Nada altera el pulso del Athletic, que este miércoles ha firmado otra actuación impecable para añadir tres puntos más a su casillero con enorme autoridad. Enésima demostración de eficacia en un compromiso subrayado en rojo por múltiples motivos. Más allá de la trascendencia del resultado, los prolegómenos los acapararon el ambiente del Sukru Saracoglu Stadium, las urgencias y el nivel de la nómina del Fenerbahce, la controvertida y decadente figura de Jose Mourinho, así como que la cita estuviese incrustada en un calendario extenuante para los rojiblancos. En fin, existía cierta incertidumbre alentada por un cúmulo de factores intimidantes que, a la hora de la verdad, carecieron de entidad. El Athletic se puso a hacer lo suyo y realizó una gestión modélica del juego, que en definitiva es lo único importante, para certificar su idilio con la Europa League.

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Las notas de Aitor Martínez: Iñaki Williams, imparable Aitor Martínez

La amenaza que representaba el conjunto turco no asomó en ningún momento. Al contrario, funcionó como lo que es, una tropa desnortada, de piñón fijo, sin poso ni actitud para medirse a un adversario con argumentos de peso, que hace gala de una mentalidad a prueba de bomba. Sacarle del partido al Athletic es a día de hoy misión imposible. Por Estambul pasó siendo fiel a sí mismo y, por si esto no fuera suficiente, el Fenerbahce se encargó de allanarle el camino con errores gruesos, que delatan su verdadero estado anímico. La génesis del 0-1 o la autoexpulsión de uno de sus hombres rebasada la hora, invalidaron cualquier opción de réplica al ejercicio de control desplegado por los rojiblancos.

No fue coser y cantar, como ante el IF Elfsborg, pero cabe afirmar que la empresa resultó bastante más asequible de lo augurado. Desde luego, Mourinho dio en el clavo cuando declaró que sería un duelo difícil pero que no esperaba sorpresas. No hubo sorpresas: sencillamente, se impuso la lógica. Venció el mejor equipo y él, en su fuero interno, seguro que lo temía, pero ya se sabe cómo se las gasta el luso ante los micrófonos. Un terreno que domina, acaso el único.

El desarrollo del encuentro fue lineal. Con el Athletic llevando la batuta y explotando sin alardes, con seriedad y tesón, las debilidades del anfitrión. Adoptó el equipo de Ernesto Valverde esa versión que suele emplear a domicilio y no tuvo ningún problema para orientar el partido a su favor. Al contrario que en San Mamés, donde se obliga a asumir la iniciativa y atosigar al rival de turno, se dedicó a mantenerse muy firme sin balón, reflejando hasta qué punto cuenta con una estructura equilibrada, sólida. Cedió los metros justos, robó con decisión, cortocircuitó las maniobras turcas, reduciendo a casi nada sus turnos de posesión y complementó su concienzuda labor con las dosis precisas de puntería.

Sin duda, el planteamiento se vio muy favorecido por una increíble pifia de Kaydin que echó por tierra el brioso arranque de los suyos. Apenas se habían consumido cinco minutos cuando Guruzeta peleó con Djiku el saque largo de Agirrezabala, el balón salió suelto para el otro central, a quien se le ocurrió realizar una cesión a su portero. Pero el golpeo fue tan flojo que Guruzeta, cuya aplicación le impulsó a seguir corriendo, se encontró totalmente solo para encarar cómodamente a Livakovic y servir en el último instante a Iñaki Williams, quien empujó sin oposición a puerta vacía.

Era lo que faltaba para que la tarde fuese redonda. El Fenerbahce acusó el tanto y el Athletic eludió problemas. Repelió el anárquico empuje del rival con despejes largos hasta que fue cogiendo el sitio y ya pudo tratar la pelota con criterio. Solo hubo un ratito en que se sintió apurado, corría ya la media hora, pero previamente pudo sentenciar explotando los desajustes de las líneas otomanas y algún fallo grueso, como uno de Amrabat que posibilitó otro cara a cara de Guruzeta con Livakovic. A lo que no se sabe si fue un disparo o un centro de Muldur se redujo el peligro turco, la pelota se perdió cerca de un poste. Una minucia, sobre todo porque las sensaciones que transmitían los chicos de Mourinho eran demasiado evidentes, estaban desarbolados.

Y por si cupiese la más mínima duda, un avance de casi cuarenta metros de Paredes originó el segundo gol a punto de alcanzar el descanso. El defensa conectó con Sancet, este abrió para Iñaki Williams y a Livakovic le entró un obús por la escuadra del palo que protegía. Todo lo que se le ocurrió al técnico local para invertir la tendencia fue retirar a Akaydin, abucheado por su gente en cada intervención y como eso no sirvió para cambiarle la cara al equipo, junto en punta a En Nesyri y Dzeko.

A todo esto, el Athletic seguía llegando con peligro: Berenguer, en postura forzada, pudo lograr el tercero, al igual que Sancet, el indetectable, en un chut desde la frontal. Agirrezabala ejercía de observador desde la distancia. Yeray, lastimado, como antes Nico Williams, dejó su sitio a Vivian. Galarreta manejaba a su antojo, Gorosabel se proyectaba, Guruzeta no dejaba de rebañar y servir a los compañeros. No era posible localizar un solo elemento que no estuviese enchufado en las filas de un Athletic que se lo tomó con más calma a raíz de que Muldur le propinase el segundo hachazo a Iñaki Williams. Dos amarillas en diez minutos y a la calle.

Era la rúbrica en el acta de defunción del Fenerbahce. Valverde empezó a conceder descansos y preservó así el nivel de frescura preciso para que el equipo hurgase en la impotencia de unos jugadores abrumados por el ensordecedor enojo expresado por la grada. Casi al final hasta hubo un conato de tangana, fruto de la desesperación de Amrabat. Terminaron desencajados, rotos, mientras el Athletic ralentizaba el ritmo con rondos en zonas no comprometidas. Eso sí, sin bajar nunca la guardia en las disputas. Como corresponde a un equipo de los buenos.