Javier Aguirre (México, 1958) es un tipo que cae bien. Habla sin tapujos, pero con respeto; es de verbo socarrón y, a la vez, de adjetivo campechano. No se anda con tonterías pero dice casi todo con una sonrisa. El técnico del Mallorca es el último vestigio de un fútbol que ya no existe; el último indicio de un deporte de otra época, donde la intuición se imponía a los datos y la pasión se solapaba con la táctica sobre un verde embarrado. A sus 65 años y con cinco experiencias en los banquillos estatales –Osasuna, Atlético de Madrid, Zaragoza, Espanyol y Leganés– antes de aterrizar en el club bermellón, el técnico no solo ha logrado impregnar de su particular carácter a la plantilla, sino también empapar con él a toda una isla que anda revolucionada con el fútbol tequila. Ese que, lejos de caer en tópicos mexicanos, reposa en el paladar y hierve en el estómago. Porque todos los equipos del Vasco Aguirre se han caracterizado por el derroche físico, hasta casi enajenado, y no necesitan tener la pelota para generar problemas o incluso para brillar. Se les tacha de defensivos y, aunque sea verdad, a veces se sueltan y te hacen tres. Como en los cuartos de final ante el Girona (3-2).

Cuando el autor de “un whiskito y a dormir”, esa bebida con la que Aguirre celebra las grandes victorias, cogió las riendas del Mallorca en marzo de 2022, lo hizo con el equipo en una situación precaria. Luis García Plaza había sido destituido horas antes por tener al equipo en descenso a menos de dos meses para finalizar LaLiga y, a pesar del complicado reto que se le pedía, el Vasco solo tardó 4 minutos y 33 segundos en aceptar la oferta del club bermellón. Y, a partir de ahí, comenzó a cambiar la suerte del Mallorca. Porque esa temporada el equipo insular logró la salvación en la última jornada, gracias a un triunfo ante Osasuna (0-2); y la campaña pasada rozó la gesta de Europa. A tres puntos se quedó de la Conference League. Con todo, este curso el río volvió al cauce y el Mallorca ha regresado a su perenne lucha por la salvación. Ahora se encuentra a seis acomodados puntos de la zona roja, pero el Aguirre ya avisó que hasta que el equipo no sume 42 no se tomará ese famoso whiskito. Y para eso todavía le quedan 18.

Así, con una plantilla diseñada para el objetivo más humilde, ni los aficionados más optimistas imaginaron el premio que les aguardaba esta temporada: la final de Copa –la cuarta en la historia del club insular– y, por tanto, su presencia en la próxima edición de la Supercopa. El Mallorca en Arabia Saudí. “Si hace seis meses me dices que vamos a estar en la final, te digo que no te la creas ni tú”, dijo el Vasco. Pero es que ha sido en la competición del K.O. donde Aguirre ha demostrado su aptitud como gestor de grupo. Y lo ha hecho con jugadores como Raíllo o Abdón Prats –máximo goleador de la Copa junto a Asier Villalibre con seis tantos–, que hace menos de seis años estaban con el Mallorca en Segunda B. Además, ha revalorizando a emblemas otrora subestimados como Dani Rodríguez y Valjent; ha convertido en héroe a Greif, que paró dos penaltis en las semifinales ante la Real Sociedad, ha resucitado a Darder y ha elevado a capitán de barco a un Muriqi que llegó como pirata. Así, solo la mano de Aguirre explica que este Mallorca vuelva a una final de Copa 21 años después de aquella que ganó en 2003, con un tal Eto’o y un tipo apellidado Pandiani.

Aguirre quería al Athletic como rival

El Mallorca fue el primer finalista de la Copa, se cargó a la Real Sociedad el pasado martes, y cuestionado por el rival preferido para el 6 de abril, Aguirre fue tan sincero y cercano como siempre: “Tengo buenos recuerdos de mi paso por el Atlético, pero es que del Athletic qué decir. Mi familia es de Bilbao, es el club de mis padres y de mis hermanos”. Y es que el Vasco recibe su mote de su ascendencia. Su ama nació en Gernika y su aita, en Ispaster; y ambos emigraron a México, donde nacieron Javier y sus cuatro hermanos. Así, el carácter de Aguirre se fraguó entre dos culturas que le convirtieron en un genio y figura. En un hombre que ve La Isla de las Tentaciones y bebe “gintonic en copa de balón” mientras conduce al Mallorca a una de las mejores temporadas de su historia.