EL Surne Bilbao Basket ha cerrado la primera vuelta de la Liga Endesa con siete victorias (una menos que la pasada campaña y la anterior, pero cuatro más que en la 2020-21), ubicado en la 12ª plaza de la tabla, con dos triunfos de colchón sobre el descenso y habiendo protagonizado una trayectoria con pronunciados dientes de sierra, mezclando picos de gran brillo con socavones de difícil explicación, lo que unido a la igualdad existente en la liga, sobre todo en la zona media, ha provocado probablemente mayor inquietud y preocupación de lo normal. Y es que desde el año 2011 al presente, solo en un ejercicio, el 2018-19, con los hombres de negro en la LEB, la frontera del descenso había estado en cinco éxitos con 17 jornadas disputadas. El pasado curso el penúltimo llevaba solo tres victorias, por lo que las ocho de los vizcainos les daban una tremenda tranquilidad, algo parecido a lo sucedido en el 2021-22, con cuatro triunfos de margen con solo un éxito más que en la situación actual.

Quizás esa sensación de amenaza cercana, unida a un arranque magnífico en el que parecía que el equipo podía aspirar a mayores cotas, disparó la taquicardia a la hora de valorar el desempeño de la escuadra de Jaume Ponsarnau, aunque su irregularidad, desconexiones y partidos regalados al rival también han dado argumentos para la duda y la preocupación. Los hombres de negro arrancaron con un excelente balance de 4-1 y pasaron a enlazar seis derrotas con constantes vitales muy dispares (meritoria resistencia en casa ante Real Madrid y Tenerife; sonoros petardazos en las visitas al Zaragoza, donde encajaron un 46-15 en los 16 minutos finales después de ir ganando por 17, y al Joventut, con derrota con triple de veinte metros sobre la bocina de Andrés Feliz cuando ganaba por siete a falta de un minuto; y 43 puntos registrados en casa ante el Unicaja, su peor anotación histórica). A continuación, rompieron la mala racha en el momento más inesperado, en la visita al Valencia Basket, se dispararon en el pie en casa ante el Breogán con un acto final horrible, asomaron la cabeza batiendo al Girona, defraudaron en la pista del colista Palencia, que llevaba más de dos meses sin ganar, y resurgieron el domingo con un partidazo ante el Manresa.

El Surne Bilbao Basket ha atravesado por una montaña rusa de sensaciones y momentos de juego que han afectado a su sostenibilidad en la ACB (en la FIBA Europe Cup sigue invicto), poniendo mucho de su parte para que se haya instalado la sensación de que con solo un par de resoluciones positivas en el puñado de duelos en los que dejó que la victoria se le escurriera entre los dedos su objetivo principal, el de la salvación, estaría ya casi sellado. Y, pese a todas las circunstancias, las siete victorias siguen siendo un buen botín a estas alturas de ejercicio para un conjunto que está más o menos donde se le podía esperar atendiendo a sus recursos humanos y económicos (un triunfo menos que el Zaragoza, los mismos que el Girona, uno más que Andorra y Obradoiro, dos por encima de Granada y Breogán y cinco sobre el Palencia).

En el plano individual, también ha habido luces y sombras, con el ataque centrando las carencias por los problemas de efectividad desde todas las distancias: penúltimo en tiros libres (69,6%), 15º en lanzamientos de dos puntos (50,9%) y 14º en triples (32,6%). A Adam Smith, renacido ante el Manresa, le ha costado asumir con sostenibilidad el papel de referente, penalizado en parte por la concentración de ayudas en su marca por la falta de amenaza o acierto, según el caso, en los puestos de alero y ala-pívot, con Álex Reyes o Georgios Tsalmpouris especialmente erráticos (29,9% y 17,6%, respectivamente). Además, tras fallar el tiro de la victoria en Badalona, Kristian Kullamae ha entrado también en un bache. Por contra, jóvenes como Melwin Pantzar y Thijs De Ridder han dado un paso al frente para asumir galones en momentos de gran exigencia, con Sacha Killeya-Jones aportando puntos y Tryggvi Hlinason intimidación.