En pocas horas jugará su último partido, dejará de ser futbolista profesional para convertirse en historia. El chavalín que el Athletic fichó en el verano de 2009, abonando 350.000 euros al Alavés, disfrutará del final que siempre soñó. Tres largos lustros después su nombre ocupa por derecho un lugar de honor en la dilatada crónica del club, nada más y nada menos que a la vera de José Ángel Iribar, el mito. “Para estar muchos años en el Athletic busco jugar el mayor número de partidos donde pueda aportar”, confesaba en 2014. Ni él mismo podía imaginar entonces que, como una hormiguita, iría construyendo una carrera tan brillante, salpicada por toda clase de vicisitudes, a menudo episodios adversos que supo voltear con tesón, honradez y una claridad de ideas digna de mención.
“Para la mayoría es muy difícil estar ocho o diez años jugándolo todo. Siendo consciente de que lo mismo tienes virtudes que limitaciones, debes prepararte para poder pasar por fases distintas”, reflexionaba quien logró deslumbrar en el bienio de Marcelo Bielsa. Aquella gozosa experiencia a nivel individual, compensaría con creces la incertidumbre que vivió en el Athletic siendo un recién llegado. Llegó a dudar de su valía, sintió que debía cambiar de aires, que no había lugar para él en el equipo. “No me veía capacitado para jugar aquí, si no llega a venir Bielsa es probable que me hubiese marchado”.
Joaquín Caparrós le condenó al ostracismo, solo fue titular en tres encuentros y pensó que su suerte estaba echada. El relevo en la dirección técnica le devolvió la confianza, propició el descubrimiento de un jugador especial. Con su peculiar braceo cubrió un sinfín de kilómetros actuando como centrocampista ofensivo. Había hallado su sitio, qué otra cosa podía deducir mientras coleccionaba halagos de propios y extraños. Indetectable para los rivales con desmarques constantes, ejercía además de apagafuegos. Las piernas le daban para aparecer en todas las zonas del campo. Su derroche de energía obtuvo el incondicional reconocimiento de la afición, rendida ante el chico que patentaría una personalísima versión del 10, ese dorsal reservado a las grandes estrellas.
Adónde voy con el 10
“Ya tuve que escuchar que adónde iba yo con ese número. Entonces creía que podía ser importante en el equipo y resulta que el primer año con ese dorsal apenas jugué. Luego, en dos temporadas jugué la gran mayoría de los partidos. Ya sé que no soy el típico 10, ese futbolista de una calidad superior, pero creo que he defendido esta camiseta con dignidad”, deslizaba en 2014. Dos años después cedía el 10 a Muniain y elegía el 18, que ha conservado hasta la fecha.
A Bielsa le sucedió Ernesto Valverde en 2013. Todo el crédito ganado no le sirvió a De Marcos para mantener su estatus. No encajaba en los planes del nuevo míster. En la primera mitad del calendario, actuó de inicio en siete oportunidades, en las que alternó hasta cinco demarcaciones: extremo derecho, ariete, lateral izquierdo, medio ofensivo y lateral derecho. Poco a poco fue convenciendo a Valverde, pero cerró la campaña con la mitad de minutos que acumuló con el argentino.
Chico listo, comprendió que tocaba reinventarse: “Quisiera hacerme con el puesto que me gusta, de media punta, pero veo que no va ser fácil y peleo para jugar donde sea. Juego porque me adapto a otras labores, así que sacó una conclusión positiva de mi polivalencia”. Y matizaba: “Me cuesta jugar de extremo, puede que sea porque no tengo regate. En la defensa puedes pasar más desapercibido, pero esto a mí no me gusta porque la única forma de crecer como futbolista es teniendo personalidad para asumir riesgos, estés en la posición que estés”.
Con Valverde, fue paulatinamente relevando a Iraola, “que me ha ayudado muchísimo a corregir aspectos posicionales”, y se asentó en el lateral derecho, donde en la 2015-16 acumuló 43 partidos de los 54 que constan en su estadística. Por necesidades del guion, posteriormente tuvo que picotear en otros puestos, pero a lo largo de una década De Marcos ha acaparado el ala derecha de la zaga.
Perdido en la pizarra
En sus primeros años, salvo de portero o de central, desarrolló el resto de las funciones posibles en un equipo. “Estoy cambiando mucho de sitio, en un mismo partido también, nunca acabo donde empiezo. En broma diría que no sé dónde mirar en la pizarra para encontrarme, pero es algo con lo que vivo y creo que va a seguir siendo así. Valoro que al míster le aportó una solución, aunque a veces es posible que le plantee un problema”, comentaba en 2015.
En realidad, esa versatilidad denota su talla futbolística: sentido táctico, buena comprensión del juego, un físico envidiable, predisposición a prueba de bomba y mucha disciplina. En suma, implicación. Lo resumía de la siguiente manera: “Para ser un jugador regular hay que dar un 5 o un 6 cuando se hace un mal partido. Esta podría ser una de mis virtudes”. Añadía: “En el fútbol no se suele tener mucho tiempo para pensar y yo si no estoy con la cabeza fresca lo noto, no me salen las cosas”, un detalle de modestia en alguien que jamás ha pretendido transmitir una imagen que no le correspondiese y al que no se le recuerda una salida de tono, ni de obra ni de palabra.
El azar del brazalete
Con el discurrir de los años accedió a la capitanía, según es norma en el club, pero solo a raíz de la salida de Muniain se convirtió en el primer portador del brazalete. Lo curioso de este asunto es que De Marcos no fue durante más tiempo el capitán del Athletic por una semana, la que separó su debut en 2009 (el 6 de agosto) del de Muniain (el 30 de julio). El azar le privó pues de desempeñar sobre la hierba un rol que le iba como anillo al dedo. No obstante, lo cultivó en el vestuario y en sus intervenciones públicas.
Por ejemplo, en febrero de 2020, con el Athletic sumido en una crisis de resultados y en vísperas de la vuelta de semifinales de Copa en Granada, De Marcos dio una rueda de prensa a pesar de que se hallaba de baja por lesión desde varios meses antes. Con el ambiente enrarecido y el técnico, Gaizka Garitano, cuestionado, lanzó el siguiente mensaje: “Al entrenador es al primero que se le juzga. Hace poco recibía muchos halagos, ahora críticas. El fútbol es así, va por rachas. Es entendible que en vez de criticar a 25 se critique a uno, pero aquí todos tenemos nuestra parte de culpa”. Pocos días después, el Athletic se clasificaba para la final copera con el inolvidable gol de Yuri. Por cierto, con la llegada al banquillo de Garitano, De Marcos había perdido el puesto de lateral en favor de Ander Capa.
“Ni por seis millones”
Dieciséis años en la élite son un mundo, una sucesión interminable de altibajos. En tan amplio período no es sencillo mantenerse al pie del cañón sin tener una visión de conjunto. De Marcos soltó once años atrás lo que sigue: “Yo quiero ser campeón con el Athletic y si me ofrecieran otro destino que me asegurase títulos, no me interesa. Mi ambición es ser campeón aquí y no me moveré por ganar seis millones al año. Respeto a quienes deciden dejar el Athletic, pero yo solo me iré cuando deje de interesarle al club”.
Su fidelidad al escudo le concedió el pasado curso la opción de levantar con sus manos la Copa, pero previamente abundaron las frustraciones, finales perdidas, los apuros. Aquí va un recordatorio suyo al respecto: “La 2017-18 es la temporada más dura de las que llevo en el Athletic, tampoco lo pasé bien con Caparrós, pero aquello me lo tomo como un aprendizaje”; “el segundo año de Bielsa también tuvo su complicación”; “el último año (2016-17) fue el peor de la etapa de Valverde y este está siendo aún peor, la única conclusión positiva sería que igual viene bien para valorar un poco más los años buenos que hemos tenido”.
Una lección a retener, por lo que pueda deparar el futuro. Hoy el Athletic vuela muy alto con un tal De Marcos que sabe de lo que habla, que gestionó coyunturas deportivas adversas, lesiones, quirófanos, infiltraciones, cicatrices, reticencias de los entrenadores hacia él, debates generados por alguna renovación de contrato y pese a todo, ha sido capaz de redondear su estancia de 16 temporadas con una media anual de 36 partidos oficiales.