“¿Hay arañas?”. Los niños lo preguntaron todo con naturalidad antes de entrar en el puesto de vigilancia de la torre del Puente Viejo en una de las ocasiones puntuales en las que los balmasedanos han podido acceder al interior de su monumento más emblemático. Lo encontraron “más grande de lo que esperábamos” confesaron tras subir las empinadas escaleras. Turistas de Toledo y Sopela también se apuntaron a la visita guiada ofrecida por la empresa local Alboan, que dio pie a un viaje por los orígenes de la villa y su relevancia “estratégica” en las rutas comerciales europeas.

El punto de encuentro se estableció en la plaza de los Tilos, desde donde se obtiene la panorámica posiblemente más fotografiada de día, de noche y durante el paso de la Pasión Viviente camino del frontón. Cámaras y móviles se disparan cuando Jesucristo desciende por el pavimento adoquinado y comparte la imagen con el letrero de la calle del Cristo. La ubicación de Balmaseda “entre la meseta y el Cantábrico convirtió el municipio en un paso natural” a semejanza de otras “villas de interior construidas entre un cerro y el río, detalló Jorge Gómez Balenciaga.

No se sabe con certeza si Balmaseda recibió sus privilegios en el año 1199 o en el 1200, pero, gracias a las recientes excavaciones arqueológicas, sí que el Cerro del Castillo ya se alzaba entonces. Las pruebas practicadas han datado fragmentos “a mediados del siglo X, por lo que es el más antiguo de Euskadi hallado hasta ahora”. Un importante avance, ya que “hasta el pasado verano pensábamos que el puente, el castillo y la muralla se habían levantado entre los siglos XII y XIII”. Puede que con el análisis de los resultados de la campaña de 2022 “tengamos que seguir cambiando cosas”.

En ese contexto, el estatus de villa supuso que “dejaran de pagar impuestos, pudieran elegir al alcalde, comerciar y organizar mercados”. De aquella Balmaseda medieval “se conserva un trozo de muralla”. “Un lienzo bajaba hacia el puente y otro hacia la iglesia y existían cinco puertas: en Virgen de Gracia para la gente que venía desde Karrantza por el monte, el Campo de las Monjas, –por donde salían en dirección a la meseta–, cerca de la iglesia de San Severino –la elegida para proseguir el camino hacia la costa–, la que llamaban de Medialavilla, que solían emplear los vecinos para cruzar al otro lado del río a la altura del actual matadero, y el Puente Viejo, que ejercía de aduana donde pagaban impuestos” Lo cruzaban “y circularían por la calle que ahora llamamos Martín Mendia en honor al indiano, la primera que existió en el casco histórico”.

Con precaución por las altas temperaturas, la visita continuó desde uno de los pilares. Así pudieron apreciar que se diseñó en estilo románico “muy alto por las crecidas del Kadagua”. El torreón “se añadió en el periodo gótico a finales del siglo XIV; fijaos, se distingue perfectamente la diferencia entre los tipos de piedras”. También marcas de cantero, entre las cuales los más pequeños identificaron “cruces, flechas y triángulos” que “se pueden localizar igualmente en el Valle de Mena”, signo de que posiblemente se desplazaran a trabajar a Balmaseda.

Por último, en grupos de tres o cuatro personas los participantes en la visita subieron a la torre de vigilancia del puente, una vez abierto el enrejado en el que muchos balmasedanos no reparan cada vez que lo cruza, enfrascados en sus preocupaciones del día a día, como comentaron en la actividad. Se trataba de “un puesto de control” desde donde se mantenían alerta frente a posibles amenazas, con ventanucos orientados “al lado opuesto del casco histórico”.

El cotizado rango de villa implicaba prosperidad, pero “al mismo tiempo conflictos: por aquí pasaron muchas guerras, imaginaos que en situaciones de peligro se cerraban las puertas de la muralla”. Conflictos medievales o la guerra de la Independencia, durante la cual el 8 de noviembre de 1808 las tropas francesas prendieron fuego a Balmaseda. Cuando esa fecha coincide en sábado los vecinos lo representan “con recreación de los incendios con pirotecnia” y el trote de caballos por las calles. De las Guerras Carlistas se ha preservado “lo que vemos a día de hoy del Cerro del Castillo”, que cambió en sucesivas ocasiones de manos carlistas a liberales con voladuras incluidas. La Guerra Civil “se libró más en el Kolitza”, cuya ermita debió reconstruirse”. Todo lo ha presenciado el Puente Viejo.