Fiel a su cita con la flora y la fauna -incluida la humana-, el verano ya está aquí y con él las tormentas asociadas al calor, a esa calorina abusiva que estira los termómetros por encima de los treintaytantos grados centígrados, como ha ocurrido durante estos días pasados. De hecho, aquella primera e intensa ola de calor del año se despidió de ese modo: con rayos, truenos y descargando agua a mansalva. Lo que viene siendo una tormenta veraniega en toda regla.

No hay patrones que valgan para predecir su llegada. Existen lo que las voces expertas en meteorología llaman índices de inestabilidad, algoritmos y variables que nada tienen que ver con la cultura de andar por casa, más fundamentada en la observación. Ahí está, por ejemplo el Txoriak goitik, ekaitza behetik Txoriak goitik, ekaitza behetik(Si los pájaros vuelan alto, la tormenta por debajo) o Ekaitz ostean, barealdi Ekaitz ostean, barealdi(Después de la tormenta llega la calma).

Es otro tipo de sabiduría, que también tiene sus dosis de fortuna ya sea por casualidad o por destreza. Respetable. Pero Onintze Salazar, meteoróloga de Euskalmet, se decanta por la ciencia que ayuda a explicar la razón por la que este tipo de episodios se concentran en verano y tienen ese carácter tan localizado. Porque en otoño-invierno cuando llueve lo hace para todos, pero las tormentas veraniegas tienen ese punto de hiperlocalismo y únicamente descarga allí donde esté la nube.

“Son esas con forma de coliflor”, ejemplifica Salazar al tiempo que las asigna su nombre técnico: cumulonimbos. Es en su interior donde ocurren todos los fenómenos que acaban dando vida a las tormentas de verano que refrescan el asfalto urbano y levantan el olor a tierra mojada en el campo. Descargas eléctricas, corrientes de aire, temperaturas, extensión, formación y altura... se transforman en rayos, agua y granizo, pero también en vientos fuertes e incluso tornados, como el que se documentó el 4 de julio de 2018 en la sierra de Entzia (Araba), el único del que hasta la fecha se tiene constancia.

Es un fenómeno inusual en la geografía vasca, más acostumbrada a luchar contra las entradas de rachas intensas y chubascos tormentosos, además del consabido bajonazo de temperaturas; similar al ocurrido este sábado día 18: hasta 12 grados centígrados en diez minutos en Punta Galea. “Las tormentas veraniegas se suelen dar por la tarde, una vez que ya se han alcanzado las temperaturas máximas”, puntualiza la meteoróloga. Ese es, precisamente, el punto de no retorno. Uno de esos índices de inestabilidad que marcan las probabilidades de que ocurra un episodio de estas características.

Este arranque de semana, por ejemplo, el conjunto de la geografía vasca estuvo sobreaviso por precipitaciones intensas en la costa y en el interior de Bizkaia. Unos chubascos tormentosos que, en algún punto concreto, llegaron a ser especialmente fuertes. Este pasado martes -que fue especialmente adverso- las estaciones de Euskalmet recogieron hasta 13,5 litros por metros cuadrados en 10 minutos en Zornotza; o 11,7 y 11,5 litros por metro cuadrado en el mismo intervalo de tiempo en Muxika e Igorre, respectivamente. Fueron los lugares donde el cielo se rompió con mayor virulencia después de esos días de calor tan intenso y prolongado.

El año pasado fueron 3.982

Nada que ver en cualquier caso con los 23,6 litros por metros cuadrado que cayeron el 16 de junio del año 2008 en Urkiola, el máximo histórico en 10 minutos; porque el chubasco más intenso registrado en una hora se va para Enkarterri, en concreto para Balmaseda (La Garbea) donde el 2 de julio de 2011 cayeron 53,1 litros por metro cuadrado. Pero es que entre el martes y el miércoles a primera hora más de un millar de relámpagos alumbraron la noche vizcaina en el estreno del verano. El dato exacto es de 1.106 rayos. Eso no significa que todos cayeran en el suelo. De hecho, esas descargas eléctricas se suelen producir dentro de la nube, entre la nube y el aire que la rodea o entre dos nubes, “y esas son las que preocupan a la aviación”, ilustraba Salazar, al tiempo que ofrecía varias efemérides ligadas a este fenómeno: en Bizkaia caen de media 4.417 rayos entre los meses de junio, julio y agosto, pero el año pasado fue especialmente agitado y solo en junio se computaron 3.982 relámpagos.

Pero el calor es solo uno de los factores que influyen en la generación de una tormenta. Depende si entra alguna masa de aire un poco más húmeda o si sopla unas horas viento norte... “Hay muchos factores que no se perciben, pero cuando hace mucho calor, por algún lado explotará seguro”, simplifica la meteoróloga de Euskalmet. “El aire cálido y húmedo es condición necesaria para las tormentas, pero necesitamos más”, insistía la meteoróloga. “En verano son más habituales en zonas de montaña, sobre todo altas, por eso en Pirineos casi todas las tardes descarga alguna tormenta en días de calor, y allí donde más calienta el sol, como es el caso de Araba y el interior de Bizkaia”, redondeaba.

La explicación rápida es que ese aire va calentando la capa más pegada a la superficie y poco a poco asciende; y en esa subida a los cielos encuentra aire más frío y humedad. Es entonces cuando se produce la condensación: el vapor se transforma en gotitas de agua y empieza a formarse la nube. “En ese ascenso es necesaria la humedad y encontrarse temperaturas frías en las capas más altas. Y no todos los días hace la misma temperatura en capas altas”, por lo que no siempre hay tormenta cuando hace mucho calor, describe Salazar.

Las cifras

19.239

Esa es la media de rayos que caen en la CAV durante los meses de junio, julio y agosto. En Bizkaia serían 4.417 relámpagos, según datos de Euskalmet. No obstante, en junio del año pasado los cielos vizcainos estuvieron más iluminados de los habitual: 3.982 rayos.

3-4 cm

El episodio más intenso de granizo está fechado en Bilbao el 4 de julio de 2006 cuando cayeron piezas de entre 3 y 4 centímetros. ¿Cómo se forman? Debido al aire que corre por las nubes. La gota de agua entra en esas corrientes que suben y bajan, y en su contorno van sumando capas de cristales de hielo. Cuando el peso es lo suficiente para que esa corriente no lo pueda llevar de nuevo a capas altas, el granizo cae por su propio peso.

“Atmósfera y océanos más cálidos suponen más evaporación, necesaria para las tormentas”

Meteoróloga de Euskalmet