Nati cumplió 93 años el viernes. Un día antes, el presidente ruso Putin comenzó a invadir Ucrania al mando de sus tropas militares. Los cantos alegres de celebración hacia esta mujer de Durango se diluyeron en el ambiente hogareño con las detonaciones de los bombardeos contra Kiev, capital de la república independiente desde 1991.

Bilbao, como se apellida, apaga el televisor en esos momentos de actualidad informativa. Antepone informarse leyendo el periódico. "No me gusta volver a ver en directo una guerra, sea en Ucrania o en otro país. No quiero mirar el televisor con los sonidos y las explosiones me producen pánico, prefiero en papel", tolera. Esta vivaz trikitilari sabe desde el corazón, el estómago y el cerebro de lo que habla. Otro tanto, sus convecinos Lidia Larrea, Mikel Aretxaga, Edita Gómez y Maite Andueza. Los cinco son supervivientes del bombardeo contra Durango que entre Hitler, Mussolini y Franco planearon el 31 de marzo de 1937 y que acabó con la vida de más de 337 personas. "¡No quisiera a mi edad conocer más guerras! ¡Por nada del mundo!", bombea Nati levantando el dedo índice en el restaurante Larrinagatxu, inmueble rural en el que nació. "Somos supervivientes o hijos de quienes salieron vivos del bombardeo, ¿cómo vamos a querer más guerras?", plantea y propone: "Tenemos que vivir todos en paz".

Los cinco abren los ojos y los oídos a raíz de la ocupación de Ucrania como después de conocer los horrores cometidos a diario en Palestina, en Yemen, Afganistán, Myanmar, Etiopía, Malí, Burkina Faso o Haití. Todos ellos les duelen en sus recuerdos porque "los vascos, también fuimos refugiados de guerra", verbalizan al unísono. Euskadi vivió la evacuación interna y la exterior a estados en paz en aquel primer momento como fueron Francia, Reino Unido, México o URSS, entre otros. Hubo, de hecho, gente obligada a no volver a su tierra a diferencia de otra que regresó acabada la guerra en Euskadi.

De los últimos vivos

Las situaciones de las vidas cruzadas de estas personas en el callejero bombardeado de Durango en 1937 ponen la piel de gallina. Son de los últimos vivos. Próximas generaciones solo les conocerán por libros. Y quieren contar lo que el fascismo primero y el totalitarismo franquista les hizo callar durante 40 grises años. "¡Ver la guerra de Ucrania es un horror! Esos bombardeos me remueven por dentro todo lo que ya he vivido. Era una niña y no recuerdo el bombardeo como tal, pero sí he sufrido sus derivaciones. ¡Nos afectó a todos! De hecho, yo no he tenido niñez", clama y va más allá: "Me gusta oír la radio, leer y estar bien informada a pesar de los años que tengo. Es ver los ataques y a la gente huyendo en la tele y pensar que nosotros anduvimos igual". Son palabras de Lidia Larrea de 87 años. "Me dicen que tengo rictus serio. ¿¡Cómo no lo voy a tener!?" Y es que no parpadeen por un momento. La Guardia Civil mató en 1934 a su padre, un inocente hombre, cuando salía de un bar. Su madre estaba embarazada. Meses después nació ella. "Nunca he soñado con mi padre porque no le pongo cara", tuerce los labios.

Y llegó el bombardeo contra Durango. La madre, con las hijas a cuestas, salió huyendo como los ucranianos despavoridos estos días. En su caso, a Basauri, Castro Urdiales y vía Asturias a Francia. "Los asturianos decían que los vascos éramos como sus hermanos. Nos daban de comer sin hacer cola". Retornaron a su casa de Durango y cuando todo parecía que retomaba el pulso vital se quemó su vivienda. "Así que veo las imágenes de la tele y se me encoge el corazón. Pensar que inocentes como mi padre estarán muriendo... Y, ¿pensar que pudiera darse una guerra nuclear? Putin es como en nuestros tiempos Hitler", equipara Lidia.

Jimi Jiménez es un reconocido investigador de la guerra. ¿Qué diferencias hay entre aquellas evacuaciones forzosas y las actuales? No titubea: "No hay diferencia nueva en el fondo. La huida de un drama hace 85 años es la misma que hoy. Esa ansia de vivir, de proteger a los tuyos, no cambia ni cambiará", valora. Es más asegura que "en Siria, por ejemplo, la gente civil ha huido de la guerra y de sus consecuencias. Algunos logran no ser alcanzados por un misil, pero se ven con falta de alimentos, bebidas, de todo, como entonces o como hoy".

A su juicio, las víctimas del bombardeo contra Durango o de otros episodios bélicos en Euskadi ansiaban pisar suelo neutral y evitar lugares en los que, aunque se sentían a salvo, quizás estaban rodeados de muertos. Es decir, "en aquel caso, se fueron replegando hacia Santander, hasta que dejó de ser suelo republicano".

"¡Ver Ucrania es horroroso!", levanta ahora la voz Edita Gómez, hija de un vendedor de quincalla al que una bomba fascista italiana alcanzó en el pórtico de Durango. La esposa de Antonio corrió desde Artekalea a besar a su marido mientras este perdía temperatura. "Mi madre decía que esa muerte le envenenó la sangre y como estaba embarazada, nació mi hermano Antoñito y murió en Cabezón de la Sal". Meses después, ya de nuevo en casa, la familia consiguió repatriar el cuerpo del casi neonato. "Mi madre habló en Durango con unos soldados que nos lo trajeron de estraperlo en una cajita de zapatos. Sus huesitos y un chupete", se emociona Edita. También se estremece cuando escucha los ruidos de los aviones sobre Kiev, Jarkov o Chernóbil. "Me recuerda mucho y me siento mal. Han pasado 85 años y el mundo no ha aprendido nada", sentencia a golpe de lógica cartesiana.

Reflexiones

Jiménez expone dos reflexiones. "Estas personas de Durango, entonces, o Ucrania, ahora, sufrieron y sufren las terribles consecuencias de la guerra. Lo que no hay que usar son expresiones erróneas como la de efectos colaterales", propone y apostilla una segunda: "Tampoco se debe decir fuego amigo. Un fuego no puede ser amigo nunca".

De hecho, no fue fuego amigo el de un obús fascista que destrozó la casa de la familia de Mikel Aretxaga en Madalena. "Cuando volvimos le dije a mi madre en euskera: Hemen bizi einbiu? ¿Aquí tenemos que vivir? Yo solo tenía 7 años y me impresionó verla destrozada".

De aquel inmueble habían salido tiempo antes al oír las campanas de peligro corriendo hacia Goiuria, y de allí a Bilbao, donde sufrieron nuevos bombardeos. "Aunque yo era un niño, lo que veo de Ucrania me recuerda a lo nuestro. Cómo salimos sin bártulos. ¡No hemos aprendido nada de aquel horror! ¡Vamos para atrás!", denuncia Mikel. "En Bilbao, recuerdo que cuando sonaban las sirenas, como ahora se oyen en Ucrania, nos refugiábamos en el sótano de la Caja Vizcaina o corríamos hasta el túnel del tren de Lezama hasta que Franco entró en Bilbao. Entonces, no salíamos de casa para nada".

Maite Andueza recuerda, sobre todo, cómo pasada la guerra, visitaba junto a su madre a una presa de la cárcel de mujeres que hubo en Durango en Villa María. "Unas amigas me decían que no hubo cárcel aquí. Quiero que se sepa que sí hubo. Yo conocí allí a una madrileña conocida como Chiloeches, guapísima. Iba con ama a visitarla. ¡La recordaré siempre! Y que nadie me niegue que existió", dice seria quien asegura que "ninguna institución nos ha ayudado nunca. ¡Qué va! Nadie, nadie, nadie".

En aquel penal de mujeres estuvo reclusa la asturiana Argentina Flórez, hermana de la calificada como última miliciana republicana viva a día de hoy, la histórica Maricuela. DEIA ha hablado con ella, de 103 años. "En Europa estamos muy mal ahora con lo de Ucrania. Tú llamas desde Durango y en aquella cárcel estuvo mi hermana, cuando nos separaron a las dos de la prisión de Saturraran. Lo hicieron para castigarme. Luego ella se casó en Barakaldo y viví allí un tiempo hasta que mi hermana murió en un accidente de tren", abrevia. Ahora cree que "la situación está peligrosa. Rusia siempre quiso mandar en el mundo y Putin puede querer invadir todo. Hay que luchar contra el fascismo. Lo principal es la unión. No hay que abandonar la lucha", propone quien fuera miliciana del Batallón de los Mártires de Carbayín.

El padre de Maite Andueza también tuvo que huir. Salió de Durango a Mendaro. "Veo ahora a la gente de Ucrania o de otros países y me recuerda mucho a nosotros y me produce dolor. Tengo pena de no poder recordar más todo aquello. A mí, oír en la tele las sirenas de Kiev me hacen sentir la guerra que sufrimos. ¡Es otra vez terrible!"