En la temporada 2017-18 el Barcelona de Ernesto Valverde disputó 59 partidos. Solo cinco se contaron por derrotas. Hubo una, histórica, que jamás será olvidada.
El Barça galopaba a ritmo de campeón. Firme. Veloz. El bombo de los cuartos de final de la Champions League emparejó al cuadro catalán con la Roma. “Desde que sale el sorteo... intentamos mantenernos lejos del ruido, pero todo el mundo estaba dando palmadas”, evocaba Valverde al término de aquella campaña. Las palmadas de agradecimiento con el destino que deparó el sorteo parecían estar justificadas con el 4-1 del partido de ida en el Camp Nou. Ese Barça se intuía capaz de recuperar el trono de Europa a lomos del feroz Messi.
Pero entonces llegó ese tipo de acontecimiento que deja una huella imborrable en la memoria del fútbol. Ese tipo de hechos sorprendentes que precisamente por esa cualidad de insospechados hacen apasionante este deporte. El 10 de abril de 2018, Txingurri y sus chicos visitaron el Estadio Olímpico de Roma sobrados de confianza, apáticos, se puede decir de algún modo, como colmo de tanta gloria. En una actuación impropia, el equipo blaugrana cayó derrotado por 3-0 en un episodio que bien puede reflejar las recientes palabras de Rakitic en las que lamentó que durante su estancia en el club solo la falta de ambición dejó al equipo sin más títulos de Champions. “Nos faltó mantener la concentración y pensar solo en el fútbol. Muchas veces estábamos distraídos con otros asuntos”, confesó el croata. En la capital italiana, los culés parecieron desalmados, desposeídos de ambición y excedidos por la confianza. Y eso, en ocasiones, se paga. Se muere de éxito.
Iniesta fue sustituido en pleno caos y vio el 3-0 firmado por Manolas desde el banquillo. Fue su último partido en la Champions, competición que despidió entre lágrimas, como imagen de la melancolía, la rabia, la tristeza, la impotencia... Messi lo describió: “Fue un cagadón”.
Aquel día fue una de las losas que más adelante hundiría a Valverde, el primer técnico del Barça destituido desde Louis van Gaal en 2003. Pero antes, solo una temporada después del viaje a la Ciudad Eterna, tendría que llegar una nueva debacle que rescató los fantasmas del Olímpico de Roma, la considerada como la tragedia de Liverpool, cuando en las semifinales de la Champions la tropa de Valverde perdió la ventaja del 3-0 de la ida con un rotundo 4-0 en Anfield Road. Un viaje al pasado.
Valverde regresa ahora al escenario que le obligó a perder la memoria para mirar al futuro con esperanza. “Llega un momento que tienes que pasar página y te obligas a hacerlo. No puedes vivir de algo que ha pasado porque te replanteas todo”, expresó en 2018 recordando su última visita al Olímpico.
En estado amnésico viajará a Roma después de clasificar al Athletic para disputar una competición europea seis años después, siendo además quien lo consiguió la vez anterior. Será el arranque de los leones en un torneo que a su vez estrena formato. No obviará Valverde el hecho de que, salvando diferencias, está ante una ocasión de cobrarse una especie de venganza contra el equipo que pudo marcar su destino, el rival que a priori se antoja como el más complicado de los ocho a los que deberá hacer frente en la primera fase de la Europa League.
El lugar aparece además caldeado tras un comienzo de temporada convulso para la Roma que se ha llevado por delante al entrenador, un Daniele De Rossi que participó en aquel histórico 3-0. La destitución después de solo cuatro jornadas de liga –en las que el equipo ha sumado tres puntos sin alcanzar una victoria– y a solo ocho días de recibir al Athletic fue la confirmación de que la Roma se sumergió en una crisis que espera hacer pasajera. La atención se ciñe sobre Ivan Juric, que por el momento ha aplacado el temporal gracias a su estreno en el banquillo con victoria ante el Udinese (3-0) el pasado domingo. El técnico croata buscará ahora profundizar en las llagas de Valverde, quien a su vez querrá cicatrizar de manera definitiva una herida que fue de terribles dimensiones.