La imaginación vuela cuando se recuerdan lecturas adolescentes en las que submarinistas y buzos bajaban a las profundidades marinas buscando tesoros o descubriendo nueva fauna marina. “Aquí no hay nada de eso”, responde Pedro mientras observa cómo su compañero sale otra vez a la superficie y se le acerca una zodiac con material.
Conocedor de como la Ría de Bilbao ha evolucionado en las últimas cuatro décadas olvidando aquellas imágenes de vertidos constantes que dibujaban el cauce fluvial como una auténtica cloaca, el buzo detalla cómo “no hay apenas visibilidad, a veces tenemos que buscar a tientas los elementos con los que tenemos que trabajar. Puedes tener al lado la boca de la manguera y no te percatas. Así que cómo para ver si hay o no peces”.
Los hay, es evidente, y así lo certifican los concursos de pesca que cada año organiza el Consorcio de Aguas Bilbao Bizkaia en el entorno de El Arenal con decenas de capturas que luego vuelven a la ría. Sin embargo, los buzos que están trabajando en el fondo de la ría entre Zorrotzaurre y Olabeaga tienen que bregar con varias circunstancias que impiden otear el horizonte marino y su entorno.
La obvia es las mareas, pero a eso se unen corrientes, que dependen de cómo baje de fuerte el cauce aguas arriba, también la escasa profundidad de la ría comparada con otras zonas de costa y el propio trabajo de construcción que ejecutan. Pedro, que lleva el submarinismo en el ADN –“empecé a los 18 años y tengo 53”–especifica que “siempre ha trabajado en obra civil bajo el agua; no sé lo que es dar clases de buceo en el Caribe”, vacila con una sonrisa. Sobre lo que significa sumergirse en aguas tan frías todos los miembros del equipo están acostumbrados y cuentan con trajes de neopreno que les aíslan. Andrés recuerda que estuvo trabajando en la colocación de los paneles que se colocaron en el Canal de Deusto hace unos años cuando se ganó terreno a la lámina de agua. “Era puro invierno y allí tuvimos que aguantar temperaturas de hasta nueve grados cuando nos sumergíamos”.
El martes el frío líquido era de 12 grados y todos aguantaron sin problemas, aunque el veterano Pedro reconoce que “es mejor en verano con 20 grados de temperatura, hasta apetece meterte al agua”. Es su día a día, excepcional para el resto, normal para los buzos.