Al Athletic le ha abandonado el encanto de su fútbol, como pasaba con aquel desodorante del anuncio. Sin previo aviso y curiosamente a la vuelta de una quincena de tregua en el calendario, ha dejado de ser fiable, poderoso. Van ya tres actuaciones donde no compite bien, lo cual ha tenido una consecuencia muy grave: su eliminación de la Copa. También fue apeado de la Supercopa, algo más asumible por el relativo valor del torneo, incomparable con el que se disputó el jueves en San Mamés.
Despedirse del campeonato que colma las apetencias del club antes de tiempo, sin dar la talla en ninguna de las dos rondas en que ha participado, además de suponer una gran decepción, confirma que el equipo atraviesa un bache. Algo inimaginable antes de navidades, cuando todo eran parabienes y los cálculos versaban sobre lo lejos que llegaría en la Copa, en la liga y en la Europa League. No en vano iba lanzado, batiendo marcas de imbatibilidad.
El margen para profundizar en las causas que han transformado súbitamente el panorama es muy escaso, pues mañana juega en Balaídos y el miércoles visita al Besiktas. Esta cita posee menor trascendencia desde la perspectiva clasificatoria que el duelo con el Celta, pero en este preciso instante lo que haga o deje de hacer el Athletic se va a mirar con lupa.
Es probable que los últimos tres partidos sean uno de esos episodios a los que cualquiera está expuesto a lo largo de nueve meses. El Athletic no iba a ser una excepción, menos aún gestionando una agenda mucho más recargada de lo habitual. Sucede que con su comportamiento de agosto a diciembre sugería que podía con todo, como si tamaña exigencia tuviese un efecto beneficioso en términos de regularidad y eficacia.
Es probable que más pronto que tarde recupere el pulso y regrese una versión reconocible. Quizá la reacción no sea inminente, puede que sea gradual. Basta con esperar acontecimientos para salir de dudas. Ahora bien, qué duda cabe que lo recién ocurrido responde a diversas razones. Si hubiera que exponer aquellas cuestiones que influyen en el bajón, enseguida saldría el tema de las ausencias en este 2025. Alguna total, como la de Sancet; otras parciales, la de Galarreta en primer lugar, seguida por la de un Nico Williams que fue suplente en Las Gaunas y Arabia Saudí y frente a Osasuna confirmó que no está fino. Buena parte del peso en la propuesta ofensiva descansa en este trío.
Pero concentrar el origen de la flojera del colectivo en las bajas, por muy relevantes que sean, equivale a simplificar en exceso el problema. No cabe olvidar que, justo este año, los cambios en la pizarra han sido una constante que en absoluto ha impedido que aflore el buen tono del equipo con una frecuencia altísima. Idéntico argumento sería aplicable al estado de forma de tal o cual futbolista, el personal ha ido alternando sin que el producto final se resintiera. Se dirá que ahora han coincidido ambos factores, la falta de gente cualificada y estados de forma deficientes, pero esta circunstancia tampoco sería nueva y no se notó en el otoño.
Otro factor sería la saturación de esfuerzos, que se entiende peor viniendo de un descanso. Otro más, las decisiones de Ernesto Valverde. El principal artífice de la propuesta del Athletic no es infalible y por lo tanto no es intocable, pese a que tal sea la sensación reinante. Por ejemplo, erró con el once que puso en Logroño. Arriesgó en demasía y el equipo pasó la eliminatoria con el gancho, además de cargar con una prórroga y la tensión extra de los penaltis.
Cuatro días después afrontó la semifinal de la Supercopa con ocho caras distintas de salida. Sin embargo, otra vez el grupo careció de agresividad y confianza, al menos en las dosis que acostumbra. Vale, delante estaba el Barcelona con sus follones a cuestas y por ello especialmente enchufado. Lo ratificaría en la final. El desarrollo del partido que acogió San Mamés fue otra historia.
Osasuna pulsó las teclas precisas y planteó enormes dificultades en dos terceras partes del partido. Exceptuado el tramo posterior al descanso, media hora, el Athletic rindió mal. Sufrió tácticamente por la descompensación en el centro del campo. Vicente Moreno sabía qué buscaba con un único punta y cinco medios. Ahogó la salida de la pelota del rival, le rompió el ritmo y le generó una incomodidad permanente, sin obtener más réplica que la vía tremendista de la fase aludida. Y la tónica de esta cambió a raíz de otra maniobra táctica de Moreno: retiró un medio para pasar a defensa de cinco.
No es mentira que el Athletic tuvo cerca de veinte llegadas, analizadas todas solo un puñado con verdadero riesgo para la integridad de la portería. ¿Cuántas paradas difíciles se apuntó Herrera? Los errores propios arruinaron el caudal ofensivo, mientras que Osasuna llegó seis veces, metió tres, otra la sacó Vivian camino de portería y Yuri, con un placaje al límite del penalti, impidió con el 0-0 que Budimir marcase.
El cómputo de ocasiones importa, pero no debería tapar cuanto tuvo lugar fuera de las áreas. Si en ellas Osasuna estuvo más inspirado, en el resto del campo hizo prevalecer sus bazas durante más de una hora. Y en buena medida, lo reconozca o no Valverde, por ahí se fue gestando la derrota.