a su madre y ambos echan un pulso, se diría que a la vida, que casi le arrebatan. Tras la demostración de fuerza, en sentido literal y figurado, llegan las bromas. “Vamos a recoger basura”, le dicen y se parte de risa. “Si no cierras la boca, no te doy comida”, le toma el pelo Alexandra y el joven le contesta haciéndole una peineta. Más risas. “Dile a Alexandra que la quieres”, trata de arreglarlo su madre. “I love you”, dice él.

Mirando al chico de la foto y al de la cama uno se pregunta qué queda en este de aquel. “Yo lo sigo viendo igual porque pienso que poco a poco volverá a estar como antes”, se autoconvence Ana Claudia. Hora de despedirse. “Da un beso”, le pide y Alex se lleva la mano a la boca y lo lanza. No se posa en la cara. Traspasa la piel y se estampa en el corazón.