Mikel Rueda tocó fondo hace algo más de un mes. Había pasado ocho años cuidando de su madre gracias a un permiso penitenciario; su vida giraba en torno a ella, a acompañarla y atender sus necesidades. “Es lo más grande que he tenido, mi mayor tesoro”, se emociona. Entonces la perdió a ella y después, también el trabajo. “No es bueno para nosotros, que hemos llevado una vida un poco torcida, quedarnos sin nada que hacer. Llegué a pedir que me volvieran a meter dentro, no aguantaba más”, admite. Pero le derivaron al programa Bestalde y el centro de día en el que ayudan a reclusos en régimen semiabierto a prepararse para su futura libertad. “El cambio ha sido notable; estoy mucho mejor”, agradece.

Por paradójico que pueda parecer, para muchos reclusos no es fácil habituarse a la vida al otro lado de las rejas. Para ayudarles en ese camino, el Departamento de Igualdad, Justicia y Políticas Sociales del Gobierno vasco tiene en Bizkaia un centro de día, dentro del programa Bestalde, donde les acompañan en ese camino. Abre sus puertas a las personas que se encuentran en tercer grado o en prisión condicional, con el objetivo de “acompañar ese proceso de cara a la inclusión social; se trata de acompañarles en su proceso de cambio, que implica diversas áreas”, explica Isabel Berganza, directora del programa.

El centro abre sus puertas a las 09.00 horas; la veintena de usuarios que acuden a él están terminando la pausa del café y charlan en torno a una gran mesa en la cocina. Una cristalera la separa de la acogedora zona de estar, salpicada de sofás, tupidas alfombras y vigas de madera. “Queremos que se sientan acogidos, como su segunda casa, un lugar seguro donde establecer relaciones de confianza”, apunta Berganza. Las actividades se suceden a lo largo de la mañana, con la comida como colofón a la jornada. Son los propios usuarios los que se encargan de todo: ellos eligen qué van a comer cada día, quién va a hacer las compras y a quién le tocará ponerse frente a los fogones. Un cuadrante en la cocina recuerda quién saca la basura, quién friega, quién repasa los cristales o quién limpia los baños. “Les ayuda a adquirir hábitos para la vida cotidiana; tienen que cuidar el centro entre todos”, señala.

“Ese tránsito no es fácil; son muchísimos los hábitos que tienen que recuperar o adoptar”

Isabel Berganza - Directora del centro de día Bestalde

La situación en la que se ven los reclusos cuando acceden a un régimen semiabierto –con el que ya pueden salir a la calle, aunque siguen cumpliendo condena– es muy diversa. Hay quien solo necesita un pequeño acompañamiento pero otros, sobre todo los que más tiempo llevan en prisión, no tienen nada, ni un lugar al que ir. Para ellos, este centro de día lo es todo. “La prisión es un sistema muy totalizante, con una estructura marcada y con horarios estipulados. Son muchísimos hábitos los que tienen que recuperar o adoptar”, señala Berganza. Sin olvidar combatir la razón por la que han terminado entre rejas y que les permite romper ese ciclo cárcel-calle-cárcel. El objetivo, en todos los casos, es el mismo: que puedan alcanzar una vida lo más normalizada y autónoma posible. “Depende del tiempo que haya estado en prisión, pero ese tránsito no es fácil; el mundo que ellos dejaron era otro. Hay personas que han estado diez años sin salir a la calle; se les hace duro hasta el ruido y su entorno social también han cambiado”, advierte. “Hay mucha gente que quiere cambiar, pero necesitan acompañamiento para ello”.

En este centro se trabaja en diferentes ámbitos: desde la formación para ayudarles a encontrar un empleo, sí, con talleres técnicos de fontanería o soldadura, pero también para que adquieran hábitos como la puntualidad o el trabajo en equipo, el autocuidado, la autoestima o el control de emociones y las habilidades sociales. En base al plan personal de cada uno, los usuarios siguen las actividades que se adaptan a sus necesidades.

José Luis Basterretxea muestra su pulsera telemática. Borja Guerrero

Puntualidad

En el taller prelaboral, de baja exigencia, los usuarios aprenden no solo un oficio, sino hábitos para poder incorporarse al mercado laboral. “Llegar puntual, justificar si no vas a ir, limpieza del taller después, seguimiento de órdenes… Hay personas que llegan sin las competencias más cotidianas”, explica la directora. El programa de voluntariado en la residencia Aspaldiko de Portugalete, visitando y acompañando a los mayores que viven allí, les permite aportar su granito de arena a la sociedad, sentirse útiles y acompañados –“ven que son capaces de cuidar a otros, de hacer reír, ayudar a otras personas que tienen necesidades y restaurar un poco el daño que han generado”–, y las clases de informática les ayudan a tener un correo electrónico, buscar los horarios del transporte público o concertar una cita previa en Osakidetza. “El otro día le enseñamos el whatsapp a una persona y le parecía la bomba”, explica Berganza.

También participan en una actividad deportiva, en colaboración con la Fundación Ahtletic, en un polideportivo municipal; no solo es el deporte en sí, sino que se acostumbren a utilizar recursos municipales y valores como el manejo de la frustración o el autocontrol. Actividades relacionadas con la arteterapia en el Museo de Bellas Artes, y la musicoterapia junto a la Orquesta Sinfónica de Bilbao, completan el programa y les permite vivir experiencias nuevas para ellos. “Yo nunca había estado en un museo”, se escucha a más de un recluso.

Aunque los perfiles de usuarios son muy diversos, hay problemáticas que se repiten en muchos de ellos: las dependencias, la violencia, la soledad, las dificultades para la incorporación laboral... El equipo que les atiende en el centro de día está compuesto por cinco personas, psicólogos y educadores sociales, al que se suman voluntarios y jóvenes en prácticas. Su directora afirma convencida que los objetivos se cumplen. “Hay gente que ha terminado ya su paso por aquí y siguen viniendo a visitarnos y para nosotros eso es un regalo”, finaliza.