Este último Viernes Santo falleció Trinidad Aguirre Bernaola, vizcaina exiliada por la Guerra Civil en Venezuela y que, siendo una niña, fue superviviente de los bombardeos históricos contra Durango y Mañaria. Sumaba 92 años y residía en Caracas, capital al norte de país caribeño americano. Nació el 26 de mayo de 1928 en el casco histórico de la villa vizcaina, más concretamente en Kalebarria, 14.

De una saga familiar de alcaldes del PNV y carlistas, siempre recuerdan cómo salieron corriendo de su hogar de Durango cuando comenzaron las explosiones de las bombas fascistas aquel 31 de marzo de 1937, “volando por las escaleras”. Al llegar a la calle sintieron “chispazos” –describía ella misma– y “mucho ruido. Todos estábamos asustados y había muchos muertos esparcidos entre piedras. Quedaron marcas en la madera de la puerta de nuestro portal, donde había una carpintería, que aún sigue allí y se puede ver”, detallaba la finada a DEIA en una entrevista con motivo del 85º aniversario del bombardeo.

Desde la capital venezolana donde residía aportó un testimonio de esos que ponen la carne de gallina a quien lo lee: “Ama, después del bombardeo y después de hablar con la familia, optó por que fuéramos a Mañaria, de donde era ella, y al llegar al caserío de Telleria decidieron que todas las mujeres y niños nos refugiáramos en las cuevas sin pensar que ahí nos pasaría lo que nos pasó. Los niños no entendíamos bien qué pasaba, teníamos miedo”, rememoraba.

En ese momento sufrieron un ataque de pilotos del bando contrario a la democracia. Las mujeres sacaron a secar al sol los pañales de los bebés allí guarecidos y ese actuar inocente delató su presencia. Los pilotos italianos dispararon y bombardearon al saber de su refugio natural.  “Tuvimos la suerte de que la cueva tenía dos entradas y pudimos huir por la otra”, agrega desde Venezuela su prima Agurtzane Arteaga, natural de Mañaria.

Trinidad, según comunica su sobrino Pedro Arriaga, viajó a Venezuela a finales de la década de 1940. “Inicialmente trabajó en casa de una familia vasca, pero a continuación lo hizo en una familia caraqueña de muy buena posición social y económica, que le ayudó para su crecimiento”, valora Arriaga, conocido editor de la revista vasco-venezolana Jazoera.

Allí, Trinidad estudió secretariado y fue empleada del Ministerio del Trabajo, donde llegó a ser mecanógrafa del jefe de personal hasta su jubilación en los años 80. Retornó a Durango con el objeto de acompañar a su madre, Feliciana Bernaola, quien falleció en 1993. Entonces, optó por regresar a Caracas.

Vivió siempre junto a su hermana María Teresa Aguirre Bernaola y su cuñado Antonio Arriaga Guerriquechevarría. Trinidad ayudó al matrimonio en la crianza de sus ocho sobrinos. “A quien Dios no le da hijos, el Diablo le da sobrinos”, bromea Arriaga. “Tía Trini fue una mujer que debido a la situación de posguerra, en los años 40-50 buscó un horizonte prometedor donde conseguir oportunidades y Venezuela en ese momento las daba en todos los aspectos. Aquí mantuvo su forma de ser y fue ejemplo de constancia, dedicación y honestidad, siendolo también de responsabilidad entre sus compañeros de trabajo, quienes siempre le tuvieron respeto por ser como era”, opina Arriaga.

A su juicio, Aguirre trató en lo posible, rayando lo imposible, de ayudar económicamente a su familia con una forma de ser muy austera. “Cuando el tiempo lo determinó se jubiló y fue a Durango a cumplir con su ama, quien, a pesar de tener a sus tres hijos en Venezuela, nunca quiso abandonar su pueblo”. Al fallecer Feliciana, Trini regresó a la tierra en la que vivió la mayoría de su vida: Venezuela. Allí continuaban sus hermanos y sobrinos entre otros parientes, además de amigos y allegados. Falleció el 15 de abril a los 92 años en Caracas en el hogar familiar.

En aquel enclave también residió la familia Anzola, descendientes del histórico comandante del batallón Malato, José María Anzola, a quien el Gobierno vasco encomendó la tarea de acudir a Durango a documentar con su cámara los destrozos producidos por la aviación italiana fascista con el beneplácito de los generales españoles Franco, Mola y Vigón. “Trinidad es otro testigo del cruel bombardeo de Durango el 31 de marzo de 1937 que se nos va. Pero su testimonio perdurará en nuestra memoria gracias a las imágenes y relatos de testigos de primera línea como ella. Goian bego!”, aporta Iker Anzola, hijo del mencionado comandante jeltzale.

El exsenador Iñaki Anasagasti y su familia también formaron parte de la comunidad vasca de la diáspora venezolana. “La vida de Trini es muy característica de muchas vascas que como consecuencia de la crueldad de la guerra tuvieron que salir de su nido natal. Fue una vida de trabajo, de dedicación, y de éxito porque todo lo que hizo fue exitoso, y, sobre todo, una magnífica persona que tenía por detrás una historia que siempre contaba”.

A petición de la fallecida, sus restos volverán, una vez incinerados, a su Durango natal. Descansará en el camposanto municipal de la villa junto a su padre, Pascual, y su madre, Feliciana.