ROSÓ Buch (24-7-1992) y Laia Flores (1-3-1996) salieron del mismo lugar, tomaron caminos diferentes y ahora coinciden por primera vez en el Lointek Gernika. Ambas son de Mataró, una localidad de más de 125.000 habitantes de la comarca barcelonesa del Maresme en la que “hay mucha cultura de baloncesto”. No en vano, el Ignis Mataró ganó tres títulos de la antigua Primera División a principios de los 70 cuando el baloncesto femenino no tenía la presencia de ahora. En el heredero de aquel club, el Unió Esportiva Mataró, se formaron Buch y Flores antes de emprender sus carreras profesionales.

Fueron años que las dos recuerdan con mucho cariño porque les ayudaron a formar lo que ha sido como jugadoras y como personas. “Ella es cuatro años mayor, pero fuimos al mismo colegio. De hecho, mi hermano iba con Rosó a clase. Nos conocemos desde hace mucho. Para mí, Rosó fue un referente. Yo entonces me veía mucho baloncesto por la tele y me fijaba en las séniors, donde estaba ella. También Mariona Ortiz salió de allí”, comenta Laia. Rosó resalta que en Mataró “siempre ha habido mucho talento” y como ocurre en este tipo de clubes con vocación formativa siempre se tiende a comparar generaciones. “Había una mayor que yo, la de Anna Carbó y Berta Sinyol, a las que querías imitar. Luego, llegó la de Laia, Ari Pujol o las hermanas Bermejo, y se hablaba de cuál era mejor. La verdad es que todos eran equipazos”.

Así, crecieron en un entorno ganador, con presencia en los campeonatos de España o con las selecciones catalana y española. “Había muy buenos entrenadores, si no es imposible que salgan tantas buenas jugadoras. Y nuestra suerte es que vivíamos a cinco minutos del pabellón e ibas a jugar con las amigas. No pensabas en ser profesional, pero aprendías a competir y a ganar sin darte cuenta”, admite Flores. Buch añade como otro factor diferencial que entonces “trabajábamos mucho la técnica individual, algo que nos sirve mucho ahora. Recuerdo aquellos como mis mejores años porque ibas a campeonatos, estabas una semana fuera con las amigas y, encima, ganabas”.

Acabada la etapa formativa, tocó tomar decisiones valientes y abandonar ese ir andando al pabellón para empezar a labrarse el futuro. Rosó Buch debutó en Liga Femenina-2 con el Mataró, pero luego fue al Cáceres y con 19 años debutó en la máxima categoría con el Bembibre, precisamente el rival de hoy del Lointek Gernika tras el parón de selecciones. “Estoy muy contenta de cómo me ha ido. Salir de casa era el paso que había que dar. En Bembibre aprendí mucho y me ayudaron mucho para darme cuenta de que podía jugar en la categoría”, explica Rosó. Laia jugó su último año junior en el Sant Adriá y luego tomó rumbo a la NCAA, a Florida State, “algo que entonces no estaba tan en boga como ahora porque hay mucha información, pero que yo lo tenía claro desde dos años antes. Al principio, fue duro, pero aguanté los cuatro años y fue una gran experiencia”. “Ese proceso de adaptación que dice Rosó a mí me llegó cuatro años más tarde cuando fui a Zaragoza. Luego, al año siguiente en Logroño ya fue todo mucho mejor”, añade.

Sus respectivos caminos han vivido la cara de ganar títulos y estar en clubes importantes y la cruz de pasar por proyectos con más problemas para sostenerse en la élite y que ya han desaparecido, incluso, como el Huelva en el caso de Buch o el Palermo italiano y el Campus Promete en el caso de Flores, que entiende que “esta es la realidad del baloncesto femenino. Es muy habitual que las jugadoras cambien de equipo cada dos o tres años por razones económicas, pero a ver si con el nuevo convenio colectivo que se está trabajando cambian un poco las cosas”. “Somos unas supervivientes, nos hemos sabido buscar la vida, porque no es fácil que un equipo grande vaya a buscarte. La confianza y el trabajo acaban poniendo a cada una en su sitio”, puntualiza Rosó.

Ese sitio, después de caminos y procesos diferentes y de los que no se arrepienten, es ahora Gernika, un lugar que les remite a aquellos años iniciales. “Para mí es un placer que hayamos coincidido después de tantos años. Estamos en un equipo competitivo que nos permite pelear por ganar a los grandes y, además, las dos somos importantes”, afirma la capitana del equipo granate. Ambas, aún con muchos años de baloncesto por delante, con la posibilidad de volver a jugar o retirarse en Mataró. “La vida da muchas vueltas, pero ojalá se dé. Sería genial”, afirman al unísono estas maratonianas que han hecho del baloncesto su manera de ver mundo, pero no se olvidan de sus raíces.