Así se trabaja en el fondo de la Ría de Bilbao
A diez metros de profundidad, con doce grados de temperatura en el agua, una visibilidad de un palmo y vertiendo 122 metros cúbicos de hormigón
Trabajan con casco, pero no es de obra. Hablan constantemente con su compañero, pero sin verlo directamente. Manejan mangas de hormigón, pero con cientos de metros cúbicos de agua a su alrededor. Son los buzos de obra civil. Submarinistas especializados que han hecho de trabajar en las profundidades marinas y fluviales su peculiar modo de vida.
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Un equipo de cincos buzos está operando desde hace casi dos meses en el fondo de la ría para acometer la construcción de un subfluvial entre la isla de Zorrotzaurre y el barrio de Olabeaga. Es una de las operaciones acometidas por la Comisión Gestora de Zorrotzaurre necesaria para dotar de todos los servicios requeridos a los nuevos vecinos que colonizarán en breve la última zona de oportunidad de Bilbao. DEIA ha compartido con ellos unas horas de su trabajo tan singular.
El grupo de buceo lo componen cinco miembros. Eduardo, el encargado, Pedro, Andrés, Miguel y Rubén, al que le tocó la primera inmersión el pasado martes en una fría mañana de febrero. Pertenecen a la empresa Ciomar, Construcciones y Obras Marítimas, una firma cántabra cuya base se encuentra en el puerto de Zierbena y acumula una gran experiencia de trabajos de obra civil en entornos acuáticos en la península y en otros países.
No siempre bajo el agua
Todos son buzos pero la labor no siempre se acomete bajo la superficie del agua. “Cada día nos toca una tarea”, explica Pedro, un veterano en las inmersiones: “Estoy en esto desde los 18 años y tengo 53, así que imagínate”, indica con una sonrisa mientras ordena el material de trabajo. Son las 8.45 de la mañana.
A su lado, su compañero Andrés, se encarga de que el puesto de control, ubicado en un remolque situado en la orilla de Olabeaga, tenga todo listo para la inmersión. Él se sumergió el día anterior y el martes hace de enlace entre Rubén, al que le ha tocado bajar, y Eduardo y Miguel, los compañeros situados a bordo de una draga, bautizada como Cantábrico Seis, la embarcación que sirve de apoyo a todo el dispositivo subacuático. Durante esta semana, el equipo ha terminado de cubrir con hormigón el subfluvial compuesto por seis gruesas tuberías que acogerán servicios como saneamiento, energía y telefonía y que atraviesan el cauce depositadas sobre una zanja de tres metros de profundidad previamente excavada.
En turnos de tres horas máximo, los buzos están controlando en la última fase de la obra cómo se expanden decenas de metros cúbicos de hormigón sobre las conducciones referidas para que conformen una ancha capa que proteja la zona de las quillas de los barcos que naveguen por la zona en un futuro.
El hormigón no se expulsa a lo bruto en el agua esperando que se deposite sobre las grandes tuberías y la capa de grava vertida, la cual supone el primer nivel de protección. Se introduce en cuatro depósitos rectangulares de grandes dimensiones, denominados mantas, que se superponen ligeramente una encima de otra para cubrir todo el subfluvial.
Cada una de estas piezas, similares a unas gigantescas colchonetas de aire, cuenta con cuatro chimeneas o bocas por donde se introducirá el material a fraguar desde una manga hasta que queden completamente llenas y culminen la protección definitiva.
Los buzos son los que tienen que embocar la manguera que llega de la superficie, controlar que entra bien el hormigón en la manta y avisar cuando se llene el depósito.
A pesar de que el barco está cruzado en paralelo a la gran zanja submarina a cubrir, dos boyas en medio de la ría marcan que se está trabajando en la lámina de agua. También Andrés, poco después, coloca en la orilla una bandera dividida en dos franjas verticales de color azul y blanco que significa para cualquier navegante que en un radio de 50 metros un buzo está trabajando en el fondo. Que está prohibido el paso, vamos.
Desde tierra, en Olabeaga, un camión especial dotado con una larga manga la extiende hasta la draga donde varios empleados empalman por el lado de estribor varias tuberías más a la boca de la principal para que pueda llegar el hormigón al fondo.
Una escafandra especial
Tras ponerse el traje de neopreno en el barco, Rubén se acerca en una zodiac que maneja Miguel a la orilla artificial creada en la margen izquierda. Allí se coloca la escafandra y la botella de oxigeno enriquecido. “Aquí en la ría no hace falta mezcla en las botellas, no es necesario, hay poca profundidad”, indica Andrés. La inmersión se encuentra entre 8 y 10 metros, en función de la marea.
Tomás le espera para ayudarle a acoplarse bien en la cabeza el especial casco con un gran vidrio que le sirve para tener visibilidad dentro del agua. En su exterior, la escafandra incorpora una cámara de televisión y un foco que aporta luz al fondo fluvial. En el interior, un micrófono permite a Rubén hablar con la superficie. Su cordón umbilical con la superficie, de 100 metros de longitud, agrupa el audio, la señal de vídeo y la energía para la luz en tres cables entrelazados de colores amarillo, azul y rojo.
En el puesto de control, Andrés certifica con varias pruebas que puede hablar con su compañero y en uno de los monitores verifica que la cámara emite señal. Todo listo.
Con las aletas y los guantes colocados, Rubén comprueba que puede respirar sin problemas y se lanza al agua sin miedo a pesar de lo gélido de la mañana fuera y dentro del agua. Se dirige nadando hasta el centro del cauce, hacia la boya de referencia que marcará su posición bajo el agua en todo momento durante su trabajo. En un segundo desaparece de la superficie parduzca que exhibe la ría.
En el monitor se ve a duras penas la inmersión. Cuando llega al fondo ya se intuye que el día no empieza bien. “Hay una capa de fango que flipas, no veo ni una chimenea, están todas enterradas”, exclama Rubén mientras Andrés le oye desde el puesto de control. Hoy han traído el remolque pequeño como apoyo en tierra donde cuentan con lo indispensable para este trabajo que no consideran menor pero si es de menos calado que otros donde “hemos tenido que bajar hasta 30 metros de profundidad y ahí ya entran en juego las tablas de descompresión”, detalla Pedro.
Mientras tanto, Rubén, tras una ardua labor de investigación casi a ciegas, encuentra la boca por la que introducir el hormigón. Lo señala y solicita a Andrés que desde la draga ya pueden llevar la manga hasta donde está la boya. “Y diles que me traigan una carraca”, solicita. La orden es transmitida de inmediato por su colega con un walkie-talkie a los compañeros que están en el barco. De inmediato, uno de ellos toma la herramienta, monta en la zodiac y se acerca hasta la boya. La pieza servirá para asegurar el extremo de la manga a la chimenea donde tiene que encajar. En unos segundos asoma el buzo su escafandra en la superficie y engancha la conducción con un cabo, toma la carraca y vuelve a desaparecer bajo el agua para iniciar el proceso de llenado. Comunica que están enganchadas ambas partes y pueden empezar a impeler el hormigón desde la superficie. Ahora el trabajo se simplifica. Es controlar que el vertido se produce sin incidencias y se va llenando esa sección de la manta para luego continuar con la siguiente y la siguiente, hasta finalizar.
Esperaban esparcir algo más de cien metros cúbicos de hormigón el martes, cantidad a repetir al día siguiente. “Si todo va bien, calculamos que para el jueves estará concluido todo el proceso”, explica Andrés mientras vigila en el monitor la señal que llega del fondo de la ría. Con ello habrán finalizado el subfluvial, otra obra más para el futuro de la isla de Zorrotzaurre.
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