Lo hizo. Nadie en el último año había degustado la victoria en casa del Atlético de Madrid y tuvo que ser el Athletic. Un solitario gol de penalti, a cargo de Berenguer, premió su osada apuesta de salida y su capacidad de sufrimiento luego, cuando el curso del partido adquirió un tono amenazante que perfectamente pudo modificar el resultado. Fueron dos partes sin punto de comparación, pero solo un equipo logró rentabilizar la que dominó. El anfitrión acumuló motivos para lamentarse, pues dispuso de un surtido de ocasiones que, de manera increíble, no obtuvo reflejo en el marcador.
Afrontaba el Athletic la ida de las semifinales con la intención de que la eliminatoria quedase abierta y consiguió bastante más que eso. Ahora está encarrilada. La ventaja, aunque mínima, incrementa sus probabilidades de presentarse en la final. Ese margen concede cierta tranquilidad, tampoco puede catalogarse de determinante antes de disputarse la vuelta, pero lógicamente obliga mucho al oponente y supone un refuerzo moral considerable para un conjunto que tampoco se muestra asequible cuando actúa amparado por su afición.
¿Quién es el favorito para llegar a la final de Copa?
La previsión apuntaba a un encuentro duro y lo fue. No ya por el capítulo de entradas y acciones polémicas, con todos los protagonistas yendo a por uvas detrás de cada balón. Además, ambos bandos se vaciaron, no hubo espacio para la tregua, lo que deparó un ritmo tremendo, solo reservado a una minoría selecta. Refrendaron su condición de competidores feroces. El Athletic sometió al Atlético hasta el intermedio, de ahí en adelante los papeles se intercambiaron y, se ha de reconocer, que el balance rematador del cuadro madrileño fue notablemente más prolífico.
El partido ofreció un comienzo engañoso y no precisamente por la composición de las alineaciones. Nada demasiado sorprendente en el once de Valverde, empezando por el descarte de Nico Williams, pues no era cosa de arriesgarse a males mayores, o el relevo en la portería, y las entradas de Lekue, el lateral más asiduo, Vivian, como parte de la rotación de centrales, y el regreso de Berenguer, ausente en las tres citas previas por lesión. Simeone, que buscaba frescura avalado por el tema de las fechas, introdujo cinco cambios sin que se resintiese la imagen de bloque titular.
El incisivo arranque local duró un suspiro, lo que tardó el Athletic en colocarse y activar su gran arma defensiva, la presión alta y hacer partícipe, ganando metros, a todas las líneas. Fórmula que decantó el duelo a su favor, generando incontables problemas a su rival, atenazado ante semejante alarde de dinamismo, sin precisión ni valor para obedecer a su técnico y salir combinando de su campo. Durante toda la primera mitad, las apariciones colchoneras en ataque fueron muy esporádicas y en ninguna se intuyó peligro real, salvo en un error tonto de Agirrezabala ante Memphis que él mismo corrigió con celeridad. Pudo así el Athletic trabajar a fondo, como le gusta, saliendo vencedor de la mayoría de las disputas y desplegándose con velocidad y mucha movilidad sus piezas de ataque.
Su control de la situación fue manifiesto. Solo un equipo funcionaba como cabía esperar y fruto de esas sensaciones opuestas, llegó el gol, a raíz de un robo que Guruzeta prolongó con una sutil cesión al borde del área para Prados, de nuevo omnipresente, quien cayó arrollado por Reinildo, que midió muy mal, tanto que al árbitro le costó medio segundo señalar los once metros. Berenguer engañó por completo a Oblak y el gol no hizo sino acentuar la distancia entre los equipos. No sufría el Athletic, que perseveró en su actitud agresiva y ambiciosa.
Simeone se desgañitaba reclamando una reacción a los suyos que no se produjo. Sin duda, el marcador pesó lo suyo, así como la falta de costumbre de los colchoneros, a quien nadie suele toser en el Metropolitano. Hasta anoche, que se topó con una máquina engrasada y ambiciosa. La impresión al descanso rebosaba los cálculos más optimistas, pero el guion experimentó un vuelco en la reanudación. Otro Atlético saltó a la hierba y enfrente captaron enseguida la transformación. De algún modo contribuyeron a la misma, optando por un repliegue continuo, por momentos excesivo.
Entonces se supo el porqué de la fama labrada por los colchoneros en su estadio. Quizás el agobio que paulatinamente fue creando el Atlético con su tesón se pudo atenuar si Villalibre, a la hora de juego, culmina un despeje corto de Oblak a violento zurdazo de Unai, pero, empalmó con la derecha y estrelló la pelota en el lateral de la red. Fue casi lo único que fabricó el Athletic en el área enemiga en este período, presidido por el empuje rabioso de un grupo que fue cargando las tintas en las demarcaciones de ataque, mientras Valverde hacía justo lo contrario.
De hecho, terminó el partido con tres centrales, cuatro medios y un punta, pero ni así evitó que en los dominios de Agirrezabala se viviese un sobresalto permanente. El cansancio hizo mella en las filas visitantes y el Atlético percutió con el alma. Se contabilizaron no menos de media docena de oportunidades nítidas, en especial una que Lekue neutralizó sobre la línea de gol, pero asimismo el portero tuvo que lucirse ante Griezmann en una salida al límite y tanto Lino como Morata acariciaron por dos veces cada uno la igualada.
El calvario tuvo su cénit en el tiempo añadido: el árbitro decretó penalti por derribo de Yeray a Morata. Con el área despejada y Agirrezabala y Griezmann en sus puestos, preparados, el juez recibió el aviso del VAR. El delantero estaba en posición incorrecta. Buff. Alivio indescriptible en el seno de un Athletic que tiene el objetivo más cerca, si bien anoche tomó nota. Es muy consciente de que en San Mamés se librará otra batalla descarnada.