En la noche del pasado martes, hace siete días, todo eran abrazos y sonrisas entre los jugadores del Morabanc Andorra. Acababan de derrotar al Lietkabelis lituano en encuentro correspondiente a la Eurocup, un punto de partida perfecto para una semana cargada de compromisos. El miércoles por la mañana pusieron rumbo a Bilbao en autobús, pero el jueves, cuando se encontraban en su hotel de la capital vizcaina y velaban armas para enfrentarse esa noche a los hombres de negro, les llegó la confirmación de que uno de los componentes de la expedición -posteriormente se supo que se trataba del entrenador, Ibon Navarro- había dado positivo por covid-19. Partido suspendido y encaje de bolillos para reubicarlo el 12 de noviembre, otra semana con tres compromisos. Pero lo que el jueves era un caso el domingo tuvo nuevas ramificaciones. Cuatro jugadores amanecieron con síntomas de la enfermedad y los test confirmaron su positivo, por lo que el duelo que debía enfrentarles ese mismo mediodía al Casademont Zaragoza quedó también suspendido, con la contienda de competición europea de mañana ante el Mónaco en el alero y la del sábado ante el Acunsa GBC aplazada por la ACB. Por su parte, el Lietkabelis voló a casa el miércoles, el viernes se supo que dos jugadores habían dado positivo, por lo que el choque de liga lituana previsto para ese mismo día ante el Dzukija no puedo jugarse. El domingo, los casos habían subido ya a nueve (seis de ellos jugadores), por lo que desde el país báltico apuntaban que no iba a quedar más remedio que aplazar el compromiso continental de esta semana ante la Virtus Bolonia e incluso el del próximo sábado de competición doméstica ante el Rytas Vilnius.

Y así, mientras los casos de positivos por coronavirus se multiplican con el paso de las semanas, afectando cada vez a más equipos de toda Europa y a la totalidad de las competiciones, tanto nacionales como transfronterizas, y por lo tanto también el de suspensiones y aplazamientos de encuentros, el baloncesto se encuentra inmerso en un viaje hacia lo insostenible. A la hora de planificar el curso 2020-21 ninguna competición optó por un calendario de mínimos -solo la Basketball Champions League, en la que juega el Bilbao Basket, corrigió sobre la marcha y aligeró el suyo a finales de septiembre, haciendo que sus equipos jugaran una semana de cada dos-, todas optaron por seguir con sus esquemas habituales como si nada ocurriera en el mundo y ahora se encuentran con un auténtico colapso en forma de partidos no disputados dentro de un calendario ya saturado en el que apenas hay huecos para incrustarlos. La dinámica va a más, en todos los países y en todas las categorías, y por el momento las competiciones se contentan con hacer encajes de bolillos e ir salvando el presente, aunque sea a trompicones, con las ligas absolutamente mediatizadas por calendarios que se actualizan prácticamente a diario y que tienen a equipos mezclando prolongados espacios temporales de inactividad con carruseles de choques prácticamente cada 48 o 72 horas.

Es el caso del propio Bilbao Basket, que entre sus derrotas en Badalona y Manresa ha estado veinte días sin jugar ningún partido de la Liga Endesa al aplazarse por positivos en los equipos rivales sus duelos ante Real Madrid y Andorra y que para los próximos doce tiene programadas cuatro citas (contra Real Madrid, Baskonia, Andorra y Murcia), además del partido de la BCL ante el Brose Bamberg. Y el domingo se pudo ver en la Liga Endesa una situación incluso más grotesca, con el Hereda San Pablo Burgos recibiendo al Urbas Fuenlabrada con solo seis jugadores profesionales disponibles para saltar a cancha y completando la convocatoria con tres del filial. Los de Joan Peñarroya perdieron el encuentro.

Las voces de protagonistas que narran lo insostenible de la situación empiezan a ser cada vez más sonoras. Ettore Messina, técnico del Olimpia Milán, conjunto que disputa la Euroliga, publicó una carta en la que pedía un acuerdo a los distintos estamentos baloncestísticos para salvar la temporada y aportaba su visión particular con una posible solución: "La única opción lógica parece ser suspender las competiciones europeas y permitir que las ligas nacionales terminen su temporada en los próximos cuatro meses, ya que viajar dentro del país será más fácil. Después de eso, tal vez a partir de marzo o abril, todos los torneos internacionales se pueden terminar, con suerte, en tiempos de preparación para los Juegos Olímpicos. Y tal vez el covid estará limitado o cerrado para entonces". Messina argumenta su reflexión en el hecho de que "las dificultades para viajar internacionalmente están aumentando los problemas de salud graves para los equipos y árbitros, pronto no habrá fechas disponibles para jugar los partidos que se han pospuesto y cada vez los resultados deportivos dependerán más de quién tendrá más suerte, enfrentando menos contagios en su equipo en comparación con otros".

Cada competición quiere proteger su parcela, mantener a capa y espada su calendario para que no repercuta en pérdida de ingresos de televisión y patrocinadores, pero en este caso los deseos chocan frontalmente con una realidad pandémica que no invita al optimismo a corto plazo. Y siempre será mejor que cada parte ceda algo en lugar de que todas pierdan todo.

Positivo en el equipo visitante. El duelo de Liga Femenina que disputaban en la tarde del domingo el Kutxabank Araski y el Zaragoza tuvo que ser suspendido en el descanso por el positivo de una jugadora del equipo visitante. El club aragonés explicó que su expedición (jugadoras y cuerpo técnico) realizó los preceptivos test de antígenos en la tarde del sábado, tal y como establece la normativa FEB, para desplazarse a Gasteiz, pero "previamente, en la jornada del viernes, las jugadoras convocadas por sus respectivas selecciones nacionales pasaron las correspondientes pruebas PCR para incorporarse a las concentraciones. Comenzado el partido, se conoció el resultado de dichas pruebas, entre las que había un caso positivo".