Cumplió el Athletic en una tarde en verdad sofocante y no solo por la elevada temperatura climatológica. San Mamés asistió a un espectáculo pleno de tensión, estaba en juego la suerte del equipo en la Champions y bien que se notó. No faltó un solo ingrediente para que el pulso se siguiese en permanente tensión: alternativas, goles, incertidumbre y un desenlace que colmó las ansias de jugadores y aficionados, todos muy necesitados de un impulso anímico.

La alegría llegó por la vía del sufrimiento, seguramente porque en este momento de la temporada no podía ser de otro modo. El Athletic se vio abocado a remontar, invirtió gran parte de sus fuerzas en ello y lo cierto es que tardó demasiados minutos en lograrlo. Sin embargo, tampoco entonces, hecha la parte más difícil del trabajo, pudo respirar tranquilo. El Qarabag acarició el empate y fue ya muy cerca del noventa cuando Guruzeta aseguró el resultado y el estadio respiró profundamente.

La continuidad en el torneo recobra parte de su sentido con la consecución de los tres primeros puntos. Más vale no pensar en el panorama que hubiera propiciado otro final. Era obligatorio certificar en el marcador una superioridad, aunque fuese mínima, sobre un oponente que se mostró irregular, incluso desconcertante, con fases inconexas entre sí. Llamó la atención su debilidad defensiva, especialmente durante un largo tramo previo al descanso en que el Athletic volvió a exhibir su impericia en la culminación.

Mención a Jauregizar y Berenguer

También cómo revivió en la segunda mitad, antes y después del segundo tanto rojiblanco. Daba la impresión de que los azeríes estaban derrengados, hundidos, y sin embargo estuvieron muy cerca de dar un disgusto. Yuri, sobre la línea de gol, abortó el empate a dos, lance que ayuda a entender el porqué ayer a los rojiblancos no les quedó más remedio que invertir un esfuerzo mayúsculo.

Pegarse una tremenda pechada fue la fórmula que permitió compensar las deficiencias localizadas en ambas áreas. Muchos se vaciaron para sacar adelante el reto, a no todos les lució puesto que afloró la baja forma de varios, pero la tarea colectiva terminó dando su fruto y, por supuesto, hubo hombres que sí dieron la talla en términos de calidad y resistencia, por ejemplo, el autor de dos de los tres goles. Guruzeta fue decisivo y agregó a su laboriosidad acciones de ariete con brillo. Asimismo, merece una mención Jauregizar o un Berenguer que aportó una marcha más justo cuando se intuía un bajón en el rendimiento.

En la línea de las dos jornadas anteriores del torneo, Valverde introdujo una serie de variaciones que afectaban a media alineación. Quiso repartir esfuerzos y potenciar la frescura del bloque en una semana particularmente comprimida. El motivo de que esta vez el once escogido se pareciese más al ideal que los utilizados frente al Arsenal o en Dortmund sería doble: el inferior potencial del adversario y, por supuesto, las urgencias propias. Como se pudo comprobar, todo y más hizo falta para alcanzar una victoria que se hizo muchísimo de rogar, aunque ello solo fuese imputable al Athletic.

Finura en los últimos metros

Para empezar, la situación adquirió un cariz dramático antes de que se cumpliese el primer minuto. Un error grueso de Laporte y el posterior mal entendimiento con Paredes permitió al Qarabag marcar a raíz de un inocente saque de banda. Enmudeció la grada y tardaron un rato los rojiblancos en superar el golpe, tanto como para que Simón tuviese que intervenir para evitar el segundo gol azerí. Poco a poco, dada la escasa precisión en la combinación, se fueron puliendo errores a base de insistir y se dotó de velocidad a una iniciativa que el rival no cuestionó. Nico no podía terminar una jugada, Sancet e Iñaki se mostraban torpes, en fin, nada nuevo, pero el fútbol no fluía salvo por las aportaciones de Rego y Guruzeta. El medio sirvió dos balones excelentes en el área, desperdiciado por Sancet el primero y frustrado el intento de Guruzeta por el portero.

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Acciones esporádicas que un rato después empezaron a producirse con una frecuencia desmesurada, en cascada. Acusaba el Qarabag el clásico empuje de un Athletic enrabietado. Que el empate no llegase obedeció más a la ausencia de finura en los últimos metros que al trabajo visitante en la contención. En realidad, a cada minuto que pasaba resultaba más evidente la flojera de un conjunto que no está habituado a verse sometido y comete numerosos errores posicionales en el repliegue. El gol rondaba a Kochalski, se contaron casi una veintena de intentos, dato que debería haberse traducido en premio.

En la retirada al descanso, el tanto de Guruzeta mantenía muy viva la llama de la ilusión. Se había demostrado la desigual relación de calidad y fuerza entre los contendientes. Era por tanto cuestión de perseverar y confiar en que la fortuna dejase de ser esquiva. Pero el desgaste combinado con esos altibajos que llevan semanas caracterizando el fútbol del Athletic depararon un segundo acto difícil de digerir, con excesivos sobresaltos. El golazo del recién ingresado Navarro no zanjó la discusión; al contrario, tuvo un efecto positivo en el Qarabag y negativo en el Athletic, que se puso a contemporizar. Menos mal que Yuri llegó a tiempo para frustrar el remate de Krashchuk. Ahí murió la revelación del torneo y Guruzeta pudo liquidar el pleito.