Ritxar Casanueva habla en susurros estos días, víctima de una fuerte afonía. "Este año, con más razón", tiraba de humor mientras se ataba uno de los cordones con los que, un año más, los vizcainos se encomiendan a San Blas para protegerse de los males de garganta. La mayoría por tradición, otros también con fe, un año más están siendo miles las personas que han regresado a esta puerta del Casco Viejo para hacerse con un buen número de cordeles -triunfan este sábado los rojiblancos-, caramelos de malvavisco, macarrones, rosquillas y tortas.

Blas de Sebaste fue un médico, obispo y mártir cristiano que vivió en el siglo III en la ciudad de Sivas, entonces Armenia, hoy Turquía. Cuenta la tradición que era capaz de curar enfermedades, tanto a personas como a animales; un día se le acercó una mujer con su hijo pequeño, al que se le había clavado una espina en la garganta. "Le salvó solo con tocarle", explica Agustín Guerrero, uno de los diáconos que este sábado oficia las bendiciones. Es la imagen que refleja el altar dedicado a San Blas, en uno de los laterales de la iglesia. Así que los devotos se cuelgan un cordón para protegerse de los males de la garganta.

Aunque en los puestos que rodean la iglesia se venden algunos ya bendecidos, la mayoría de los asistentes prefieren entrar ellos mismos al templo; es lo que manda la tradición. Quien dice mayoría, dice miles; a lo largo del día de hoy se oficiarán 24 celebraciones, cada media hora desde las 8.30 y hasta las 20.00 horas, para atender a todos ellos, que aún así forman una cola impresionante frente a la puerta principal y siguen el oficio, de apenas 10 minutos, en una parroquia abarrotada. Ya no se besa la reliquia y, aunque la aspersión del agua bendita no llegue a todos, "la bendición alcanza todas las esquinas", advierte en su homilía el diácono. Se bendicen los cordones, sí, pero también los caramelos, rosquillas, macarrones y tortas que se venden por centenares en las inmediaciones. Y un apunte para los más despistados: ni una semana, ni doce días. Los cordones se queman al de nueve días, justo después de terminar de rezar la novena.

Del Athletic, lo más vendidos

Los típicos son rosas, morados, azules y lilas, pero toda la gama cromática se ha encargado en los últimos años de convertir los cordones en un auténtico arco iris. Los han amarillos chillones, naranjas, verdes botella, blancos, marrones, azulones... No faltan los colores de la ikurrina pero si hay uno que triunfa, ese el del Athletic. "Prácticamente todas las personas se llevan alguno; se ve que quieren encomendarse también a San Blas para el miércoles", bromea uno de los dependientes.

¿Y los precios? A 40 céntimos el cordel -35 para los más pequeños, y la voluntad en el puesto de la propia parroquia dentro del templo-, 2,5 euros el paquete pequeño de santiaguitos, siete el grande de rosquillas, cinco los macarrones y 2,5 la torta.

María Rosa Ríos repasaba en su móvil las peticiones de su familia: dos morados, tres del Athletic... "Cada uno lo quiere de un color", se resignaba junto a su hija Andrea González, con la que se había acercado desde San Ignacio, donde viven, dando un paseo. "Me gusta mucho venir", afirmaba, mientras esperaba paciente la cola para bendecirlos.

Tradición familiar

Se cruzaban con Ritxar y Jesica Madrid, su mujer, que habían cogido el relevo familiar. "Normalmente vienen las madres pero este año no ha tocado a nosotros. Venían ellas y antes, nuestras amamas. Es una tradición bonita", explicaba la pareja, con cordones para todos, incluido su hijo Ibai, de dos años, y el peludo de la familia, Ron. "Le ponemos cordón hasta al perro", señalaban. Ritxar confiaba en la intercesión de San Blas para recuperar la voz pero Jesica lo hace por mantener la tradición. "De hecho, siempre que me ato el cordón me pongo mala", se reía.

Las hermanas Nerea y Arantza Atutxa, de Basauri, también han sido las encargadas de llevar cordones a toda su familia, todos rojiblancos y recién bendecidos. "Venimos todos los años; antes venía siempre nuestra ama. Se junta la tradición y la devoción, las dos cosas. Mal no nos va a hacer, ¿no?", alegaban.