Ocurrió hace cuarenta años, pero no lo ha olvidado. No puede hacerlo. Está anclado para siempre en su memoria. Los recuerdos sobre todo lo imaginado durante cinco días con sus cinco noches de 1983 borbotean con frescura en sus palabras al tiempo que arrastran con rapidez los peores pensamientos –que los hubo– de Jon Ojanguren, responsable por aquellas fechas de la brigada de Cruz Roja del Mar con base en Bermeo.

Como en las películas, se tuvo que frotar los ojos con insistencia y entusiasmo un 1 de septiembre de 1983, una fecha más para aquellas miles de personas que habían sobrevivido a las gravísimas inundaciones que entre el 26 y el 27 de agosto arrasaron la villa marinera, pero imborrable para él. Hacía cinco días que no sabía nada del grupo de voluntarios al que había encargado desplazarse hasta Donostia para asistir a la población de la capital guipuzcoana y alrededores sobre los que la gota fría ya había descargado un día antes, el 25.

“Fueron cinco días de angustia para mí y para los familiares; hasta que les vi en el periódico”

JON OJANGUREN - Respondable Cruz Roja del Mar en 1983

Las sensaciones de vacío y de temor ante lo que les hubiera podido ocurrir –Bermeo estuvo durante varias jornadas aislada e incomunicada– se confundían con la desesperación y la impotencia que se disimulaban en los gestos y en las miradas de Ojanguren a cada paso que daba por su pueblo, devastado: Artike, Askatasun bidea, Erreñezubi, Zubiaur tar Kepa kalea, Arreskuenaga, Lamera, el Casino,...

“Era dantesco. Las barracas [la localidad se estaba preparando para celebrar sus fiestas] habían desaparecido y estaban dispersas por Eskoikiz e incluso en Lamera”, revive Ojanguren. Un infierno diario que en su caso –y en el de las familias del retén de Cruz Roja del Mar enviado a Gipuzkoa– se acrecentaba cada amanecer sin noticias de aquel equipo que envió a tierras guipuzcoanas, donde nunca llegaron.

“Solo pensabas en sacar gente”

Uno de ellos era Julio Llamas. Tenía 19 años y el ímpetu y la resolución necesarias para sacrificarse en silencio durante esos cinco días con sus cinco noches trabajando a destajo en labores de rescate y auxilio, entre otras tareas. Recuerda aquellos días con una serenidad impagable. Un aplomo sano, honesto. “No mirabas el peligro. Solo pensabas en sacar gente. No tenías miedo de nada”, apostilla mientras revive aquellas jornadas eternas, en lucha siempre contra el reloj para salvar vidas. “Nos iban mandando. Ahora tenéis que ir a Ondarroa, donde los autobuses, que hay gente encima del tejado…”.

Reproducción del ejemplar de DEIA correspondiente al 1 de septiembre de 1983 en el que aparece la citada fotografía. Borja Guerrero

En Basauri, por ejemplo, calcula que pusieron a salvo a más de una veintena de personas que estaban en serias dificultades; y en MercaBilbao, una docena. De ese lugar, precisamente, le viene a la memoria un recuerdo: “Había un camionero refugiado arriba de la cabina. Nos dijo que estuviéramos tranquilos, que había sido paraca y que aquello nada… Y entonces el camión empezó a moverse por la fuerza del agua y bajó echando ostias…”, describía Llamas en declaraciones a DEIA.

“Durante esos cinco días que duró la odisea de estos voluntarios nadie nos dio ningún tipo de información de dónde o cómo estaban, con la consiguiente angustia de los familiares y la mía por ser el responsable de enviarles hacia Donosti”, subrayaba Ojanguren. El relato de los hechos de esta aventura con final feliz arranca un 25 de agosto al atardecer, con un cielo oscuro y espeso amenazando el horizonte, y una llamada de socorro desde Donostia.

“El alcalde de Basauri nos invitó a subir a un local a dormir, pero no llegamos. Estábamos ‘reventaos”

JULIO LLAMAS - Voluntario de Cruz Roja del Mar en 1983

El presidente de la Cruz Roja del Mar de Gipuzkoa se había comunicado con sus colegas de Bermeo para solicitar apoyo. Después de mover Roma con Santiago se acordó enviar un retén de cinco personas, un todoterreno con su remolque y un par de zodiacs. Quedaron para salir hacia Donostia a la mañana siguiente. Salieron a las dos menos cuarto y llegaron a Ondarroa a las ocho de la tarde. Ahí sus planes se alteraron debido a que la gota fría ya había empezado a descargar con fuerza en algunos puntos de Bizkaia limítrofes con la costa guipuzcoana.

Un maratón de cinco días

Markina, Ondarroa… Así empezó el maratón de intervenciones de esta brigadilla que concluyó casi una semana después. “Todo esto sin tener ningún tipo de comunicación entre los voluntarios con la central de Bermeo”, regaña Ojanguren todavía hoy. Cuando dieron por finalizada su misión en ese cuadrante al Este de Bizkaia pusieron rumbo con el todoterreno hacia Basauri. Entonces, las fechas se desorientan, se revuelven y se enredan. Se desordenan en los recuerdos agridulces de aquellos cinco días –con sus noches– sin que realmente importen las consecuencias. Aciertan a decir que fue un atardecer cuando llegaron a esa localidad, arrasada por el Ibaizabal; lo de menos es saber si fue el del día 27, el del 28… Todos eran iguales. Agua y más agua sucia y pringosa, empachada de ramas y árboles, bombonas de butano, basura, coches, animales muertos, alimentos y enseres, cadáveres humanos…

Allí fue precisamente donde fueron retratados por un fotógrafo de DEIA el propio Julio, Jon Gofilondo, Javi Aguirre, Jon Erauzkin e Iñaki Saralegi mientras descansaban, exhaustos, cerca de MercaBilbao, la gran plaza de abastos de Bizkaia que durante un tiempo tuvo que ser trasladada a los pabellones de la Feria Internacional de Muestras de Bilbao para seguir dando de comer a todo el Territorio.

Pero todo esto no lo sabía entonces el responsable del dispositivo de Cruz Roja desplegado en Bermeo y localidades del entorno como Elantxobe –donde consiguió llevar a puerto a una gabarra con pluma que estaba a la deriva después de haber roto las amarras– para responder a aquella catástrofe. La tragedia se mascaba entre café y cigarrillo. Y eso que no fumaba, pero aquellos días sí lo hizo. “Fueron días de locos”, resumía Ojanguren. La única comunicación que tuvo durante varios días fue a través de un walkie-talkie con la Cruz Roja del Mar de Donostia. “A diario nos informaban que no tenían información sobre los voluntarios de Bermeo. Que no habían llegado a Donosti, y nadie nos daba ningún tipo de información”, enfatizaba.

El suplicio era mayúsculo. “Y los familiares me preguntaban todos los días, a todas horas… Lógico. No sabía qué decirles”, lamenta todavía hoy en día Ojanguren. Al parecer, durante aquellas jornadas de caos e incomunicación total se lanzó el aviso de la desaparición de cinco uniformados y los peores presagios y la confusión se adueñaron de las vidas de un puñado de personas en la villa de Bermeo. Un calvario que finalizó el 1 de septiembre de hace 40 años cuando Ojanguren abrió el ejemplar de DEIA de aquel día.

La fotografía fue tomada días antes, pero salió publicada el 1 de septiembre de 1983, el mismo día que regresaron a Bermeo

En las páginas 20 y 21 se había insertado una fotografía tomada días antes de unos chicos jóvenes sobre una zodiac, cinco para ser exactos. A pesar de sus posturas perturbadoras estaban dormitando exhaustos. “Fue media hora, nada más, pero nos pareció como un día entero, yo qué sé... El alcalde de Basauri [Carlos Berrocal] nos invitó a subir a un local a descansar, pero no llegamos. Estábamos reventaos. No podíamos más…”, cuenta Llamas. Él cogió una garrafa de agua como almohada, Iñaki se quedó tumbado sobre la acera, Javi en la proa…

Regañina incluida

Y ese mismo 1 de septiembre de 1983 –jueves, para más señas– regresaron a Bermeo a eso del mediodía. Sus primeros pasos fueron hacia el puesto de Cruz Roja del Mar para dar cuenta de sus operaciones y esperar nuevos destinos en el municipio o alrededores. Sin llegar a entrar a las oficinas, Julio y Jon se cruzaron. Uno subía y otro bajaba corriendo las escaleras Se saludaron con un aúpa-aúpa, como otro día cualquiera, pero al llegar abajo Ojanguren se giró y le echó la bronca por no haber comunicado ni una sola vez cuál era su paradero.

“Es que fueron cinco días de angustia para mí y para los familiares. Era el responsable de todo y exploté de ese modo”, insistía. Después, cuando supo de las aventuras y desventuras de estos cinco chavales de Bermeo, les agradeció todo su trabajo. Y lo sigue haciendo todavía hoy. “La gente de Basauri también se portó muy bien con nosotros”, apuntaba Llamas al tiempo que escenificaba cómo flotaba el remolque o cómo la gente empujaba su vehículo pinchado...