La actual plantilla del Athletic reúne a varios hombres que gozan de la consideración y el seguimiento reservados a una minoría selecta. A su peso específico en el club añaden una proyección en el ámbito internacional que dispara su fama y su cotización. Si Oihan Sancet, Dani Vivian o Iñaki Williams se han ubicado en uno de los peldaños más altos del escalafón, trazando cada cual un itinerario diferente, por encima se sitúan Unai Simón y Nico Williams. Estos dos se han convertido en auténticas estrellas, condición refrendada por su presencia en la reciente edición del Balón de Oro, donde el portero fue elegido segundo mejor del mundo, mientras los votos recibidos por el delantero le distinguieron como el decimoquinto jugador de campo de la pasada temporada.
Simón y Nico Williams representan casos bien diferenciados por edad, trayectoria, personalidad y atención mediática. Si uno sería el paradigma de la estabilidad, alguien que ha ido poco a poco labrándose un nombre, un prestigio hoy incuestionable, el otro vive inmerso en un período singularmente agitado. Al pequeño de los Williams, la gloria le ha llegado de sopetón. Desde hace un año largo su nombre está en boca de todo el mundo, lo cual se traduce en una exposición pública y una presión objetivamente excesivas para un chaval que en julio cumplió veintidós años.
Pese a que cuenta con un apoyo fundamental, el amparo de su entorno próximo y muy especialmente de su hermano, a Nico le ha tocado asimilar a toda velocidad, como él se desenvuelve en el campo, situaciones complejas de índole personal y profesional. El detonante llegó cuando lo que apuntaba futbolísticamente vistiendo de rojiblanco experimentó un desarrollo acelerado con la selección española. Ese salto cualitativo le elevó a los altares y despertó en él inquietudes desconocidas. Algo comprensible porque el fútbol es un negocio y de inmediato se registró una reacción en el mercado, su nombre pasó a estar en las agendas de los grandes clubes continentales, acreditados tiburones que están a la que salta.
No es de extrañar que su renovación de contrato con el Athletic se demorase y, en última instancia, dejase un halo de incertidumbre. Pronto hará un año de la firma de un acuerdo que le deja la puerta abierta a un cambio de aires. Así se deduce de la cláusula de rescisión que impuso. Si de entrada se catalogó como asequible, ese peligro latente a ojos de cualquiera se multiplicó después del rendimiento que ofreció en la Eurocopa. Antes, durante y después de dicho torneo, Nico Williams fue víctima de un auténtico bombardeo, con posturas realmente obscenas por parte de algún equipo concreto, léase el Barcelona, que seguro que no fue el único pretendiente que en esos meses tan ajetreados llamó a su puerta.
Tampoco el protagonista de la historia contribuyó a apaciguar la tensión que le rodeaba. Sus silencios y sus gestos, en vez de procurar tranquilidad, alimentaron la preocupación en Ibaigane y temores en la calle. Cuando se reincorporó a la disciplina del Athletic para iniciar el nuevo curso, más tarde que el resto de la plantilla por su participación en la Eurocopa, soltó aquello de “he decidido estar aquí un año más”. En teoría, su vínculo finaliza en 2027, pero el mensaje que lanzó el pasado septiembre apunta en otra dirección.
Ya se verá más adelante qué ocurre con su futuro. Pero a fecha de hoy, se diría que su explosión como jugador diferencial en el vertiginoso cúmulo de vivencias descrito, está teniendo un efecto negativo en su comportamiento en el verde. A Nico Williams se le ve ansioso, con un irrefrenable deseo de agradar, de lucir sus habilidades a las órdenes de Valverde. Ese afán, muy loable, necesita ser modulado porque está yendo en su perjuicio y en el del equipo. Intentar sacar de cada posesión, que son numerosas porque él se ofrece y los compañeros insisten en buscarle, una acción decisiva, le está conduciendo a la frustración. Ahí están las estadísticas para quien dude del escaso impacto del extremo izquierda en los resultados del Athletic. Vistosidad y efectividad son conceptos que no siempre casan.
No hace falta ser un especialista en la materia para entender que no es equiparable jugar con España o hacerlo en el Athletic. Se trata de propuestas de juego distintas; con niveles de calidad, de sacrificio físico, de acompañamiento, incomparables. Sencillamente, lucir las cualidades individuales, desborde y finalización, en el Athletic es más difícil y Nico Williams lo está acusando.