Dos goles cuando el partido enfilaba su recta final otorgaron al Athletic su primera victoria en el concierto internacional. Dos robos, dos chispazos de gran clase a cargo de Nico Williams, que así se redimió con creces de una noche realmente desafortunada, y sendos remates inapelables de Iñaki Williams y Sancet, sentenciaron a un AZ Alkmaar que generó más dificultades de las esperadas. No tanto por su desempeño, correcto sin más, sino por la deficiente propuesta de los rojiblancos, que llevaron el peso del partido casi siempre, pero se metieron en una especie de atasco, huérfanos de ideas y de precisión, y flirtearon con unas tablas que hubiesen defraudado ampliamente a su afición.

Una afición que no paró de animar, que nunca disimuló las ganas de fiesta que le impulsaron a llenar las gradas y sin embargo tuvo que resignarse a contemplar una de las actuaciones más flojas de la temporada, quizás la más deslavazada. Algo que no entraba en los cálculos, pues la diferencia de potencial de los contendientes era patente. Pero con el nombre no se gana, hace falta desarrollar argumentos sólidos y pericia para plasmar la teórica superioridad. Este jueves el Athletic realizó un enorme despliegue porque las cosas no le salieron, lo intentó siempre, pero la inspiración brilló por su ausencia y paulatinamente se fue alejando del objetivo.

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Las notas de Aitor Martínez: Nico Williams resurge para ser decisivo Aitor Martínez

Era un partido de esos que hay que ganar o ganar, partiendo de una premisa incuestionable, cual es que enfrente había un grupo ordenado, aseadito, pero tierno e inferior en muchos aspectos. Ello no fue óbice para que con el correr del cronómetro equilibrase las fuerzas. Por mucho que el AZ Alkmaar se centrase en contener y apenas cruzase la línea divisoria del campo, la clave descansó en la pobreza del fútbol del Athletic. Voluntarioso y negado al mismo tiempo para confirmar el pronóstico hasta que, de repente, lanzó tres puñetazos y dos de ellos valieron para doblegar su resistencia.

Ni Martens ni Valverde sorprendieron de salida: uno repitió su once habitual, con un par de cambios obligados por lesión; el otro fue con todo, puso en liza la formación que podría catalogarse de gala, con el regreso de Sancet, Jauregizar en el sitio del ausente Prados y Gorosabel, para dosificar a De Marcos. Por motivos obvios, la prioridad se llama LaLiga, pero el tirón de la Europa League resulta innegable y, además de tratarse del estreno del torneo en casa, donde debe apuntalar sus aspiraciones, el triunfo suponía un gran paso tras el empate conquistado en Roma. 

Convencido de que su fútbol de altas revoluciones cuajaría, el Athletic cogió las riendas desde el saque de centro e inició su característico acoso, con presión muy alta, buscando las bandas y proyectándose en ataque sin rodeos. En pocos segundos, para abrir boca, Guruzeta agarró un cabezazo que se fue cruzado y seguido Yuri estrelló un potente chut en el larguero. Un despiste permitió a Van Bommel replicar, duro desde lejos, con buena respuesta de Agirrezabala, acción que no alteró el pulso rojiblanco. Sancet se distinguía entre líneas y la grada aguardaba con impaciencia un premio que entonces se antojaba inminente.

Sin embargo, pronto empezaron a detectarse defectos que fueron arruinando lo que constituía un dominio absoluto. Los errores menudearon, la gente que debe romper estaba desacertada. Nico Williams, emperrado en la jugada individual, no terminaba nada, Guruzeta intervenía poco y Sancet se fue difuminando. El único recurso se redujo al tiro de fuera del área, faceta en la que Yuri insistió en dos oportunidades más. El lateral parecía tenerlo muy claro, no así el resto. Nada conseguía inquietar seriamente al conjunto holandés, cuya paciencia, combinada con la impericia local, convirtió el choque en un espectáculo insulso. 

Decepcionante cabría añadir, desde la perspectiva de un Athletic al que le fue invadiendo cierto nerviosismo y se tuvo que apoyar en la solvencia de Paredes, muy atento y rápido, a fin de impedir que el AZ Alkmaar, que  afrontó con comodidad el tramo previo al descanso, se creciese más de la cuenta. Al descanso flotaba la sensación de que el asunto podía complicarse de no mediar una enmienda, la energía no bastaba para romper líneas y alcanzar posiciones de remate. Al quiero y no puedo contribuyó la escasa lucidez de los centrocampistas, así como el vicio del envío largo desde la zaga.

Valverde mascaba la tensión que se fue adueñando del encuentro. Poco después de que Van Bommel diese un susto con otro chut muy mal intencionado, metió a De Marcos, pero la solución no consistía en escoger un lateral más profundo porque la pelea ya no era por percutir en el área visitante, el AZ Alkmaar se había quitado complejos de encima e intentaba combinar y ganar metros.

El inquietante panorama experimentó una transformación radical y oportunísima cuando el personal empezaba a verlo crudo. Como acostumbran los equipos poderosos, el Athletic, plano y dubitativo, se sacó de la manga tres acciones que fueron determinantes. Bueno, en realidad salieron de la chistera de Nico Williams. Una para que un violento zurdazo de Guruzeta provocase el rugido de San Mamés. Ni cinco minutos pasaron hasta que el extremo puso un centro paralelo y raso en el punto de penalti y allí surgió su hermano para fusilar.

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Quiso el AZ Alkmaar responder al castigo y el Athletic reculó unos metros para protegerse. Continuaba sin sentirse seguro, con razón, pero una nueva internada de Nico Williams evitó que la noche se hiciese más larga de lo debido. Se coló hasta la cocina, el portero palmeó su remate y Sancet culminó con un chut ajustado una jugada nacida de un robo de Yuri, uno de los pocos que, junto a Paredes, dio de principio a fin la medida que la cita reclamaba.

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