Al límite del tiempo, agotado casi el añadido, eludió el Athletic una derrota ciertamente indigesta. Fue una de esas tardes insufribles, donde los síntomas de impotencia alcanzaron cotas preocupantes y pocas alegaciones se hubiesen puesto a la victoria de un Valladolid muy justito de argumentos, tan vulgar como honrado. Parapetado en su terreno, el anfitrión enfocó su esfuerzo a cortocircuitar las evoluciones de los hombres de Ernesto Valverde, objetivo que combinó con un gol en la recta final. En ese instante, visto cuanto había dado de sí la iniciativa de que gozó el Athletic de punta a cabo, el panorama solo invitaba a resignarse. Pero, a medida que pasan las semanas, se diría que los rojiblancos han firmado una sólida alianza con la fortuna. De otro modo, cuesta interpretar desenlaces como este, que se gestó en una acción de estrategia culminada con un inverosímil escorzo de Guruzeta que Hein palmeó sin evitar que la pelota cayese en la red.
Al margen de salvar los muebles, siquiera relativamente a efectos clasificatorios, pues un punto siempre es un punto, la actuación dejó demasiado que desear. No puede obviarse que el Athletic no dio la talla en su visita a uno de los conjuntos más flojos de la categoría, acuciado por su errática trayectoria y por la presión de un entorno que mantiene un enfrentamiento abierto con la dirigencia pucelana que encabeza Ronaldo Nazario. Se podrá discutir la justicia del triunfo local, aunque si en la balanza se coloca por un lado sus patentes limitaciones y en el otro, el deficiente desempeño del Athletic, poco margen quedaría para cuestionarla.
Pretender que el Valladolid plantease una fórmula distinta a la que escogió, un cerrojazo en toda regla, equivale a pedir peras al olmo. Ahora bien, esperar del Athletic que realizase un trabajo acorde a su potencial, incluso en una versión gris, resulta algo perfectamente exigible. Sin embargo, su nivel en las distintas facetas del juego defraudó por completo, lo cual explicaría que tanto el empate sin goles como luego la ventaja mínima del anfitrión pudiesen tomarse como una consecuencia directa del desarrollo de un encuentro que discurrió equilibrado, deslavazado, en ningún caso por los cauces que cabía prever.
Valverde quiso dar un empujón a la reactivación del equipo, a su juicio lo más complicado de lograr tras competir entre semana, y cambió seis piezas de golpe. Solo la insólita ausencia de Iñaki Williams fue por causa mayor: el hombre de goma se quedó en la enfermería tras haber sumado ininterrumpidamente 883 minutos de 900 posibles. Salvo la alternancia que afecta a De Marcos y Gorosabel, el resto de los retoques respondía a la conveniencia de insuflar esa energía tan básica en la propuesta futbolística de los rojiblancos. Enfrente un bloque casi desahuciado ya a estas alturas del calendario, al menos tal esa la convicción de sus seguidores.
En circunstancias tan precarias, Paulo Pezzolano intensificó las precauciones, puso tres centrales y juntó hasta diez hombres en la retaguardia en las amplias fases en que el dominio territorial y la pelota le fueron ajenos. El Valladolid llevaba una media de dos goles recibidos por partido y desde el inicio se vio maniatado por la presión alta del Athletic. Pero ese control de las operaciones careció de desborde e ideas, así se entiende que solo tuviese una oportunidad en la primera parte.
Nació de una inteligente maniobra de Berenguer, que dejó a Nico Williams en ventaja y en perpendicular para enfilar el área, pero tanto apuró que terminó por rematar sin convicción alguna, mientras a su derecha Serrano, libre de marca para empujar a puerta vacía, se desgañitaba para llamar su atención. El extremo izquierdo fue el destinatario de multitud de balones, también objeto de una vigilancia doble y hasta triple, lo que le condujo a un callejón sin salida. Así, en vez de una solución en ataque el Athletic acabó teniendo un freno. Pulsó en exceso la misma tecla y la obcecación por la jugada personal del pequeño de los Williams, tampoco ayudó.
El escueto balance ofensivo refleja la espesura del juego, con la particularidad de que el dominio no impidió que el cuadro local disfrutase de dos llegadas muy claras. Agirrezabala desbarató con gran mérito la primera y la segunda, de Moro, fue un zurdazo desde la frontal que se marchó a centímetros de la escuadra derecha de la portería de un Athletic que se retiró al vestuario aliviado porque, en realidad, el lance más destacado y polémico de este período pudo costarle carísimo. El árbitro sacó la tarjeta roja para castigar una entrada de Prados en el centro del campo sobre Moro. Tuvo que interceder el VAR para rebajar la pena a amonestación, pero el episodio venía a corroborar una incomodidad que no remitió en la segunda mitad.
Con un centro del campo nuevo, perseveró el Athletic. Cuando el Valladolid notó el desgaste, aquello se convirtió en un monólogo que Galarreta trató de dinamizar. Hasta el 75 no hubo remate alguno: fue Guruzeta, demasiado cruzado, a pase de De Marcos. Y entonces, llegó el mazazo: Moro cabeceó a placer en la única acometida local. La blandura y el despiste general facilitaron una maniobra que valía el partido. O eso se pensó. Pero aún faltaba el broche propio de los equipos poderosos, que en trances así, adversos y lamentables, sacan de donde no hay. Templó Galarreta y Guruzeta obró el milagro.
VALLADOLID: Hein; Luis Pérez, Juma Bah, Javi Sánchez, David Torres; Raúl Moro (Min. 88, Cömert), Juric (Min. 88, Meseguer), Anuar (Min. 61, Iván Sánchez), Lucas Rosa; Kike Pérez (Min. 75, Mario Martín), Sylla (Min. 61, Marcos André).
ATHLETIC: Agirrezabala; De Marcos, Yeray, Paredes, Adama; Jauregizar (Min. 46, Ruiz de Galarreta), Prados (Min. 46, Vesga); Nico Serrano (Min. 80, Martón), Unai Gómez (Min. 46, Djalo), Nico Williams; Berenguer (Min. 63, Guruzeta).
Goles: 1-0: Min. 79; Raúl Moro. 1-1: Min. 93; Guruzeta.
Árbitro: Adrián Cordero Vega (Comité cántabro). Amonestó a los locales Anuar, David Torres, Mario Martín y Cömert, y a los visitantes Jauregizar, Prados, Vesga y Martón.
Incidencias: Partido correspondiente a la decimotercera jornada de LaLiga EA Sports, disputado en el estadio José Zorrilla ante 23.515 espectadores. Antes del inicio del encuentro, se guardó un minuto de silencio como homenaje a las víctimas y damnificados de la DANA.