Yo no sabía nada de fútbol (algo era ello dirá gente que yo me sé). En mi casa no se hablaba de fútbol. En el colegio me escogieron (sin necesidad y sin éxito) para balonmano. En la universidad me alejé (creía que definitivamente) del deporte. Pero aún sin acabar la carrera, en mi primera visita a una redacción, surgió la pregunta que cambiaría mi vida: “Necesitamos a alguien para ayudar en la sección de deportes, ¿te gustan?” Dicen que hay mentiras piadosas. La mía, no. Fue descarada. “¡Claro!”. En realidad fue media mentira. La respuesta debía haber sido “¡Claro… que no!”. Pero al faltar esa última parte me dijeron: “Mañana empiezas… sin cobrar claro” (otro claro mucho más claro). Y aquí me tienen, con el Athletic en el tuétano. No sabría vivir sin el Athletic. Una adicción que precisaría internamiento para su desintoxicación. Porque el Athletic fue (y es) mi vida a partir de aquella visita inocente que cambió mi alma, mi corazón, mis emociones… y acabó siendo la razón misma de mi profesión y de mi sustento. Y aún hoy, de mis anhelos.
Una montaña rusa
La historia de los 125 años del Athletic es la historia de una montaña rusa. No apta para cardíacos. No conozco a un hincha más genuino que un buen amigo, que no soporta asistir a San Mamés. Hace años que no lo hace, aún siendo uno de los socios más antiguos y genuinos. Si gana, se pasa horas enteras repasando imágenes, repeticiones, tertulias… y si pierde, se pasa a la música. Eso es (también) el Athletic. El Athletic, dicen los genuinos, te tiene que doler.
Siento defraudar en esto, pero yo disfruto a tope en los triunfos y sufro lo justo en las derrotas. Me gusta reconocer más el mérito del rival que los defectos del Athletic. Ya no aplaudo un gran gol del contrario en San Mamés -siento miradas que matan-, pero lo haría. Y a cambio, me levanto del asiento con cada gol del Athletic. Como si fuera eyectable. Con euforia indisimulada. Con pasión. No sé si casa todo muy bien, pero ya he reconocido al comienzo que yo no soy de cuna. ¿Será eso?
Un privilegiado
Pero, miren, aquella mentira (media, ¿recuerdan?) nada piadosa me ha permitido asistir (y escribir) a la final de la UEFA del 77 ante la Juve, a la final de Copa ese mismo año frente al Betis, al título de Liga del 83 tras ganar en Las Palmas, al de Liga del 84 ganando en San Mamés a la Real, a la final de Copa ese año frente al Barça, a las gabarras… para qué seguir. Lo tienen todo en este magnífico suplemento, de los de guardar, que me honro en introducirles de manera, ya ven, sui (mui) generis, pero en la mayor parte de lo ocurrido en los últimos casi 50 años puedo decir que “yo estaba allí”. Un privilegiado.
Y un tipo raro
El Athletic, aquel que fue el gran desconocido de mi infancia de cromos y canicas (qué difícil era encontrar a un tal Sadurní), hoy es mi partido, mi religión, mi sindicato, mi asociación, mi carnet… y mi rumbo. Pero, lo siento, no es mi secta. No insulto, no silbo ni al rival ni al árbitro… ni mucho menos a los jugadores rojiblancos si no están a la altura. Aunque no lo estén tras uno y otro y otro partido… Y ceno correctamente si el resultado no acompaña.
Veinte años en tribunas de prensa de medio mundo me dejó un poso profesional que no toleraba actitudes fanáticas de otros colegas de otros equipos (era un mundo desgraciadamente de hombres). Un tipo raro, ya ven.
‘Sor Citroen’
También, en mi larga etapa como cronista del Athletic entendía que no era incompatible la crítica -a veces cítrica- con una relación amistosa con los jugadores. Hoy conservo una magnífica relación con aquel equipo campeón y una estrecha amistad con algunos de sus componentes. Probablemente por esa actitud cercana (y para algún compañero insana) relación con los jugadores, puertas adentro del vestuario alguien me bautizó, un día que repartieron motes peyoritarios a los cronistas, como Sor Citroen. Era una etapa en la que los resultados no acompañaban, poco antes de que el Athletic jugara el play off de descenso. Con ese par del que usted me habla en la garganta, no cesé de animar públicamente a unos jugadores en riesgo de tembleque de piernas. De ahí lo de la monja, a diferencia de otros compañeros que salieron peor parados. ¿O mejor?. Aún hoy me pregunto si ser monjil escribiendo tiene o no su aquél…
Escribiría un libro (quizá lo haga, con nombres y apellidos) y estaría horas hablando sobre estos y otros secretos (de los que comportan la dirección de un periódico -otra ocupación inesperada en mi vida- les hablo otro día). Pero stop a la nostalgia. Paso a la emoción. Qué es sino eso el Athletic 125 años después. Una emoción resumida en una erguida y poderosa estatua del Txopo entre Pozas y San Mamés. Porque volveremos a Europa. Y ganaremos un título. Y pasaremos apuros. Y caeremos ante el último de la clasificación. Y volveremos a San Mamés. Y seguiremos ahí. Siempre ahí. Beti zurekin…
Aviso del sistema
¡Atención! Aléjese y no reenvíe este artículo. Este soporte de lectura se convertirá en artefacto y se autodestruirá en cinco… cuatro… tres… dos… uno…